Los papeles del divorcio estaban encima de la mesa del comedor tal cual los había dejado, la única diferencia es que ahora estaban cubiertos con la firma de un tal Christopher Vélez.Al parecer él si estaba dispuesto a concederme el divorcio, ahora que yo me lo estaba replanteando...
—¿Qué pasa, mon amour?— cuestionó al verme estática, en sus manos traía una taza de café y con dos de sus dedos removía la cucharilla para disolver el azúcar en el líquido.
En lugar de hablar opté por la opción de tomar los papeles con mis manos y alzarlos para que pudiera verlos y saber a lo que me refería.
—¡Oh, eso! — chasqueó su lengua contra su paladar—. No servirá de nada si tú no los firmas.
—Es que no tiene sentido.— solté negando con la cabeza—. Me amas pero me firmas el divorcio, no te estoy entendiendo.
—Jewel, ya te lo he dicho y no tengo problema en repetírtelo... — suspiró—. Por supuesto que te amo, es por eso que si tu felicidad está en otro lugar, en otra persona... Yo voy a aceptarlo, aunque a mi me destroce todo por dentro.
—Eso es muy bonito.— opiné, sabía que Christopher no era un tipo egoísta sino todo lo contrario. Siempre me ponía a mi por delante de sus necesidades—. Pero quiero saber que es lo que tú quieres.
—A ti, Jewel, te quiero a ti siempre.— admitió con una sonrisa de sinceridad dibujada en los labios—. Pero también quiero tu felicidad.
—Mi felicidad fuiste tú durante muchos años.— le hice saber.
Ambos nos quedamos en silencio durante algunos minutos, solamente mirándonos el uno al otro y con el humo que desprendía su caliente café entre nuestros rostros.
—Y creo, o quiero creer, que lo seguirás siendo durante muchos más años.— susurré finalmente.
Las comisuras de sus labios se alzan en una sonrisa y las mías luchan para no imitar la acción.
—Que así sea.— susurró—. No quiero conformarme con nuestros recuerdos de París.
—¡Oye! Nuestros recuerdos de París son una fantasía.— me quejé—. De hecho, no nos vendría mal recrear alguno.
—El de la azotea o el de la terraza... Oh, tal vez el de la piscina.— enumeró antes de llevarse la taza a los labios y dar un trago a su café, todavía con esa expresión pensativa en el rostro.
—No hay necesidad de que sea un recuerdo sexual.— murmuré negando con la cabeza.
—Esos son los que primero vienen a la mente, no trates de negarlo.— alzó sus cejas—. Oh, mierda, tal vez deberíamos de hacer un picnic como en nuestra primera cita.
—Admito que esa no es una mala idea.— me encogí de hombros.
—Bien, prepara uno de esos vestidos que tienen aires de primavera, yo me ocupo de todo lo demás.— me guiñó un ojo—. Ah, por cierto, recuerda que en nuestra primera cita tuvimos nuestra primera vez.
Antes de que pueda decir algo al respecto desaparece de mi vista, dejándome con una sonrisa tonta en los labios y el cuerpo lleno de ilusión como si fuéramos adolescentes otra vez.
París era una ciudad mágica en todos los aspectos de la palabra, cualquiera de por aquí podría confirmarlo. Un lugar con tanta fama por los monumentos que por aquí había, los museos, los extensos campos que tanto llamaban la atención, el amor que desbordaba, la moda, la comida, la gente...
El sonido del timbre hace que deje mis pensamientos a un lado y vaya a pasos lentos hasta la puerta de la entrada, soy consciente de que Christopher también había salido de la cocina al escucharlo y venía un par de metros detrás de mi.
Me sorprendo cuando al abrir está el pelinegro de ojos verdes que me había ayudado ayer.
—Hola.— saludó con timidez—. Solo quería asegurarme de que te encontrabas bien, Zabdiel me dijo en donde te había dejado ayer así que supuse que sería tu casa.
—Estoy bien, gracias.— sonreí enternecida echándome hacia un lado—. ¿Quieres entrar?
—Oh, no... Yo no venía con esas intenciones ni mucho menos.— sacudió ligeramente su cabeza—. También quería informarte de que el hombre de ayer, bueno...
—¿Se escapó o...?
—Está muerto.— soltó como si nada.
Tragué saliva al tiempo que asentía, por alguna razón no me estaba afectando en lo más mínimo, de echo creo que hasta sentí un alivio enorme recorrer el cuerpo.
—¿Tú lo mataste?
—Fue en defensa propia.— bufó—. Ya he tenido esta conversación con la policía...
—No voy a juzgarte ni nada por el estilo, él me hizo mucho daño en el pasado y... regresó para seguir haciéndolo.
—Entonces... ¿ayer te estaba haciendo daño?
—Ayer estaba retenida a la fuerza en un lugar del que no sabía su existencia, lejos de mi familia y de mi hogar.— confesé—. Que tú estuvieras allí fue un maldito regalo del universo para mi.
Él sonrió ladeando su cabeza y su mirada se desvió a un punto detrás de mi cuerpo, no necesitaba voltear para saber de que (quien) se trataba.
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Recuerdos de París
Fanfiction¿Es tan fácil, como dicen, la vida amorosa de dos personas en la ciudad del amor? París. Allí donde todas las emociones se multiplicaban, donde el amor se vivía muy intenso y el desamor muy vulnerable. Donde nacen las ilusiones pero también donde...