COMPAÑIA

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Alguien estaba en el baño del lado, no sabía quién era, pero si sabía que quizá necesitara ayuda. Le estaba escuchando sollozar desde hacía un par de minutos.

Salí y le toque en la puerta, oye necesitas algo? Te encuentras bien? Quise ser amable con aquella chica, debemos ayudarnos entre nosotras.

Mi cara pareció un lienzo en blanco cuando la puerta del baño se abrió lentamente ante mi. Ella había reconocido mi voz quizá solo por eso me abrió la puerta. Era Tara.

Estaba llorando, desde hacia un buen rato. Sus preciosos ojos verdes Esmeralda, se habían transformado en unos profundos ojos rojos aguados.

No sabía mucho de ella, pero quizá lo suficientemente como para saber que no estaba bien. Que algo en ella estaba roto, lo bastante como para que esos trozos hechos añicos penetran en su alma, dejándola así sin respiración. Haciéndole sentir tan insuficiente que creyó que nada ya la podía sanar. Creía que esas heridas nunca cicatrizarían. Y en el fondo la entendía demasiado bien, yo también me sentía así.

Le pregunté si necesitaba hablar, le mire a los ojos y ella rechazó mi mirada girando su cabeza. Le cogí la mano haciendo así que su ojos se posara en los míos. Nos quedamos observándonos un par de Segundos, los necesarios para fusionar nuestras miradas.
Una fusión de dos miradas rotas, rotas y vacías.

Tan solo aquello era capaz de exponer los sentimientos más profundos.Así que es cierto una mirada dice más que mil palabras.

Ambas empezamos a llorar, las lágrimas ya empapaban nuestro cuello, corrían demasiado rápido. Seguíamos calladas, mudas en medio de la tormenta, una tormenta en la que su sol, eran tan solo un bello arcoíris. Una simple imaginación que desaparecería y empezaría a llover con fuerzas de nuevo. El silencio solo tenía un culpable que lo rompía, eran los sollozos.

Tara y yo no éramos amigas, ni si quiera nos conocíamos aún. Pero sentía con ella una extraña conexión. Sentía una paz que nunca nadie me había trasmitido. Lose es muy irónico que encuentre La Paz en el sitio donde me derrumbo. Nunca he llorado enfrente de la gente, y por su fría mirada puedo sentir que ella tampoco lo hacia. Supongo que ambas estamos teniendo suerte ahora mismo.

Seguimos allí tiradas en el suelo del baño del instituto. No hablábamos simplemente nos hacíamos compañía. Y cuando nos tranquilizamos un poco salimos de este, ya era hora de marcharse a casa. Habíamos perdido toda la mañana, pero creo que las dos necesitábamos un tiempo muerto.

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