Capítulo 12

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Habían pasado días e Índigo se rehusaba a hablar con alguien sobre lo ocurrido. Ni siquiera los psicólogos habían podido sacarle una sola palabra.

—¿Qué vamos a hacer con ella?— preguntó uno de los médicos—. No quiere abrir la boca ni aunque le paguen... Tal vez es mejor tenerla más tiempo ingresada.

Las facciones de mi marido endurecen, se notaba a leguas que la idea no le agradaba ni lo más mínimo.

—No dejaré que presionen a mi hija para que diga algo, ya hablará cuando quiera hacerlo.— mantuvo su tono calmado—. Los informes médicos aseguran que todo está bien así que no veo razones para que se quede aquí.

—Señor, debe de entender que es por su bien, si ella habla con la policía será mejor para todos.

—¿Sabes que retener a una menor en un hospital puede considerarse un delito?— sacó su lado de abogado para verse más amenazador—. Sobre todo cuando es porque a ti te place y no porque lo necesita la paciente.

El médico traga saliva un tanto incómodo, dándose cuenta que no debería de haber hablado tanto.

—Si no lo sabes te lo digo yo, así que ándate con cuidado con lo que dices y dale el alta de una maldita vez.

—Desde luego, la señorita podrá volver a casa cuando quiera.— dijo dando un leve asentimiento—. Si me disculpan...

Se retiró para dejarnos a ambos solos, mi mirada pareció decirlo todo porque Christopher no dudó en negar con la cabeza. Señal de que no era el momento idóneo para hablar, ya lo haríamos al llegar a casa.

Y así fue, pues ninguno de los dos dijo nada hasta que llegamos a casa.

—Índigo, cualquier cosa sabes que estamos aquí.— le dije al ver que se iba directa a su habitación, ella se giró para asentir ligeramente y después continuó con su camino, de mis labios se escapó un sonoro suspiro.

—Esto es lo mejor para ella, no estar encerrada en un hospital escuchando como le recuerdan una y otra vez por lo que tuvo que pasar.— dijo Christopher mientras se dejaba caer en el sofá—. Hay que hacerle saber que nada ha cambiado y que todo seguirá igual de ahora en adelante, Índigo hablará con nosotros cuando se sienta preparada para hacerlo.

—¿Y si no lo hace?— cuestioné temerosa—. ¿Qué pasa si se cierra también a nosotros?

—Ten un poco de fe, mon amour.— respondió llevándose una de sus manos al cabello y peinando este con sus dedos—. Hay que dejarle respirar, ya verás como todo fluirá...

Decirlo sonaba tan fácil que casi hacía que las cosas también pareciesen así... No quería ni imaginarme como había de estar Índigo después de todo, el tiempo que pasó allí encerrada debió de ser muy duro para ella.

Intento hacerle caso a sus palabras y "dejarle respirar" pero mi instinto de madre me dice que debo de ir con ella.

—Jewel, no...— no le hago caso a sus palabras, simplemente camino en dirección a su habitación y entro en ella sin siquiera tocar la puerta.

Lo primero que ven mis ojos es la imagen de mi hija llorando desconsoladamente mientras miraba algo en su teléfono móvil, el corazón se me encoge dentro de mi pecho y tengo que poner todo de mi para no llorar también. Me acerco a ella y rodeo su cuerpo con mis brazos, ella deja que la abrace mientras solloza.

—Mamá, no puedo...

—Mi amor, está bien, tranquila...— susurré acariciando su cabello, alzó la mirada para mirarme al tiempo que negaba con la cabeza.

—No, no... Es que estás viendo las cosas como no son.— dijo en un hilo de voz—. Yo lo amaba.

No soy capaz de decirle algo, amar es un sentimiento bastante profundo que dudaba que sintiera por él, pero no soy quien para cuestionar eso.

—Él me estaba protegiendo...— sorbió su nariz antes de continuar—. La que debería de estar muerta sería yo.

—No digas eso ni de broma, Índigo.— sentí como el aire llegaba con dificultad a mis pulmones, a ninguna madre le gustaba escuchar palabras como esas viniendo de su hija—. ¿De quien te protegía?

—De él...— declaró entre lágrimas antes de aferrarse a mi cuerpo y dejarse romper—. De ese hombre, mamá...

Mi mente se encontraba más confusa que antes, me es tan complicado poder asimilarlo todo. Mis ojos encuentran los de Christopher, quien se encontraba en la puerta de la habitación con las manos en los bolsillos y con una expresión de preocupación en el rostro.

—¿Quién es el hombre, Índigo?— pregunté en voz bajita.

—Tú lo conoces... Él hablaba mucho de ti.

Mis manos tiemblan ligeramente, pues aunque quería tener la mente en blanco no era así, la imagen de un hombre en particular estaba ahí. El único problema era que ese hombre estaba muerto.

Recuerdos de ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora