Capítulo XIII

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El día de la partida de Adler habia llegadi y aunque intentaba aparentar frialdad con su entorno, por dentro llegaba tatuado el recuerdo de aquella tarde con la jovencita. Se habían entregado en cuerpo y alma esa vez, algo que jamás habia sentido con ninguna mujer, salió a flote en esa tarde con Adina, algo simplemente desconocido para él, habia despertado en su interior. Todos los besos, caricias y palabras de la jovencita, estaban grabadas en su memoria, como uno de los mejores recuerdos de su vida.

Pero, si algo habia aprendido en esos días, era que la vida no era lo suficiente justa con él. Habia encontrado el amor, al lado de la chica menos indicada para él, habia aprendido a amar intensamente con una muchacha de tan solo dieciséis años, se habia enamorado por primera vez en su vida, se sentía completo, pero ese sentimiento sólo duró aquella tarde, donde se entregaron completamente entre ellos, la vida y la realidad le mostró la verdadera cara del mundo en el que vivían. Y ahora de pie en la estación del tren, Adler comprendió que lo que estaba a punto de hacer, sería el error más grande de su vida.

Habia quedado tan flechado por la chiquilla que la loca idea de tomarla de la mano e irse muy lejos de Alemania para vivir su historia de amor, no parecía tan descabellada cada vez que volvía a pensar en las probabilidades. En su corazón, sabía que lo correcto era llevarse a su pequeña lejos de Alemania, irse a un lugar donde no juzgarán la religión, el color de ojos, de piel, la creencias o la pureza de sus ascendientes. Un mundo libre de perjuicios donde pudiera vivir su vida a su manera, sin un padre controlador, sin una familia clasista, sin un país retrógrado.

Pero, el mundo que Adler idealizaba, sólo podía existir en su mente, pues la vida le mostraba todo lo contrario. La felicidad de los padres de Adler no cabía en sus sonrisas y lo único en lo que pensaban era en el orgullo y honor que él mayor de sus hijos iba a otorgarles por su labor con la Patria, mientras que Adler sólo se encontraba atento por la llegada de Adina.

Ambos habían decidió verse aquella tarde lluviosa de noviembre y por obvias razones, no podían verse frente a frente, como tanto deseaban. La clandestinidad formó parte de sus fugaces encuentros y cuando por fin el joven se percató de la llegada de Adina, indicó que iría al baño rápidamente. En el pequeño lugar, se encontraba ella, con lágrimas en sus ojos. Habia conocido el amor, lo habia tenido en sus brazos, pero ahora mismo se le estaba escapando de las manos y no podía hacer nada al respecto, lo único que podía conservar, eran los recuerdos de los momentos vividos, que seguían muy nítidos en su memoria. Adler entró al baño y coloco el seguro, su amada se encontraba ahí, de pie, con las  lágrimas frescas que aún bajaban por sus mejillas.

—Adi, no llores mi pequeña niña delicada. — el suave toque de Adler, acentuó más el dolor de la joven, que dejaba que su enamorado apartará las lágrimas que iban cayendo.

Sin poder soportar más la dolor de la situación, Adler busco en seguida la calidez de Adina, unidos bajo un gran abrazo, sus corazones volvieron a sincronizarse, sus respiraciones iban al mismo ritmo y por segunda vez, el tiempo se habia detenido para ambos. Si de ellos dependía, el mundo podría acabarse ahí mismo y eso era porque estaban juntos. Ya no existía Hitler, ya no existían las diferencias entre razas, no habia cabida para los mandatos del patriarca Firgretmann, ni para las prohibiciones de un hermano celoso, protector y posesivo. Solo eran Adina y Adler, ni siquiera la diferencia de cinco años de edad, se hizo notar en los momentos que pasaron juntos, que cada instante que pasaba, quedaba cada vez más escondidos en corazón y memoria.

—Volveré por ti. — predicó el mayor, separándose un poco de la chica, para presenciar en primera fila, el brillo de sus ojos.

