Un baile con Daddy, parte 2

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Llegaron los largos días de verano, donde el dulce olor de las flores que le dieron su nombre se impregnaba hasta en la ropa

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Llegaron los largos días de verano, donde el dulce olor de las flores que le dieron su nombre se impregnaba hasta en la ropa.

Magnolia había empezado a vivir. La tragedia de la muerte de su padre ya no estaba tan cercana, y la separación de su madre empezaba a sentirse como un asunto del pasado.

De Jeanine recibía cartas mensuales, coloridas golosinas y exóticas barras de chocolate cubiertas en celofán dorado selladas en rojo con marcas de lugares distantes, como Londres o París.

Su daddy se mantenía presente, traído para su consuelo por la mano dotada de Trinidad, quien, a insistencias de la niña, logró hacer florecer una cama de tulipanes de un llamativo lilac que reproducía de manera perfecta el color de las letras bordadas en el pañuelo de seda de su padre, al cual se aferraba como recuerdo.

Maggie había incluso comenzado a hacer amistades. Ya las niñas de la parroquia no la miraban como a una extraña. Incluso, para su cumpleaños número seis logró atraer una cantidad de invitados de su edad que asistieron con gusto a la celebración, sin sentirse obligados por sus padres.

Jackson seguía siendo su mejor amigo. El chico nunca la juzgó rara y tampoco la perseguía para presumir de su cercanía a los Devereaux. Se había dejado bautizar "Jax", recibiendo el apodo de buena gana. Tenía una inclinación a hacerla reír y sus historias, por más descabelladas que parecieran ser, eran creídas a ojo cerrado por Maggie, quien todavía tenía que experimentar el vivir fuera de la hacienda. El hijo del capataz era sus ojos y oídos.

Jax por su parte, había escuchado una que otra cosa sobre Maggie, Trinidad y hasta sobre la señora Jeanine, a la cual nunca le vieron la cara. Pero su madre siempre le advirtió que una boca cerrada a comentarios hacía tanto bien a quien callaba, como al que se privaba de escuchar. Entre ellos podía haber apenas dos años de diferencia, pero Jax se sentía responsable por el bienestar de Magnolia y eso incluía guardar silencio para evitar hacerle daño.

—¡Vamos, Jax, por favor! Solo una vez más. —Era imposible negarse a sus súplicas.

—Bien, pero recuerda que solo sé tocar una pieza, no exijas un vals como la última vez. —Jax no sabía tocar nada; aun así, era divertido presumir de hacerlo. Algo le decía que Maggie sospechaba que en realidad él no era un maestro del pianoforte, no obstante le daba igual verle manotear las teclas del vejestorio de instrumento que Maurice había retirado al ático.

Mientras el chico hacía un discordante despliegue de poco talento, la pequeña arrancaba con cuidado un pétalo de tulipán y lo sostenía por un instante entre sus manos antes de levantar sus ojos y suspirar "daddy."

Bailaba, perdida en un mundo donde Jax creaba hermosa música y su padre la tomaba de la mano y soportaba que ella se parara sobre sus zapatos, con tal de no errar un paso. La ilusión era tan potente que la niña podía estar horas perdida en esos instantes, lejos de los Devereaux de Tallahassee.

MagnoliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora