Rituales

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A las lunas de diciembre se les llama lunas frías

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A las lunas de diciembre se les llama lunas frías. Se asoman bañando de azul un cielo que el invierno ha forzado a ennegrecer con premura. Alimentan la impresión de un frío intenso, aun en el corazón del sur.

Trinidad sabía lo que debía hacer. No era propiamente su deseo, pero lo encontró preferible a la alternativa: que fuese La Dama del Cementerio quien anunciara la muerte de Jackson a Magnolia. Pidió entre suspiros un poco de misericordia, si es que tal cosa existía en el corazón de Brigitte. La respuesta nunca llegó, al menos de una forma directa.

Las pocas entre horas en las que pudo dormir al abordar el tren soñó con su niña. Magnolia le había pedido ver a través de sus ojos. Odiaba mantenerla en la incertidumbre, sabiendo que llevaba la peor de las noticias, pero tomaría su tiempo. Rashard no aparecería, pues no tenía nada que ofrecer para solidificar su trato con la joven. Brigitte guardó silencio, esperando su pago, y bien que había que honrarla.

Trinidad se detuvo un par de estaciones antes de Savannah y compró una carreta. A veces tenía sus ventajas "pasar". Era lo suficientemente clara como para que no le cuestionaran sus medios y lo suficientemente negra para que nadie se interesara con preguntas. Condujo la carreta por su propia mano hasta la espesura de los bosques en las inmediaciones de Augusta. Esperó  a que la luna marcara la cercanía de la media noche. No fue muy delicada al sacar el cuerpo de Jackson de la parte trasera. No porque no le tuviese consideración, pero porque al ser mujer no tenía la fuerza suficiente para bajar la caja de pino de forma delicada. Así que desencajó los amarres y asustó al caballo, quien al moverse provocó que la caja cayera con un ruido estrepitoso, resquebrajando la madera. Terminó de sacar el cuerpo de entre la caja como pudo. Podía sentir el frío de la muerte al tocar la tela, pero el ritual indicaba que debía tocarlo con su propia piel, aun cuando sus manos se helaran.

Encendió una veladora roja y una negra, ambas derritiéndose sobre un plato de madera cedro. En el espacio que quedaba hasta la media noche ambas se harían nada y la primera en derretirse indicaría quien habría de recibir la ofrenda.

Descubrió el rostro del difunto, retirando la mortaja. Sonrió amargamente mientras peinaba su cabello rubio, el cual la luz de la luna hacía ver cenizo. El frío del invierno había conservado el cuerpo del capitán Pelman, pero ya se estaba comenzando a acumular el humor vítreo empozándose entre los ojos y las pestañas, dando la impresión de estar derramando lágrimas.

—Es difícil pensar si valió la pena, Jackson. Tal vez debí haberles dicho todo, a ambos y confiar en el amor que se profesaban. Juro que no quería un mal para ti. Simplemente, no entendí las señales. Una tras otra vuelta de carta, de adivinación, decía que serías el protector de Magnolia, que la separarías del hombre de negro. Por tu mano, su alma estaría a salvo y no fuiste más que un amor. A veces hace falta más que eso... Lo lamento, muchacho. Lamento haber empeñado tanto hasta costarte la vida. Ahora, no puedo ni siquiera consagrarte a la tierra. No eres de Magnolia, nunca lo fuiste. Le perteneces a otra.

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