Sacrificio de la luz

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Lo que se conocía como el Castillo de la Luz blanca, el refugio de los luminosos, ahora sólo quedaban escombros. Las catapultas habían destrozado su cúpula y toda su belleza arquitectónica, la sangre también tomaba diseño en su nueva decoración y aún perseguían y tortutaban algunos de ellos que habían quedado con vida.

En atrocidades, se cometieron la mayor parte.

Los gritos de una adolescente eran sacudidos en movimientos bruscos, ella temblaba y ya no tenía fuerzas ni motivos para seguir, perdió la cuenta de cuántos oscuros habían tomado posesión de ella.
El agarre del oscuro sobre ella la mantenía quieta en su lugar, el deseo de que algunos de ellos terminara su vida en lugar de sufrir el martirio de ser penetrada una y otra vez por sus hombres llegó a instancias de suplicar que la mataran.

Un joven irrumpió con su espada atravesándole al oscuro mientras éste estaba distraído en su placer.
Tiró del cuerpo a un lado y ayudó a la jovencita subirse sus pantalones, seguido que no evitó abrazarle.
Se conocían.

En vano fue su rescate habiendo sido invadido de trescientos mil oscuros a derribar el refugio y exterminar lo que quede de la luz.
Ya no había otras salidas más que la muerte, los oscuros ya habían ganado y estaban asesinando a cada luminoso, uno por uno, como cae una pieza de dominó.

- ¡Ven, cobarde!- gritó el joven a la ronda de oscuros que se les acercaba y rodeaban a los dos luminosos.

Tomados de la mano, el joven miró por última vez a la jovencita, aproximando sus labios compartieron, quizá, el primer y último beso.

Cuándo los dos fueron apuñalados por siete espadas, los ojos de los dos luminosos se tornaron blancos y resplandecientes.
El rayo cayó sobre sus cabezas y tomaron las siete vidas de los oscuros que sostenían sus espadas sobre la carne de los luminosos.

El primer relámpago que se presentó sobre el cielo, la oscuridad de la noche intentaba nublar sus llegadas hacia la tierra para que los hijos de la luz no tuvieran oportunidad de matar a sus oponentes aún en su sacrificio.
El cielo estaba totalmente negro, ni la luna ni las estrellas quisieron dar presencia y ser espectadores de la matanza, los relámpagos caían en cada guerrero luminoso, su luz cegaba hasta los enemigos a larga distancia dándole algo de ventaja a los que seguían vivos en combate.

-Saca a los que puedas, Talia. Y vete al noreste-había dicho la gran Superiora.

-¿Porqué no vienes con nosotros, mi Señora?- imploré tomando dulcemente de su mano.

-Mi deber es proteger al Superior y a tus hermanos, y tú Talía- posó sus suaves manos en mis mejillas- Tu deber es mantenerte con vida, eres la última guardiana de almas y la espada estará protegida en tus manos. Tenemos un gran deber y propósito, mi niña.

[...]

-Los veo, Simon...

Sentí el desgarro de cada vida; tomaba fuerte de mi pecho cuando mi corazón sintió grandes punzadas, supe que Simon también estaba sintiendo el dolor por compartir los mismos corazones pero no podía ver lo que estaba sufriendo.

En mis pies estaban los niños, sus cabezas algunos no las tenían, las niñas estaban abiertas de par en par bajo su flor jamás maduro, la pérdida de la virginidad de las más pequeñas habían sido arrebatadas por un sólo violador llamado muerte.
El llanto de los bebés siendo apagados y las mujeres embarazadas habían sido abiertas de su vientre antes de tiempo, los hombres colgados desde las pinca de los estandartes banderines, colocados desde abajo y la lanza que les sobresalía sobre sus bocas pasando por toda su garganta.

-¿Porqué...- recordé a Yael y buscando su rastro en medio de todas las pilas de cadáveres y algunos sobrevivientes que seguían en la batalla- ¡Yael!

Estaba tendido sobre dos cuerpos encima del suyo, su nuevo uniforme manchado por su propia sangre, lo había imaginado ganando peleas saliendo victorioso en cada una de ellas. El mejor del rango más alto estaba muerto y tirado como una bolsa de basura.

-Yael... Yael...- no podía parar de llorar al ver a mi amigo sin vida y sin poder hacer nada al respecto.

-¿Keren? ¡Vámonos!- gritó Talia a quince pasos de mí, apresurada por llegar donde me encontraba.

-Talia....- estaba confundida- Puedes verme.

-¿Que dices? Claro que pued- - se detuvo cuando observó que no estaba con ella, no estaba en el lugar- ¿Dónde estás?

-No le digas, Ker- sugirió Simon.

-¡Detrás tuyo!-señalé.

Talia sacó de su equipaje colgado en su cinturón, un 9mm cargado, con éxito le dió justo al blanco a su tacante que estaba con la espada lista para bajarla sobre la cabeza de la guardiana.

Luego de aquello ya no la ví.

-Keren, lo siento mucho- expresó Simon.

-Desde que me diste tu corazón han pasado caos, la muerte y el dolor me persiguen gracias a tí.

-Hablas enojada, perdiste razonamiento y entiendo.

-No debería estar en la luz...

-Estás confundida.

-Esmee tenía razón, mi sangre está maldita, por generaciones y por linaje soy oscura. Llevo a todos a la muerte y no a la paz. Mis hermanos están sufriendo y yo estoy aquí contigo.

-Esmee sólo sabía tu origen, no tus intenciones ni tus aspiraciones. Ni mucho menos quién eres.

-¿Y tú sí? ¡Eres el elegido! ¡Haz algo!— apreté con desesperación sus muñecas buscando la solución—Salvalos, por favor...

—Keren...— hizo una nueva, con la expresión compasiva al mirarme implorandole por sus vidas— Esto también tiene que pasar.

Lo solté repudiando su respuesta, el jóven al que admiré no diría esas palabras, se dolería por las almas siendo tomadas y destruídas. Me alejé de él tomando una variada distancia que pudo sentir cómo un muro entre nosotros al que él no le sería fácil atravesar; fijando mis ojos hacia la ventanilla alta que desplegaba la luz de los refucilos en el cielo oscuro de repente me sentí egoísta por estar viva.

Una masacre por buscar a su hija, y no está allí.

—¡Victoria!— oí el grito de una multitud fuera, distante pero aún cerca de nosotros.

Simon guardó silencio e hizo seña de mantenerme callada.

—¡Han muerto! ¡Los luminosos han muerto!— dieron voces eufóricas.

La impotencia sólo crecía junto con mis ganas de arrancarme los oídos para no escuchar sus risas.

De nuevo la ira, no podía controlarlo más aún apretando mis carnes en mis brazos sangraba al enterrar demasiado con mis uñas.
Los brazos de Simon me rodearon llevándome hacia un rincón de la habitación, nos inclinamos sobre la pared bajando al suelo.

—desde aquí no pueden espiar— susurró a mi oído.

Se aproximaban algunos cerca de la cabaña, golpeando las ventanas festejando y anunciando a cada habitante.

Estando abrazados ví la vulnerabilidad de Simon, sintiendo su corazón acelerado junto al mío, y el miedo en su interior por ser encontrada en medio de una jauría de oscuros emocionados por la sangre que se derramaba.

—Te soltaré hasta que termine—dijo, observé que sus manos temblaban.

Me refugié en su sus brazos como una niña lo solía hacer con su abuelo.



















Última EsperanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora