Extrañas coincidencias

5. Invitación

Una lechuza que no era la de Harry, estaba mirándolo cuando bajó a desayunar. Era negra, igual que la suya pero tenía unas motas blancas cerca del pico. El ave lo miró, como si lo desafiase mientras extendía su pata y supo en ese momento que no le gustaría el contenido de la misiva. Harry desató la carta y la abrió recibiendo un picotazo en la mano. La lechuza sin duda se veía indignada y graznó para mostrar su disconformidad. Harry abrió un cajón de la cocina y con un suspiro le tendió unas gominolas. La lechuza las tomó con cara de pocos amigos pero no volvió a picarle. Al ver el remitente gruñó.

-No podías tener otro dueño. No sé porque no lo adiviné antes. Quizá porque te faltan esmeraldas en el cuello.

La lechuza lo miró tan mal que Harry se calló.

Había llegado la no-esperada invitación de Narcisa. Escaneó las pocas líneas rápidamente. Era en dos días, a cenar, a las ocho y media.Pero lo que más le llamó la atención fue que se esperaba que vistiese de etiqueta. Era absurdo que tuviese que vestir así cuando no era el baile de Yule ni ninguna fecha especial. Era simplemente una cena.

Harry se fue pisoteando a su habitación y abrió el armario. Para su desgracia la lechuza simplemente le siguió por la casa. Obviamente esperaba una respuesta. Sacó la poca ropa formal que tenía en el armario y suspiró. Obviamente no se podía poner la ropa que usó en el baile del torneo, ya no le estaba, ni siquiera sabía porque seguía en su armario no es que le trajera buenos recuerdos, y no se iba a poner el traje que usó en el entierro de Remus y los demás. Simplemente no. 

-Te odio, y odio a tus dueños -dijo Harry cuando la lechuza graznó de nuevo.

La lechuza se lanzó y le picoteó la cabeza.

-Está bien, está bien, ya te doy algo para que te vayas, ¿bien?

Harry abrió el cajón y sacó un papel y una pluma, escribió brevemente que asistiría intentando ser lo más educado y escueto posible. Le ató la carta y abrió la ventana para que finalmente se fuera. 

Ahora finalmente podía ir a desayunar y a prepararse para comprar el maldito traje. Los Malfoy solo sabían que dar problemas. No sabía como de una forma u otra cada cierto tiempo conseguían darse a conocer y darle migrañas. Además, ni siquiera sabía porque iba a ir, había intentado pensar alguna excusa en estos días atrás pero nada había sonado lo suficientemente convincente a sus oídos. Si su encuentro con Draco había sido raro e incómodo, no sabía como lo sería con sus padres incluidos en la ecuación. Iba a ser terriblemente incómodo. Al menos no iba a estar solo, estaría Marlo, aunque sinceramente sentía haberlo metido en este lío. Esperaba que los Malfoy se comportaran y no armaran escándalo porque fuese un squib. Ahora que lo pensaba... quizá debería haber hecho que Draco hiciese un juramento o algo así para evitar que le metieran en una trampa, no es que creyese que lo fuera a hacer pero estos días era difícil estar seguro con cualquier cosa. Al menos Moody estaría orgulloso de él... o no, porque él nunca hubiese aceptado ir a casa de los Malfoy. Harry hizo una mueca y negó con la cabeza mientras se sacudía el pelo con la mano. Oh bien, llamaría a Marlo y se lo diría, no tenía mucho tiempo para encontrar un traje tampoco.

Por su parte Voldemort llevaba desde que dejó el Callejón Diagon estudiando los libros que había comprado y preparando una poción. Había tenido... percances en el proceso de llegar a la fórmula, había tenido que experimentar una y otra vez para conseguir el resultado óptimo. Porque era experimentación pura, no simples errores ni fallos a la hora de crear la poción. Era en estos momentos cuando el ingenio de Severus hubiese sido útil. Después de todo, fue un maestro de pociones consagrado. Una lastima que no pudiese secuestrar el retrato de Hogwarts, que estaba en el despacho de la actual directora. Una mujer que probablemente lo reconocería. Y sino el retrato del bastardo de Dumbledore lo estropearía todo. Antes de recuperar su alma sin duda hubiese irrumpido en Hogwarts y hubiese tomado lo que hubiese querido, sin importarle nada. McGonagall no era rival para él.  No obstante, por mucho que quisiera hacerlo, no debía.