Jax y Magnolia

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Magnolia se detuvo en el marco de la puerta que daba al pasillo del jardín

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Magnolia se detuvo en el marco de la puerta que daba al pasillo del jardín. Sintió el amarre de Trinidad pegar como un gancho certero contra su cuerpo.  Su nana había sido mambo de Nueva Orleans antes de ser bruja y aunque los misterios ya no le favorecían, contaba con esa conexión ancestral a la tierra, mucho más genuina que los dones concedidos a las Devereaux, lo que amplificaba su magia.

Tuvo un momento de duda. Podía sentir a Rashard esperándole en las inmediaciones de la casa, con esa cualidad que solo a él parecía pertenecer: el pasar de presencia espectral a cuerpo presente. Solo requería que ella lo conjurara y terminaría el trabajo por ella. Entonces, ¿qué le detenía?

Todo cesó. Tanto Rashard como Trinidad se perdieron ante otra presencia, una que le hizo apresurarse hacia el jardín. Su piel se sentía húmeda y fría. Embargada por un presentimiento, parpadeó dos veces, tratando de sacudirse esa sensación extraña, como si alguien hubiese pisado su tumba. 

Fue entonces que lo vio.

Estaba vestido con una ropa de campo, un pantalón grueso de arpillera y una camisa que le quedaba algo corta en los brazos. Por un instante pensó que su peor pesadilla y su más ansiado sueño se habían cumplido, que de alguna manera. Tras obligar a Trinidad a confesar sus maldades, todo terminaría allí. Jackson había regresado. Concibió la idea de que su esposo tal vez había sido dejado por muerto y simplemente desertó. Y ahora, inocente, se abrazaba a la nana como quien busca desesperadamente el sentir llegar a casa.   

—Jackson...

Ojos azules se asomaron entre unos rizos dorados. Su mirada vacante no parecía reconocerla. Trató de pronunciar una palabra que se perdió en sus labios, de donde emanaba un rojo vivo que se deslizaba por su barbilla y sobre el pecho. Algo poderoso, instintivo y animal dominó sus facciones y en cuestión de segundos volvió a perderse en Trinidad, quien yacía entre sus brazos. La escena era tan íntima como tan brutal; el lado oscuro del encuentro entre una madre y un hijo... una ceremonia casi religiosa donde la carne y la sangre consumida liberaban el espíritu. Magnolia vio el alma desprenderse del cuerpo de Trinidad. Abandonó su cuerpo entre un estertor de muerte y un suspiro. Azul, pequeña y brillante como en los cuentos del bayou que escucho en su niñez. 

La esfera de luz se hizo más potente que la luz natural y se abrió paso a velocidad vertiginosa contra el hombre de negro, cuya piel hirvió con el simple contacto.  Se escuchó una voz que rasgó el silencio nocturno con un inconfundible acento criollo francés que una vez más le recordó a casa.

Je le aime les anges. —La voz no provenía de la luz, la cual se había aferrado al cuerpo humano de Rashard, quemando la piel de su avatar de carne, haciendo que se rasgara e hirviera antes de carbonizar hasta el hueso. El hombre de negro no gritó, tal vez por no perder su dignidad o por el hecho de que el alma de Trinidad se había aferrado a su garganta, haciendo un agujero en el tejido blando y consumiéndolo desde adentro—. Los amo a ustedes, los ángeles. Porque no importa que tan profunda su perversidad, siguen viviendo por reglas. Se rebelan contra el cielo solo para estructurar un infierno con miles de rituales establecidos. La burocracia tiene un precio, mon amour, y es así como un oráculo puede intervenir tranquilamente entre el cielo y el infierno. Tienes que volver, y restaurar tu cuerpo, ¿no? Entonces hazlo, antes de que tengas que esperar un siglo o dos para reparar el daño.

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