Un baile al borde del abismo

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Las bodas de octubre siempre cargan con un extra de nostalgia

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Las bodas de octubre siempre cargan con un extra de nostalgia. Se dice que quien se casa en otoño se arriesga a pesares. Pero son pocos los que piensan sobre estas cosas.

La felicidad es ciega.

La casa Devereaux de Savannah quedaría en manos de Trinidad y Martha Pelman esa noche. Jackson y Magnolia habían acordado viajar a Virginia tras la boda. No hubo tal cosa como ceremonias previas, nada de cenas elegantes o brindis con asociados y otras familias de influencia. Solo Susanne y Maurice, representando a la familia de Tallahassee, Martha por Jax y Trinidad por Magnolia.

Por otro lado, la boda y la celebración exigían un demostrar a la ciudad de Savannah. La iglesia estaba llena de allegados; conocidos en papel, de clientes para la corporación de algodón y azúcar sobre los cuales Maurice estaba feliz de presidir. No tuvieron inconvenientes en celebrar la boda en un local privado. La costumbre dictaba el uso de la casa, pero  era algo que el protocolo perdonaría, a causa de la reciente muerte de Jeanine.

Desde temprano en la mañana, los curiosos comenzaron a asomarse a la plaza Lafayette. Magnolia Devereaux era muy comentada, pero poco conocida. A penas si se le había visto desde que hace unos años llegara desde Florida con su prometido y exótica nana, a ver por su madre moribunda. Jackson era un tema para tratar con igual curiosidad. Egresado del prestigioso Instituto Militar de Virginia, el joven a mediados de sus veinte se acercaba a ser capitán del ejército. Sería una boda de sobrio azul de uniforme contrastando el traje bordado en perlas de la novia.

El altar esperaba, bañado en la suave luz matutina y adornado en rosas y hortensias.

—Jackson, un caballero ha pedido hablar contigo antes de que comience la ceremonia. —El padre Silpher parecía más severo que de costumbre. Era un buen hombre, pero odiaba cualquier elemento que alterara la rutina.

—¿Es acaso Kendall Leese, de Baton Rouge? Es la única persona en mi lista de invitados y según entiendo no podía presentarse por razón del estado de gravidez de su esposa.

—No. Dice haber llegado desde Florida. Se niega a declarar si es conocido del novio o la novia.

En todas las bodas hay uno, supongo. —Jax miró la hora. Apenas faltaban treinta minutos para la ceremonia y Magnolia no era conocida por seguir tradiciones absurdas. Ella estaría allí justo en el momento. No se permitiría llegar apropiadamente tarde—. No hay problema. Hablaré con él, lo acomodamos donde sea.

Quien les estaba esperando justo afuera de la oficina parroquial vestía un impecable traje de suave crema. Contrario a lo que se piensa, el infierno no necesita anunciarse en oscuras tonalidades todo el tiempo, solo cuando se cobran deudas y la etiqueta dicta que las bodas no se prestan para tales cosas.

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