Capítulo XXXXII

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No sabía muy bien si era síntomas del constante cansancio al que se sometía o si por el contrario su maletar físico se debía a la presión que ella misma había ejercido, sea como fuese, Adina se sentía muy indispuesta a levantarse de la modesta cama de tamaño individual que se encontraba en la pequeña habitación, las paredes estaban desteñidas y pedían a gritos una mano de pintura que no podía costear, la humedad cada vez se adentraba más y aunque Ingrid trataba de mantener todo limpio y ordenado, el lugar parecía un nido de ratas, comparado a su antiguo hogar y el ghetto, era un palacio, pero si miraba el apartamento que Adler y Joseph tenían, el pequeño hogar que mantenía era una auténtica posilga. Aunque nunca había sido una mujer pretenciosa, por el contrario, se sentía agradecida por el techo que estaba sobre su cabeza y la comida en su mesa, no se había fijado en las terribles condiciones del lugar hasta esos momentos, donde trataba de perder el tiempo para alargar su estadía dentro de la cama. Definitivamente el lugar no era el mejor, pero con sólo un sueldo era lo único que podía costear y dejar un poco para la comida.

Fue así como Adina pensó que la idea de irse con Adler no estaría tan mal, podría tomar todo lo que pudiera para finamente desaparecer, pero ¿a dónde iría? Tenía un niño pequeño, su hermano e Ingrid que ya se había convertido en otro miembro más de su pequeña familia, rápidamente desecho esa idea, sintiéndose completamente estúpida por siquiera considerar esa tontería como una verdadera posibilidad para ella. Estaba bien, repetía una y otra vez en su interior, ella y todas las personas que amaban estaban bien, no tenían lujos ni comodidades pero estaban bien, no estaban en ningún ghetto ni campo porque de ser así Frederick, su hijo y ella probablemente estarían muertos. Quería irse de Linz, Adina no soportaba más vivir como una simple cantante de pacotilla que invertía su tiempo tratando de parecer gentil y coqueta, rezando mientras tanto para que ningún nazi borracho se propasará con ella. Y como si eso no fuera poco, ahora los hermanos Firgretmann entraban en la narrativa para colocar su mundo de cabeza, como si todo lo que tuviera no fuese suficiente. Adina sabía que le estaba dando muchas vueltas al asunto y que en realidad lo que no quería era levantarse de la cama, porque aquello significaría que debía arreglarse para verse con Adler, al cual no encontraba las palabras exactas para definir lo que sentía por él.

El amor no era algo que ella podía dar fácilmente y los únicos amores que tenía presentes en su vida, no incluían una parte romántica, todo el amor que tenía Adina era familiar, devoción por su hijo, respeto por su hermano y gratitud por Ingrid. Eso era todo, luego de 1939 ella prometió no volver a enamorarse, porque sabía muy bien las terribles consecuencias que eso podía acarrear, más en un mundo que deseaba verla cubierta de lodo y muerta sobre el suelo de algún campo custodiado por nazis. Era quizás la decisión más sabia que podía tomar y lo que sentía por Adler, no era amor, quería pensar de que no lo era, porque aunque su cuerpo había reaccionado muy bien a todo lo que él hizo la noche anterior, sabía muy bien que la palabra amor no podía formar parte de la misma oración al lado de su nombre y apellido. No podía amarlo, no nuevamente, aunque su alma pidiera a gritos saltar en sus brazos, no quería hacerlo y no lo haría.

Finalmente se levantó de la cama y se acercó a un pequeño mueble de madera gastada que servía para guardar algunas de sus cosas, abrió y rebusco en el interior algo que tenía muy escondido en el fondo, cuando sintió el contacto con la cadena fina tomó el objeto en sus manos sacándolo de la oscuridad. Lo miró y se perdió en el proceso, seguía siendo un regalo bastante costoso que luego de un tiempo y de sanar por dentro, se había convertido también en una garantía de dinero para posibles días difíciles. Y no se podía tratar de otra cosa que no fuera el collar que Adler le había regalado hace años atrás, era sorprendente como a pesar de todo, ella seguía conservado la cadena y el dije en forma de corazón, era imposible que al verlo no pudiera olvidar la nota que estaba escrita con el puño y letra de Adler.

“Ahora tienes literalmente, mi corazón en tus manos"

¡Santo cielo! ¿Como podría olvidar todos esos recuerdos? Los había enterrado en su interior, pero momentos como éstos hacían que todas esas emociones y sentimientos reprimidos salgan a flote, dejando a vista la que era para Adina la peor parte de ella; su vulnerabilidad. Guardo rápidamente el regalo en el interior del gabetin como si el objeto fuera algo maldito o le estuviera quemando, no quería seguir martirizandose, prefería mantener todo eso bajo la sombra de sus recuerdos. Así que tomó la fuerza que le hacía falta y se arreglo con un vestido sencillo de tono vino tinto y su collar de perlas de imitación que había comprado en el mercado. Se veía elegante y no por la ropa que llevaba, porque era sencilla y muy económica, pero ese toque fino, lo aportaba ella con los movimientos de sus piernas al andar, Frederick la miró, el joven sostenía en sus brazos a Alaric quien tomaba de su biberon, Ingris había salido minutos antes para reabastecer la comida que ya se había acabado.

—Sé que no debo preguntar. — murmuró. — y que probablemente no me gusté saber la verdad. — hizo una pequeña pausa para suspirar. — solo ten cuidado.

Adina lo miró, lleno de compasión.

—El viernes vamos a ver al doctor. — dijo, sonriendo. — y si todo sale bien, podrás ser nuevamente el hombre de la casa.

Frederick desvío la mirada con media sonrisa en sus labios. — creo que ya es algo tarde para eso. — dijo resignado. — así mañana comience a trabajar, probablemente ya hayas dejado a más de un nazi flechado. — susurro como si la palabra nazi fuera parte de una maldición. — nunca te librarás de ellos.

La Sombra De Mis Recuerdos / EN EDICIÓN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora