Capítulo 10

392 51 7
                                    


Nunca antes la palabra divorcio se había sentido tan amarga en los labios de alguien, ni siquiera en las de un propio abogado con tantos años de experiencia.

Divorcio.

Una palabra, ocho letras y cientos de ilusiones rotas, echadas a perder al igual que el matrimonio que tanto tiempo nos había costado construir.

Porque con Chris todo había sido maravilloso desde el primer momento que nos conocimos, pero ahora ya no quedaba nada de eso y cada día quedaba menos.

—¿Por qué, ma belle?— preguntó en un hilo de voz mientras me miraba con los ojos cubiertos de lágrimas—. ¿Qué nos ha pasado?

—No lo sé, Chris... Pero nosotros ya no.— me rompí con solo decirlo.

—¿Nosotros ya no?— cuestionó al tiempo que un sollozo se escapaba de su garganta.

Negué con la cabeza, incapaz de articular alguna palabra, solo quería llorar.

Había perdido a mi marido hace bastante, también había perdido a mi hija...

La única diferencia es que tenía más esperanzas de encontrar a mi hija que de volver a tener a mi marido.

Me encerré en su habitación todo lo que quedaba de día, escuché a Joel y a Christopher gritarse fuera pero no le tomé importancia, gracias a Dios Richard también estaba allí y se pudo hacer cargo de la situación.

Logré dormirme, después de llorar hasta que de mis ojos ya no salieron lágrimas pero el dolor en mi pecho seguía estando presente, y me desperté cuando los brazos de Joel me sacudieron suavemente.

—Hemos encontrado a Índigo.— informó, yo fui rápida en levantarme de donde estaba acostada y mirarlo totalmente emocionada—. Vamos a ir por ella, me pareció buena idea avisarte.

—Gracias.— dije abrazándolo—. Por este tiempo aquí, por ayudarnos a encontrar a Índigo y por todo...

Acarició mi cabello con sus manos y dejó al menos un par de besos en mi coronilla.

—No tienes que agradecerme, Jewel.— susurró tomando mi rostro con sus manos y acunándolo—. Cualquiera habría hecho esto.

Sonreí agradecida, sabiendo que no cualquiera lo haría pero que solo lo decía con el fin de quitarse méritos de encima. Pero la sonrisa fue desvaneciéndose de mis labios al ver sus intenciones, su mirada estaba puesta en mi boca y su rostro cada vez estaba más cerca.

Joel era un hombre guapo, tenía un sex appeal que pocos en París tenían. Pero era uno de los mejores amigos de mi marido, y aunque estuviésemos al borde del divorcio le debía fidelidad.

Sus labios se posaron sobre los míos y yo me alejé con solo sentir el roce.

—No, Joel, esto no...— dije negando con la cabeza, volteé para poder irme de la habitación pero me quedé helada en el sitio al ver a Christopher en la puerta, mirando a su amigo con una expresión dolida en el rostro—. Chris, no es lo que parece...

No debí de decir esa frase, era la típica que todos los infieles decían.

—Te confié todo, maldita sea, todo.— escupió con rabia—. ¿Y tú me lo pagas así? ¿Queriendo tener algo con mi mujer?

—Lo siento, fue un impulso.— se excusó.

—¿Un impulso?— cuestionó irónico—. Esto también es un impulso.

Antes de que pueda decir algo al respecto su puño impacta con la mandíbula de Joel, quien se queja llevando las manos a la zona golpeada pero no intenta devolvérselo.

—Me lo merezco.— admitió tragando saliva.

—¡Por supuesto que te lo mereces, idiota!

—¡Basta!— grité—. Quiero tener a Índigo a salvo, así que dejad vuestros asuntos para después y por favor, vámonos.

Recojo mi cabello en una coleta baja mientras salimos, al parecer Richard se nos había adelantado así que solo era cuestión de seguirle el paso.

Pero al llegar al lugar no me gusta para nada lo que mis ojos ven, el tal Alex Clarck estaba tirado en el suelo y dudaba en si respiraba o no. Metros más adelante estaba Richard sentado y con la cabeza de Índigo apoyada en sus piernas mientras él presionaba con fuerza en su estómago.

—¡No, no, no!— grité mientras corría todo lo que mis piernas me lo permitían hasta donde ellos se encontraban.

—Le ha disparado, ya he llamado a una ambulancia, seguro que no toda demasiado en llegar.

No podía permitirme perder a mi hija, porque si la perdía a ella lo perdía todo.

París dejaría de ser París, solo quedarían los recuerdos.

Recuerdos de ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora