Un toque en las aguas

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Llovió la noche entera, como un sentimiento contagioso que se adhiere a las paredes y se cuela entre los espacios

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Llovió la noche entera, como un sentimiento contagioso que se adhiere a las paredes y se cuela entre los espacios. Diminutas gotas  cayeron sobre la barra, las cuales despertaron la curiosidad del ángel. Las protecciones sobrenaturales del recinto les  hacían invulnerables a algo tan mundano como un aguacero. A menos que hubiese habido un cambio en el balance.

Dobló la toalla con la precisión con la que hacia todo en tiempo de calma y comenzó a buscar a Gerard. El demonio no estaba en el recinto, lo que siempre indicaba factores sorpresa. El poder de las fidelidades lo mantenía en La Escalera mientras Sage se ausentaba a sus labores celestiales. Esta vez, nada... 

Salió a la calle. No recordaba hace cuanto había recorrido Savannah, pero siempre era por necesidad. Sintió la presencia del demonio y supo a donde dirigirse. A pesar de eso, no pudo evitar sorprenderse.

Gerard estaba de pie frente a las escaleras de la iglesia a la que todos conocían como la de los negros. Una de las tantas excentricidades de Savannah, donde los amos calmaban su consciencia, permitiendo que sus esclavos rindieran servicios. Le acompañaba el padre Silpher. Sage no había puesto sus ojos en el reverendo desde el día de la boda. Y fue entonces que entendió, sin intervención divina, que el cambio que se había colado entre las vigas, pudriendo y expandiendo la madera, estaba relacionado con Magnolia Devereaux. 

—¡Buenas noches, buen señor! —Saludó el religioso—. Aquí su chico no ha querido entrar a este recinto sin su permiso. Tiene usted un muy buen muchacho en Gerard.

La ironía no pasó desapercibida. Esa persona a quien el reverendo llamaba "chico" en apariencia era de la misma edad de su acompañante. La frase condescendiente convertida en un acto de piedad tenía por motivo disminuir la capacidad de Gerard de ser un hombre, solo por el color de su piel. Sage se preguntó si  el sacerdote estaba consciente de sus palabras y luego inclinó la cabeza para evitar decir que ese "chico" había pisado el cielo con el cual todos los humanos sueñan cuando aún no se había concebido un espacio para ellos. Pero prefirió responder:

—Gerard es un buen hombre, y confío en el de forma implícita. La pregunta es, ¿qué amerita mi presencia?

—Verá usted, amo  —contestó el demonio haciendo hincapié en la palabra—. Necesitamos su patrocinio para escoltar unas almas al norte, almas que han visto el infierno en estas calles de Savannah. Usted tiene el dinero, el reverendo tiene los contactos, aquí entre estas paredes y yo... Yo nada más quiero estar seguro de que su gracia me cubra, señor. He pecado tanto que si doy un paso aquí adentro, las paredes podrían colapsarse.

—Muy gracioso —, murmuró Sage.

La iglesia estaba sumida en la oscuridad, salvo por un par de velas, acomodadas en un platillo. La figura de una mujer y una criatura se dibujaba entre los trémulos intentos de luz que arrojaban las pequeñas llamas. Hermanos, madre e hijo, unidos por un arreglo de compra. No valía la pena preguntar. En circunstancias como las que estaban a punto de enfrentar, todos eran familia. Dispuestos a vivir o morir a partir del intento.

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