La Escalera

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El bar La Escalera es un lugar sin pretensiones, un hueco entre tantos otros edificios de la Calle Harris en Savannah, Georgia

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El bar La Escalera es un lugar sin pretensiones, un hueco entre tantos otros edificios de la Calle Harris en Savannah, Georgia. La gente suele olvidar la localización y hasta el nombre del bar. A veces les basta con señalar que el mismo queda a la sombra de la iglesia.

Nadie entra a tomarse un trago por casualidad en ese establecimiento. Sus puertas de gruesa, oscura y fragante caoba siempre están abiertas, pero la gente pasa sin mirar dos veces, pendientes de la algarabía de la Calle River o curiosos ante los bares soterrados de la Calle Market, de los que se dice fueron escondites de piratas.

A Sage, el dueño del bar, poco le importa no tener oleadas de clientes. El barman siempre ha entendido que su negocio implica encontrar la persona indicada en el momento preciso para invitar a un trago.

In Vino Veritas —en el vino reside la verdad—, es una frase que ha estado dando vueltas desde que el Imperio Romano era el estándar contra el cual se medían las ansias de poder de la humanidad. Puede que tal imperio fuese ahora una ruina, pero la frase perdura, delineada en letras lapislázuli sobre el opaco vidrio contra el cual descansan cantidad de licores selectos. Se comenta que un trago servido de mano de Sage tiene la capacidad de hacer enfrentar a quien lo toma con sus verdades más ocultas. Un precio algo alto a pagar por un momento de satisfacción.

El barman siempre ha tenido muy buen instinto para conservar botellas de preciado líquido.

Por ejemplo, en el estante superior de la barra hay un contenedor oscuro entre tantas otras botellas privadas del alcance de potenciales clientes. La botella no es solo negra, es el constante recuerdo de que en un momento existió tal cosa como la total carencia de color. El contenido es turbio, la esencia del propio caos. Si alguien tomara apenas un sorbo, enloquecería, consumido por el desorden y el vacío.

Solamente Sage sabe quién embotelló ese líquido y mencionar su verdadero nombre le es imposible. El barman solo recuerda la facilidad con la que unas manos se posaron sobre la tempestad de esas primeras aguas para encerrar la vorágine de elementos que impedían el avance de la vida ante las tinieblas. Esa botella en particular jamás volverá a abrirse. Sage la mantiene como un constante recuerdo de aquel que le ordenó en su trabajo particular.

Hay otra, sin embargo, la cual ha abierto de vez en cuando. Es un licor sumamente amargo, un concentrado de ira, el perdón que no alcanza cuando ya se ha perdonado setenta veces siete. Abrió esa botella por primera vez a las puertas de una ciudad que nunca ha sido vista por ojos humanos.

En aquel entonces Sage respondía al nombre de Sachael, una combinación de su oficio y el sello de aquel quien se lo había impuesto.

Sachael, quien vela por la claridad del pensamiento y el fluir incesante de las aguas.

De pie al filo del abismo, derramó un brindis por los caídos. Se le fue permitido, pues a pesar de lo que se cuenta, en algún momento, tanto los que pasaron a ser llamados ángeles, como los conocidos por demonios, fueron hermanos.

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