Doce

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Ambos estábamos sentados en el sillón en frente del televisor, no decíamos palabra alguna, solo veíamos lo que transmitía, era un silencio sofocante y tenso.

Yo no me sentía a gusto, y no porque su compañía no me agradará, al contrario, siempre me alegraba de tenerlo a mi lado, era siempre un honor tener a mi hijo conmigo, pero en esta oportunidad, lo encontraba sofocante.

—Hice lo mejor que pude— murmuré, sintiendo como mi corazón se encogia ante todos los sentimientos que se arremolinaban en mi interior.

—¿Qué?— preguntó Argentina, confundido y sin comprender hacia dónde quería dirigirme.

—Que lo intente, que trate lo mejor que pude ser la madre que te mereces—  confesé, haciendo que Argentina se vea más confundido que antes— comprendo que cometí errores, pero Italia— murmuré sin poder contener mi deje de desprecio, no era mi intensión sonar de ese modo— sé que los tiempos cambian y con ello los hombres, pero mi amor, uno nunca debe olvidar lo que nos hicieron, y yo sólo veo en Italia una mujer ambiciosa, arrogante y de lo más detestable que solo buscaba quitarme del camino para llegar a ti, siento tanta rabia verte convivir con ella, ver que ella hizo cosas que yo debí hacer, y sobre todo...— baje la voz y deje de hablar, sin estar segura de poder continuar, no quería romper a llorar, ninguna, nunca jamás, una persona me vio llorar, excepto por Francia.

—¿Mamá?— Argentina me llamó, preocupado y con intensión de reconfortarme, tomó mi mano y apretó ligeramente.

—Eso— dije con desprecio mientras que recordaba una y otra vez a mi hijo con esa mujer tan despreciable— ¡esa maldita palabra! ¡dime ¿por qué se lo dices a ella?! ¡¿por qué con ella pareces más relajado y feliz que conmigo?! ¡¿Por qué pareces olvidar todo lo que te hizo con un par de abrazos, besos y...y, y ODIOSAS PIZZAS?!— grite fuera de mis cabales, sintiendo como las lágrimas empezaban a correr por mis mejillas— simplemente no puedo evitar sentirme desplazada cada que vas hacia ella corriendo, y debo soportar comentarios hirientes sobre mi todo el tiempo, que fui muy belicosa, que era demasiado descuidada con mis hijos, que perdí más de lo que gané, pero lo que al parecer nadie sabe es que ¡Esas malditas guerras eran necesarias! ¡Por dios! ¡¿en serio creen que no quería la paz? Perdí a mi maldito esposo en una guerra!— respire de forma estrepitosa mientras que cerraba mis ojos, tratando de diluir toda la furia que sentía— Él lo hizo por nosotros, para que estuviéramos a salvo, y yo tuve que seguir haciéndolo para proteger a nuestra familia ¡porque alguien debía pelear aquellas guerras y no iba a dejar que lo hagan ustedes! Eran demasiado pequeños, no iba...no lo soportaría— dije dolida, mirando al suelo, sin atreverme a ver a mi hijo, su rostro, no soportaría ver lo que sea que hable— Yo también era una niña...

—Te amo— susurró, mientras que con sus manos, limpiaba mis lágrimas, una por una, las veces que fuesen necesarias cuando estas se negaban a dejar de salir— con toda mi vida, con todo mi ser— agarro mi mentón, provocando que tratara de mirarlo, cosa a la cual me resistí, no podía dejar que me viera en ese estado tan vulnerable— mamá, te amo, sé perfectamente por qué peleaste, y jamás quise que te sintieras de ese modo, m-mamá.

Ante su voz quebrada, sus manos temblorosas que seguían sosteniendo mi mentón, su tono tan lastimero y entristecido, me fue imposible no voltear a ver, me fue imposible no verlo cuando lo sentí de un modo tan herido, dándome con sus lágrimas, lágrimas que mojaban sus mejillas blancas, y se deslizaban hasta su mentón, sus ojos mostraban aflicción y sus labios estaban fruncidos en un puchero.

No por favor, no llores, mi sol no llores.

—Jamás considere más madre a Italia que a ti, sólo que ella me apoyo en momentos muy difíciles, por los cuales estaré eternamente agradecido, mamá por favor, no creas jamás que eres inferior— pidió, provocando que mi corazón diera un vuelco.

—N-No llores, mi sol nunca llores por mí— pedí mientras que abrazaba su cuerpo y lo atraía al mío, empezando a acariciar sus mejillas y cabello— jamás llores por mí.

—Llorare todo lo que quiera, te amo, te amo tanto mamá—confesó mientras que se aferraba aún más fuerte a mi— no sabes la falta que me hiciste todo estos años.

Seguía muy molesta, bastante porque Argentina considerara una madre también a Italia, pero también lo comprendía, había desaparecido por tantos años, tanto tiempo solo y sin una sola persona en la cual apoyarse, que comprendo sus motivos por los cuales tuvo que ver una figura materna en alguien más, no me habría ofendido si fuese un país mejor y no uno colonizador, pero eran viejos rencores que estaba segura Argentina odiaria escuchar, así que solo me queda abrazarlo, tan fuerte como pueda, tanto como se me permita, todo lo que mi corazón roto necesite para sanar.















—Ma rose.

Todo estaba muy oscuro, la mujer no podía verse ni la punta de los dedos, se sentía conducida y mareada, no podía dilucidar nada entre tanta negrura que la rodeaba, era un vacío infinito que no podía llenar.

Se sentía intranquila, necesitaba una luz lo que sea.

El vacío dejó de estar vacío, fue llenado con los estridentes sonidos de los cañones, y a pesar de que la mujer no era capaz de percibir su cuerpo, estaba segura que se tiró cuerpo a tierra, veía la luz del fuego cada que un cañón era disparado, los gritos, disparos, lo que aumentaba su angustia, y cada que los sonidos se acercaban a ella, ella se arrastraba por el húmedo suelo buscando huir, quería defenderse,  pero no podía, no sabía quién la atacaba.

—Ma rose.

Su respiración era agitada, se sentía alerta y asustada, y luego, toda la oscuridad que la rodeaba se convirtió en luz, tanta que la cegó, cuando se pudo acostumbrar a la luz yodo era blanco, menos el suelo, cuya razón por la que estaba húmedo era la sangre, la sangre por la que se arrastró todo ese tiempo.

La mujer vio sus manos, cubiertas de sangre, y aquella imagen, de sus manos, manchadas, la hizo gritar, la hizo gritar tan fuerte que por poco se queda sin voz.

—Ma rose!

Confederación Argentina se enderezó de su cama mientras que soltaba un grito histérico, su piel estaba sudada, se sentía agitada y aterrada.

La mujer miro sus manos, buscando la sangre, hasta que se dio cuenta que estaba a oscuras, y la oscuridad antes no la había aterrado tanto como en ese momento.

Memory de amour |FINALIZADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora