Los muertos no hablan

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—¿Qué esperas, Magnolia, para pedir lo que desees?

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—¿Qué esperas, Magnolia, para pedir lo que desees?

Nicholas Rashard, o al menos su presencia, acompañaba a la joven en el jardín.  A veces, sobre todo en las mañanas, la bruja podía ver con claridad el contorno de su rostro, enmarcado por un elegante corte en su cabello rojizo.

—No me interesa hablar contigo, cuando es dolorosamente obvio que no pudiste cumplir con el mínimo de lo que pedí de ti. Valiente demonio. Con todo lo que se dice que ofreciste a mi familia y con lo poco que te pedí. Hay quien dice que eres el mismo diablo, pero eres de tan poca monta que no pesa pensar que eres un impostor. Ahora, si no te molesta —sus ojos verdes se posaron en la figura espectral—, vuelve a tu silla en Cassadaga, de donde no te he conjurado. Tengo rosas que atender.

El hombre de negro rio.

—Tengo dones de los cuales no se habla, pues sería contraproducente. Se dice que miento, pero nunca te he dicho algo que no sea verdad. Mi reputación precede y eso lo entiendo, como también entiendo que escogiste creerle a tu nana y por eso nunca has optado por obligarla a decir la verdad de lo sucedido con Jackson. ¿Qué temes Magnolia? Que acaso justifique su muerte como lo hizo con Philippe, Martha, Pelman padre... Y peor aún, que lo aceptes, como hiciste con todo, desde niña. Trinidad no es tu nana, es tu carcelera. El día que entiendas eso, entenderás que mi gran virtud es la paciencia. Todavía te espero.

Pudo sentir sus dedos acariciarle el cabello, bajar, siguiendo la curvatura de su oreja y su cuello. Íntimo, agradable incluso. Magnolia continuó atendiendo las rosas. Mientras más se concentraba en las flores le era fácil echar de su mente el deseo inconsciente de ver a Rashard. Había logrado  mantenerlo a raya por dos años. Pero, de forma inevitable, cada espacio en blanco, cada duda, le llevaba a sospechar de Trinidad.

Su nana había salido a los puestos de la rivera, se tardaría al menos tres horas en llegar. La casa estaba sola. Magnolia subió las escaleras hasta el cuarto de Trinidad.  La habitación era el reflejo de perfecto orden en suaves azul pastel, ricos cremas y atrayente blanco. La joven se arrodilló en el suelo, levantando el frente de sus amplias faldas hasta la altura de sus muslos, lo que le permitió levantar su cuerpo y arquear su espalda hasta descansar la cabeza en el suelo de la habitación. Comenzó a recitar el encantamiento suavemente, en total control.       

  —Todo aquello que en esta habitación ha visto, todo lo que ha tocado, que se haga presente ante mis ojos, táctil a mis manos. Nada ha de quedar oculto.

Se vio a sí misma entrar en la habitación, cumpliendo rituales habituales. Leyendo un libro, durmiendo entre sábanas de grueso hilo, escogiendo vestidos de domingo... y justo cuando estaba por darse por vencida, sintió como se despojaba de los guantes para remover un pedazo de entablado entre el suelo y la pared.

Allí estaba la caja. 

Magnolia nunca se había interesado en la caja, excepto cuando necesitaba un consuelo más allá del que podía ofrecer su nana. Recordaba haber bailado con su padre con ilusiones de niña, pero en aquel fatídico día, cuando Philippe destruyó los tulipanes, entendió que utilizar el objeto mágico solo restaba paz a los espíritus, los cuales eran forzados a presentarse en el plano terrenal para el entretenimiento de quien los convocara. Siempre y cuando el intermediario conservase algo que les perteneció en vida.

—Nunca quise preguntar, Trinidad. Pero si Godfry no estaba desacertado y el hombre de negro no miente, entonces aquí debes tener algo que perteneció a Jackson. Es... fue demasiado importante en mi vida como para no querer controlarlo.

Tomó la caja entre sus manos y la abrió.

Para su sorpresa encontró que la misma tenía un doble fondo. Si bien reconocía las prendas de aliados y familiares, los cuales, conociendo el ritual, se habían prestado en vida a volver desde la muerte, en el fondo de la caja encontró un broche de Martha Pelman y una prenda que no reconocía, un pañuelo manchado con sangre.

—¿Quién eres? —Preguntó, temiendo saber la respuesta.

Cerró los ojos y se concentró sobre la tela como tantas veces había observado a Trinidad hacerlo. Sabía que en cuanto hiciera el conjuro, dependiendo del tiempo pasado desde la muerte y lo valioso que el difunto fuera para Trinidad, su nana presentiría que alguien estaba haciendo uso de dones. Pensó en todas las preguntas que tenía pendientes y llamó un nombre: Jackson Pelman.

Para su sorpresa, al abrir los ojos, no encontró frente a si el espectro de su esposo, si no a la presencia del padre de Jax.

✨✨✨

En toda ciudad con conexión al mar y un reclamo de historia hay, sin duda alguna, un callejón de piratas. Ese paradero donde las gentes de buena reputación se hacen escasas y si es que apareciera un caballero, todos cuestionarían sus intenciones.

Ese era el caso del hombre de negro, quien había degustado una sopa de cangrejo bastante decente para la mala reputación del restaurante. Algo parecía tenerle muy complacido, pues pidió un segundo platillo y una copa del brandy más fino que el establecimiento pudiese ofrecer.

—No voy a preguntar que le trae por aquí, señor, porque seré de baja clase, pero educada, y además, el silencio deja muy buenas propinas. —La camarera se acercó a Rashard con el pequeño plato de sopa humeante—. Lo que si voy a preguntarle es, ya que está aquí, ¿qué encuentra tan gracioso?

El hombre de negro atrapó a la mujer con la mirada. Sus ojos tenían un brillo especial que complementaba una perfecta sonrisa. Por un momento se permitió darle a la simple mesera una esperanza, la idea de que por sí misma lograría salir de allí algún día, ser una gran dama. La mujer casi pudo sentir el peso de las joyas en su cuello, el suave de la tela, su piel fundida con el delicado aroma de perfumes de París. Fue algo efímero, que dejó en la camarera una sensación terrible de vacío al encontrarse de vuelta, recogiendo los cubiertos. Rashard continuó, obligándola a contener las ganas de llorar.

—Que contrario a lo que dicen sus mejores clientes, los bucaneros que se reúnen en el salón con rápido acceso a la calle trasera... los muertos sí tienen mucho que contar.

 los muertos sí tienen mucho que contar

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