Capítulo XXXXVI

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Adina estaba atrapada, se vio envuelta en medio de un abismo que crecía cada vez más y el cual no parecía tener fin. La ronca y jadeante voz de Joseph  no hacía otra cosa que perturbarla, el sonido era claro dentro de cada pequeño rincón de la habitación, pero ella no era capaz de emitir otro sonido más que el inaudible sonar de su respiración. Ella se encontraba debajo de su cuerpo, aguantando conteniendo con todas sus fuerzas los impulsos que le daba su corazón para llorar, su mente se encargo de inhibir todos los sentidos de su cuerpo, no podía sentir nada y sin embargo; cada caricia, cada beso y cada roce se clavaba en su piel como una aguja. Escapar era inútil y lo sabía, se encontraba inmersa en un juego que apenas estaba comenzando y mientras todo sucedía, no podía dejar de pensar en que la vida de forma descarada le aclaraba que la felicidad no podía estar de su lado. Estaba condenada, pero no lograba comprender de si se trataba de una maldición que recaía sobre sus hombros o algo más que le obligaba a pagar cada momento de felicidad, con diez veces más sufrimiento. En su interior llegó a la conclusión de que no sabía bien cuánto más era capaz de aguantar, pero tampoco tenía la menor idea de qué hacer para salvarse.

Sejetada contra su propia voluntad, se encontraba a completa merced de Joseph Firgretmann, hombre que resultó ser mucho más despiadado de lo que pensaba, incluso él mismo, se sorprendía con todos los pensamientos que llegaban a su cabeza solo para impartir dolor y plagar al mundo de sufrimiento, eso era lo que precisamente estaba haciendo con Adina; pagaba con su cuerpo, cada uno de los traumas que había vivido, ella era su muñeca de juego con cara de porcelana y labios carnosos que se entregaba a sin quejas, sin resistencia y aceptando su triste realidad.

—Adoro escucharte respirar. — murmuró segundos después de tumbarse a su lado en la cama que compartían, su respiración seguía agitada y su corazón latía ferozmente.

Adina no se atrevió a mirarlo, porque sabía que una sola mirada llena de desprecio puro, iba a desatar furia, así que cerró sus ojos con fuerza, imaginando cualquier lugar feliz en el que pudiera escapar por solo unos minutos de todo el infierno que estaba viviendo bajo el yugo de un desquiciado. Y fue así como casi inmediatamente recordó a toda su familia reunida ante la mesa, con  sonrisas plasmadas en sus rostros, todos eran felices; su padre le contaba detalles de los paisajes que era, capaz de observar gracias a su trabajo como conductor de tren, su madre sacaba del horno un delicioso bizcocho de vainilla y su hermano yacía a su lado ansioso en la espera de un trozo de pastel. No existía el dolor, no había sufrimiento, todo estaba coloreado de tonos pasteles era perfecto, ella no había tenido el tiempo suficiente para disfrutar de lo que había sido uno de los mejores días de su vida. Ahora estaba desecha, sintiéndose la persona más sucia del mundo, ya no podía ni siquiera reconocer su cuerpo, era como si su esencia le perteneciera a alguien más, como si nada de lo que era, fuera realmente suyo. Todo el control lo había perdido, cedió ante los sucios juegos de Joseph, se convirtió en su juguete y estaba atrapada en toda su maldad.

—Si te dejas llevar, podrías disfrutarlo. — comentó tomando un cigarrillo en sus manos, para prenderlo y luego llevarlo a sus labios. — parece que me follo a un maldito cadáver. — dijo irritado dejando escapar el humo.

Adina dio la vuelta en la cama y se aferro a las sábanas, como si fueran su única protección; cuando estaba de acuerdo en entender ya nada podría salvarla.

—Eso es lo que soy. — dijo en voz baja, pero lo suficientemente claro para que pudiera escucharla.

Joseph bufó pero guardo silencio, mantuvo la boca cerrada por unos largos minutos en el cual tuvo tiempo para terminar su cigarrillo, Adina pensó que se levantaría de la cama, como era su costumbre y acabar de una vez con su sufrimiento, pero no tardó más de dos segundos en sujetarla con brusquedad para ponerse encima de ella. La joven desvío la mirada y el joven tomó su cuello.

La Sombra De Mis Recuerdos / EN EDICIÓN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora