CAPÍTULO 7

95 31 36
                                    

Oigo un vago sonido semejante a un chasquido.

Me pongo las mantas sobre los hombros y entierro la cabeza en la almohada.

Tic, Tac, Tic, Tac... Sonaba un reloj de agujas desde un sitio lejano.

Bostezo bajo el pesado edredón y me froto los ojos. Anoche tardé mucho en conciliar el sueño y lo único que quiero es darme la vuelta y arrebujarme en el edredón. Pero la luz ya está asomando por los bordes de las pesadas cortinas.

Tengo unas ojeras enormes, me pasé la noche leyendo unos libros de la biblioteca, y estaba nerviosa porque no paraba de darle vueltas a la amenaza, pero un poquito de acción nunca viene mal.

Los libros que estuve leyendo ayer siguen ahí, pero con una fina capa de polvo que brilla por la poca luz del sol que entra a través de las cortinas por el ventanal. Me estiro y hago una mueca de dolor. Tengo los músculos doloridos del esfuerzo de ayer peleando.

Tiro del edredón y saco las piernas. Cuando mis pies tocan la alfombra fría noto un escalofrío que me recorre el cuerpo y me espabila.

Ludo se despierta, tiene la cara peor que yo, con unas ojeras que dan miedo.

Me visto y me aseo para ir a desayunar.

Salgo de la habitación siguiendo la fila silenciosa de alumnos bajo sus capas negras. Tanto silencio me resulta incómodo, aunque a la vez relajante.

***

Hoy no tenemos clase de venenos. La clase de hoy sería distinta. Entré en una clase diferente a las demás. Las paredes están revestidas de madera oscura y el techo está ornamentado con arcos de madera. Las mesas son una única pieza larga que va de lado a lado de la clase, mirando a la mesa del profesor. Son tres filas.

La mesa del profesor estaba cargada de libros, que por lo que parece son técnicas de engaño. La silla es grande y acolchada con respaldo y forrada de terciopelo rojo.

Tomo asiento en la fila del final junto a Ludo. La clase no está llena, solo que sí cargada de ruido.

Miro de reojo a Bruno. Me pregunto si ha sido el responsable de la sangre que había en el espejo de mi habitación. Busco marcas de cortes por sus brazos pero no veo nada. Por supuesto siempre queda Matthew, es italiano también, por lo que el podría haber sido. Pero él aun no ha llegado a clase para escudriñarlo.

Cuando vuelvo a mirar a la puerta entra Amber Lee, con un grupo de chicas que la siguen, en total son ella más siete chicas. Van en silencio hasta que ocupan la mesa de delante.

Lee se gira.

–¿Qué tal Cassandra? –dice con una sonrisa. –Te noto nerviosa. ¿Te intimido?

–Ni lo más mínimo. –digo seria y relajada.

Un chico de aparentes 28 años entra en la clase y se dirige a la mesa del profesor. Es alto y viste de negro completamente, excepto una camisa blanca, lo que hace que resalte mucho. Tiene el pelo negro y engominado hacia atrás, sus ojos son marrones y tiene los labios muy rojos.

–Buenos días alumnos, la mayoría ya me conocéis, pero para los que no, seré vuestro profesor de engaño mental y corporal. Colin Brent. –dice mientras nos mira a Ludo y a mí.

La gente está en silencio, casi hace eco la voz del profesor Brent.

–Cuanto más aprendáis en clase de engaño, menos tendréis que aprender de los demás. –dice desde delante de la primera mesa alargada.

Las dos antorchas de la pared hacen que las sombras bailen por la pequeña aula.

–Algunos de vosotros pensáis equívocamente que vuestras habilidades de lucha son las que os ayudarán cuando estéis en el mundo real. –Brent recorre la mesa con la mirada. –Pero os aseguro que dichas habilidades no os aportarán mucho, es más, os aportarán un 0,1 por ciento de la información que conseguiría un maestro de engaño. Además, cuanto más os esforcéis en esconder vuestras intenciones y adivinar las de los demás, más preparados estaréis para cuando llegue el momento de luchar. Aunque lo contrario también es posible; el engaño puede llevarte a situaciones de las que no puedes salir.

En el punto de mira©️ (ongoing)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora