—Pase lo que pase, Ker. Prométemelo—No saldré de la luz.
—Buena chica.
El anciano me tomaba de la mano, quise preguntarle dónde estamos o dónde iremos pero mi confianza era enorme y estaba depositada en él.
—Te voy a contar una leyenda mientras aún estamos de camino.
La ruta estaba totalmente abandonada que hasta el asfalto sobre el suelo ya no era visible, el clima era árido, seco y sin vida.
Intenté mirar mas allá del camino y hacia mis lados pero la oscuridad lo cubría y lo que la luz podía alumbrar era solo una larga fina línea de todo el camino.
Mi curiosidad era grande ¿Porqué el día no alumbraba? ¿El sol ya no tiene su fuego? ¿Porqué sólo iluminaba la ruta?.—Sabes lo que es una leyenda ¿no?— interrumpió mis dudas.
—¿Son como historias de héroes?—pregunté.
—Algo así ¿Te gustan los héroes?
—Claro que sí, abuelo. Me gustan las historias.
—Entonces, escucha con atención.
Hace años anteriores, cuándo las guardianas de almas, mujeres de la luz, tenían un papel importante, nadie las necesitaban porque todos vivíamos en armonía, sin guerras, ellas sólo se encargaban de un fin.
Cuidar la espada de Los Cielos, ésta espada era muy poderosa, fue la espada del primer Rey del Sol, pero un día Su majestad falleció.—¿Porqué murió?—interrumpí.
—Murió por intentar traer a su amor de nuevo, pero fracasó.
—¿Murió también?
—No. Ella se reveló en contra de su reinado, porque el Rey del Sol sólo era bondadoso con los suyos, con los nobles y destacados. Pero la reina, se fue de su lado para ayudar a los que estaban en la oscuridad, que ellos también puedan ser iluminados por su gracia y misericordia.
—Entonces ¿se volvieron enemigos?.
—Sí, pero la reina no sabía que cuánto más tiempo estaba en la oscuridad, también ella se oscurecía. Así que cada noche lejos del Rey, las personas tomaban un poco de su luz.
—¿Quienes?
—Personas puras como los niños, niños que temían estar a oscuras y no tenían ayuda, ni hogar. Ella era la Reina Luna.
Fijé mi vista al cielo.
—Por eso alumbra la ruta...
—Eres una niña inteligente, Ker.
—Las leyendas no son ciertas, abuelo. Son historias inventadas, eso dijo papá.
El anciano suspiró pesadamente, podía ver cómo el mencionarlo le irritaba tanto.
—Tu padre no quiere que sepas sobre éstas cosas. Pero fuiste llamada por el fuego, no podemos volver porque ya no estás a salvo con él.
—Abuelo... ¿Papá no me quiere?
Se detuvo limitándose a observar a una pequeña niña con una expresión rota, sin entender lo que realmente pasaba y que quizá jamás podría entenderlo cuando fuera adulta.
Se arrodilló y me abrazó.
—Toda tu familia pertenece en la oscuridad, no hay bondad para una niña, pero tú y yo podemos salvarnos gracias a la Luz que te llamó.
—Abuelo, no lo entiendo ¿Estamos dejando a papá?
—Es por tu bien, Keren. Algún día lo entenderás.
Se levantó lentamente, sus rodillas temblaba en su fuerza, ofreciendome nuevamente su mano, acepté sin dudar.
Caminamos ya por una hora aún podía seguir pero mi abuelo se cansaba muy rápido y se detenía cuando el aire le faltaba. Comenzaba a preocuparme; en cambio, él con sólo mirarme recobraba fuerzas para avanzar y prosiguió contando la historia.
—La espada de Los Cielos era del Rey del Sol, con ella gobernaba el orden en toda su expansión. Ningún oscuro se atrevía a sobrepasar en sus territorios o probaban el filo de la muerte y eran calcinados.
Cuando el Rey falleció, las guardianas ocultaron la preciada y codiciada arma. Pero ocurrió lo peor...—¿Que pasó?
—Las guerras, las peleas por la búsqueda de la espada, se levantaba un elegido y luego otro, las guardianas tuvieron mucho trabajo entonces, y una a una fueron perseguidas. Hasta que una guardiana...
—¿Que hizo?
—Vió el caos que la espada provocaba y todos querían tomar el poder, peleaban ya por siglos.
La mujer pensaba que si tomaba la espada podría restaurar su esplendor de nuevo trayendo el orden del Rey, tomó entonces la espada a escondidas de sus hermanas, lo fundió en el fuego del horno del herrero, y el arma ya no era una espada sino un líquido plateado que se podía reflejar como un espejo, parecido al agua y el mercurio. Ella se bebió todo y murió por el poder de la espada.—¿Porqué hizo algo tan tonto?
—La mujer sabía que si eso no funcionaba, entonces la espada dejaría de existir junto con ella, y nadie más pelearía.
—Sigue siendo tonto, abuelo.
—Lo fué, porque la espada todavía está entre nosotros. Esperando que el digno elegido lo tome y gobierne sabiamente como el Rey lo hizo o quizá más de lo que él pudo.
—¿Como sabes que todavía está?
—La Reina Luna todavía brilla, porque el arma aún la sostiene.
—Son sólo historias ¿No? Abuelo...
—Sí, Keren. Una de las que ya no se cuentan.