—¿Lo prometes? — preguntó la muchacha, con todas sus esperanzas puestas en aquellas palabras.

—Lo juro. — sentenció.

La pareja se unió bajo un cálido beso, el último que se darían por un tiempo indefinido, Adler escucho el ruido de un tren y supuso que se trataba del mismo que él estaba esperando, Adina también escucho el estruendo y comprendió que la hora amarga habia llegado, las despedidas no era algo con lo que la rubia estuviera familiarizada, todas las despedidas que habia vivido, resultaban ser para siempre y aunque existía ese miedo en su interior, no quiso ser una profeta de la tragedia y mantuvo el silencio, porque lo que menos deseaba, era arruinar los últimos momentos que le quedaban al lado de su Romeo.

—Llegó la hora. — anunció la chica, con la tristeza instalada en su corazón.

Adler volvió a acariciar la mejilla de su amada, está vez con la nostalgia que envolvía los recuerdos que habia vivido con ella.

—Promete que no me olvidarás. — murmuró el mayor, estrellando sus labios en la frente de la muchacha.

—Jamás te dejaré de querer. — sentenció.

Aquella frase, sin buscarlo, se convirtió en el mantra que repetían sin parar, en todos los momentos en los que estuvieron juntos, más allá de una promesa, deseaban convertir aquellas palabras en una afirmación, un hecho, algo que jamás cambiaría, una cuestión que nunca pudieran olvidar.

El último beso, llegó para el pesar de ambos enamorados. Adler deseaba permanecer eternamente bajo los labios de Adina, y ella por su parte, podía deseaba hacerte tan chiquita, del tamaño de una moneda para entrar al bolillo de Adler, y poder compañarlo a todos lados. Se miraron directamente por última vez, y ambos desearon jamás olvidar el color exacto que tenían la iris de sus ojos.

Adler salió del baño, dejando a su enamorada atrás, comenzó a correr de regreso a donde su familia se encontraba y después de una despedida con cada uno de los miembros, se subió al tren, con un nudo en su garganta y su corazón escondido en el bolsillo de Adina.

La anteriormente mencionada, salió de su escondite, y presenció en las sombras, la despedida de Adler con su familia, ella estaba apoyada sobre una pared unos cuantos pasos atrás de ellos y podía observar con bastante claridad, nada de llanto y muy pocos abrazos, después de aquello Adler subió al tren, ella sintió como una parte de su alma se iba en aquel tren, y después de unos cuantos segundos, la locomotora arrancó, llevandose la parte más bonita que Adina habia vivido en toda su adolescencia. Solo le quedaban los recuerdos y la promesa de un futuro, de un "nosotros" latente en su corazón.

Caminó con melancolía hasta su hogar, que se encontraba como era de esperarse, completamente vació. Se dejó caer en su cama, y todos los recuerdos de la tarde anterior azotaron su mente, los besos de Adler, sus caricias, y palabras seguían plasmadas en las sábanas, aquellas cuatro paredes habían sido los únicos testigo de toda una entrega de amor y si pudieran hablar, darían fe de lo mismo.

"Si tan solo pudiera regresar el tiempo atrás" pensaba la muchacha con tristeza. El señor bigotes se acercó a la cama y ronroneo un par de minutos para luego dormirse al lado de su dueña, Adina acariciaba el pelaje del minino con extremada calma, hasta que decidió quitarse la ropa para darse un baño y cuando ésto sucedió un pequeño collar cayó al suelo.

Completamente dorado y con un dije en forma de corazón, era la cosa más elegante y fina que Adina habia visto en toda su vida, una pequeña tarjeta estaba colgando y sabía de la única persona que podía tener un detalle así con ella era Adler, así que levantó el accesorio y leyó la nota.

"Ahora tienes literalmente, mi corazón en tus manos."  — Adler Firgretmann.

La Sombra De Mis Recuerdos / EN EDICIÓN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora