Capítulo 19

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—Así que tú eres el chico que le salvó la vida a mi mujer.— supuso Christopher mientras acariciaba su mentón—. Te imaginaba un poco más mayor, eres bastante joven.

—Lo soy.— admitió al tiempo que asentía con la cabeza—. Tú eres su novio, ¿no?

—Su marido, en realidad.— alzó su mano para mostrarle el anillo que todavía llevaba en su dedo anular.

Erick sonrió ampliamente, mostrando sus blancos y bien alineados dientes, sus ojos se achinaron brevemente con esta acción. Acto seguido volvió su atención a mi.

—Me alegro tanto de que ahora si estés bien... — dejó escapar un suspiro—. Bueno, tienes el número de Zabdiel así que de alguna forma u otra estaremos en contacto si tú quieres. Es mi momento de irme.

—¿Qué? No...

—Erick, pasa a tomar aunque sea un café.— le ofreció Chris—. Te debo una muy grande, amigo.

—No me debes nada, es lo que cualquiera habría hecho.— replicó.

—Insisto, pasa a tomar un café.

Su mirada pasó del uno al otro repetidas veces antes de darse por vencido y asentir ligeramente.

—Bien, pero sólo un café.— aceptó finalmente.

Dejé que Christopher lo guiara mientras yo cerraba la puerta y los seguía un par de metros atrás, habían sido rápido en iniciar una conversación de la que yo estaba totalmente ausente.

Pocos minutos después ya estábamos todos sentados alrededor de la mesa, Erick hablaba animadamente sobre su trabajo, Christopher decía algún que otro comentario y yo me limitaba a escucharlos en silencio.

Pero el ojiverde dejó de hablar cuando Índigo se hizo presente, estaba recién levantada y venía regresando sus ojos mientras bostezaba.

—Buenos días.— saludó, acercándose a su padre para besar su mejilla y después imitando la acción conmigo—. Oh, perdón, no sabía que había visita.

—No te preocupes, cielo. Él es Erick.— lo presentó como si fueran amigos de toda la vida—. Erick, ella es Índigo, nuestra hija.

—Un gusto conocerte.— dijo él regalándole una sonrisa, ella le devolvió el gesto.

Ella se sentó con nosotros, Christopher fue rápido en levantarse para ir a prepararle un Colacao como todas las mañanas.

Como la cuidaba...

Bien, con dieciséis añitos podría preparárselo ella misma pero su padre insistía en mimarla.

En fin.

Erick se pasó alrededor de una hora con nosotros, después se despidió con la excusa de que tenía algo importante que hacer. Aún así le dio tiempo de intercambiar su número telefónico con Índigo.

Al llegar la tarde dejamos a Nathan y a Índigo juntos, pues habían quedado de ir al cine ver una película que se había estrenado hace poco. Nosotros, por nuestra parte, teníamos una cita que organizar.

Dejé mi cabello suelto y vestí en mi cuerpo uno de esos vestidos que usaba con poca frecuencia, cuando tenía veinte años se me veían mucho mejor que ahora.

—Deja de darle tantas vueltas, te ves condenadamente preciosa.— opinó Christopher desde la puerta, me sonrió ampliamente antes de extenderme el ramo de lilas que traía consigo—. Ten, ma belle.

—Pensé que esta vez si serían rosas.— bromeé haciéndolo reír.

—Las rosas están sobrevaloradas.— se encogió de hombros tomando mi mano y entrelazando nuestros dedos—. ¿Lista para nuestra cita?

Asentí sonriente, no había cosa que más deseara que volver a tener una cita con él, y más si se trataba de un intento de recordar nuestra primera cita.

Hasta el momento habían estado todos los detalles: las lilas, el camino en bicicleta, las risas durante el trayecto, mi impresión al llegar al hermoso campo de lilas que tanto me gustaba desde aquel entonces.

Había una manta extendida en el suelo con una cesta en el medio, mis ojos dieron con las fresas que allí había y negué con la cabeza.

—Hay cosas que no van a cambiar, ¿eh?— opiné sentándome allí, él tomó asiento frente a mi y me miró con ese brillo de diversión en los ojos que tanto lo caracterizaba.

—Hay cosas que no queremos que cambien.— murmuró tomando la fruta entre sus dedos y llevándola a su boca para darle un suave mordisco. El rojo jugo resbaló por sus labios y fue suficiente para que yo me inclinase y lo besase, degustando el sabor de las fresas.

—Una delicia.— susurré relamiendo mis labios, él imitó la acción para después tomar otra fresa y acercarla a mi boca.

Yo mordí esta tal cual me estaba pidiendo y aproveché también para chupar sus dedos, haciéndolo sisear entre dientes sin despegar la mirada de mis ojos.

—Déjame comprobarlo.— su voz sonó ronca y extremadamente sensual en mis oídos, fue su turno de acercarse a mí y besarme a su antojo. Probando el dulce sabor de la fruta de mis labios—. Tienes razón... C'est un dèlice.

Me recosté y tiré de él para que imitara mi acción. Si lo íbamos a hacer todo tal cual, quería al menos que esta vez fuera tan especial como la primera.

Recuerdos de ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora