Se que no soy una chica normal. Al fin y al cabo, ¿qué persona ha sido entrenada desde niña para defenderse y para matar?
No me acuerdo de lo que pasó aquella noche oscura, ni porque a partir de ahí todo se me ha borrado. Lo único que quería eran re...
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–Cass, tienes que salir de aquí. –decía mi hermano. –Van a pasar cosas malas y no tienes porque pasar por esto, enana.
–Me quedo, me quiero quedar contigo.
Sangre.
Cada vez mas sangre, no se de donde proviene.
Mi madre esta tirada en el suelo sobre un charco rojo brillante.
–¡Madre! –grito, pero mi voz suena suave y apenas se escucha. –¡Madre por favor!
–Cass, sal de aquí por favor. –decía mi madre en un susurro. –Llévatela por favor, y cuida de mi hija.
De repente, unas manos grandes me atraparon y quede inconsciente de tanto gritar en sus brazos.
***
Estaba en una habitación. Pero no era la mía, más bien parecía una habitación de un hospital.
Me da la sensación de que lo que acababa de soñar antes de despertar aquí no era un sueño, sino un recuerdo de mi sangrienta infancia.
La habitación era fría, con paredes blancas, y estaba en una acolchada cama pequeña, con una bata blanca que no recuerdo haberme puesto. Me encontraba bajo un pesado edredón blanco, y mis piernas desnudas hacían contacto con éste.
–¿Cómo te encuentras Cassandra?
Trataba de abrir los ojos hasta que vi una figura masculina que se acercaba a mi poco a poco.
–¿Dónde estoy? –pregunto a la figura.
–Estas recuperándote, llevas un día dormida y ayer caiste inconsciente porque te subió mucha sangre a la cabeza. Tenías una rabia fuera de lo normal, y una fuerza desatada increíble. ¿Por qué estabas tan cabreada con Caccini? ¿Qué pasó Cassandra? –dice.
¿Quién es? La figura se acercaba hasta que pude ver su cara, Andrew Laeddis.
–Tuve un recuerdo de mi infancia, y le vi, mató a mi madre. –digo cabreada.
Intenté quitarme el edredón pero no pude, tenía mi mano derecha esposada a una barra de metal a la derecha de la cama.
–Estarás aquí hasta que te recuperes. Y no harás nada a nadie. –dice, y sale de la habitación.
Minutos más tarde, entró Laeddis de una extraña forma, se dirigía a mi a paso muy rápido y muy cabreado. Parecía ser otro. Nunca, en el tiempo que llevaba aquí lo había visto así tan cabreado.
