Capítulo 5:

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Bajó torpemente del vehículo esperando de nuevo una ráfaga helada aunque no la halló. Siguió a Percy hasta el ascensor y lo vio pulsar el botón del quinto piso. En todos esos años nunca había sabido donde había estado viviendo Percy hasta ese día. Se mantenía en el ambiente aquél incómodo silencio desde que habían partido y no tenía intenciones de romperlo. No tenía idea de como enfrentar la situación por lo que se mantenía ansioso y un tanto hiperactivo.

Una vez que la puerta se abrió pudo percibir fácilmente la pulcritud del lugar. Él realmente se había esforzado y ni siquiera se sentía merecedor de todo eso.

―Adelante, siéntete como en casa― lo animó Percy desde dentro.

Ingresó cauteloso de no tropezar con nada, no quería causar ni el más mínimo de los desastres. El blanco piso resplandecía bajo la tenue luz que se filtraba del comedor. A su lado se situaba una estufa hogar frente a un par de sillones color ocre. De las paredes colgaban fotografías, fotografías de él junto a ella. Era de esperar. Por poco y ya tenían una boda de ensueño planificada. Ya quería irse y a penas si había llegado. Por alguna razón había tenido la vaga esperanza que las cosas fueran diferentes, que al ver el amor que se tenían no lo sintiera como un manotazo en la cara. No podía seguir viviendo de falsas ilusiones. Las cosas seguirían siendo como eran por mucho que le doliera y se suponía que ya lo tenía bien aceptado pero al verlos tan felices juntos en aquellas fotografías fue como si le hubieran abierto una vieja herida y ésta hubiera vuelto a sangrar.

Percy volvió de la cocina sosteniendo dos tazas de café en su mano. Las colocó en la mesita ratonera y se sentó junto a él en el sillón. Nico se alejó instintivamente unos cuantos centímetros, le repelía el contacto físico. Mantenía firmemente en el suelo. Se negaba a mirar a aquellos profundos ojos verde mar.

―¿Quieres hablar de lo que pasó?

―No.―concluyó tan cortante como le fue posible.

No se tragaba en lo más mínimo que a él le fuera a importar su bienestar. Probablemente había sido influenciado por su hermana, Reyna o Jason, ellos eran los únicos que se interesaban por su vida aunque no les permitiera saber de ella. Percy no tenía ni un único motivo por el cuál preocuparse al menos que se sintiera responsable, lo que no era posible dado que nunca podría saber lo que pasaba por su contradictoria mente.

―Déjame ir a dormir.-soltó tras largar una bocanada de aire.

―Antes debes cambiarte el vendaje. Déjame hacerlo a mí.

Y sin más se levanto y fue en busca de un rollo de vendas. Volvió a sentarse a su lado, tomó su brazo izquierdo y comenzó a quitarle el vendaje con suma delicadeza, cauteloso de no hacerle daño. Una vez descubierto su brazo pudo observar como relucía una perfecta cicatriz de tal vez unos veinticinco centímetros, adornada de cincuenta y dos puntos de sutura. Contemplar aquella escena fue como si le clavaran un cuchillo en el medio del pecho. Sin más remedio desinfectó la herida y volvió a venderla. Nico ni siquiera parecía notarlo, era como si no sintiera dolor, como si directamente no sintiera nada.

―Puedes decirme qué pasa, no voy a molestarme― prosiguió insistente. Su paciencia no iba a durar mucho más que eso.

―Olvídalo, no te incumbe.―

―Si así lo quieres. Anda, vete a dormir.―

Se levantó decidido, se dirigió al cuarto que Percy le había indicado e instintivamente cerró la puerta. Se desplazó hacia abajo hasta al suelo y así permaneció por quién sabe cuanto tiempo. Sumido en su miseria. Tan roto estaba que ni las lágrimas se animaban a surcar su pálido rostro. ¿Cómo había llegado a esa situación? No podría pasarse el resto de sus días mintiéndole y ocultándole infinidades de cosas, mas tampoco se veía capaz de revelarle ninguna. ¿Por qué sus malditos sentimientos no podían simplemente desaparecer? Por más que los reprimiera, los negara, los tapara, los disimulara, seguían allí tal y como el primer día. Inquietos a todo hora, esperando cualquier distracción para atacar. Y por mucho que anhelara su presencia bajo el silencio de la noche, él jamás podría oírlo porque las palabras que gritaba desgraciadamente eran mudas. Y cómo hacerse oír si por más que dejara al descubierto la verdad de su corazón ―cosa que no haría― no conseguiría otra cosa que ser rechazado. Estaba bien. Al menos uno de los dos era feliz. Aunque esa felicidad lo destruyera no podía odiar a quién se la entregaba; aunque el fuese mujer no estaría a la altura de Percy. Su persona no cambiaría, se mantendría igual de invisible ante sus ojos como siempre.

Sin saber cuándo pequeñas lágrimas se habían formado en sus achocolatados ojos. Caían débilmente contorneando sus febriles mejillas. Una fuerte presión se hacía notar en su pecho. Otra vez volvía a caer, se había jurado que no derramaría otra lágrima por la misma herida, mas acababa rompiendo aquella promesa antes de poder notarlo. Se odiaba por ello. Odiaba cada parte de su ser que respondía inconscientemente al escuchar sobre Percy. A pesar de que intentaba odiarlo por sus acciones para poder superarlo más fácilmente nunca logro avanzar en ello. Sus sentimientos se mantenían iguales, no, de hecho aumentaban conforme pasaba el tiempo para su pesar.

Así comenzaba, la noche caía y las voces en su cabeza salían de su escondite para gritarle todo lo que se negaba a oír. Era un infierno, su propio infierno del cuál no encontraba salida. Cuando la luna surcaba el cielo era el momento en que su verdadero ser despertaba y se dejaba mostrar después de haber estado todo el día ocultándose entre las sombras y las mentiras. Y más que mostrarse se revelaba contra él haciéndolo caer en los profundos vacíos de la depresión, tirándolo hacía un pozo sin fondo. Estaba cansado de la misma lucha interminable todos los días en la que le era demasiado complejo lograr ganar ante sus propios sentimientos. Era una guerra que no podía ganar, no peleando solo al menos.

Se enjugó las lágrimas con el dorso de las manos. Se sentía un completo idiota, llorando por el chico que no lo amaba, tal como una adolescente escandalosa. Aunque su situación no fuera la misma no dejaba de verse como un estúpido. Ya tenía suficiente edad como para decidir qué podía afectarlo y qué no.

Se puso de pie y se arrastró hacia ella. Tendiéndose encima con la vista fija en el techo. Con un movimiento rápido se quitó los zapatos y se despojó de su abrigo. No le quedaban ya fuerzas como para desvestirse completamente. Se mantuvo así gran parte de la noche: el cuerpo  inmóvil, la mirada incrustada en la nada y la mente en blanco. Y sin saber cuándo ni cómo cayó sumido en un profundo sueño que no le traería la calma que esperaba encontrar. Como todo semidiós sufría pesadillas por las noches pero después de su experiencia en el tártaro éstas habían aumentado dejándolo incapaz de conciliar bien el sueño. En mitad de la noche se despertó gritando con desesperación.

Percy en la habitación continua se mantenía despierto, sin poder pegar un ojo. Lo despabiló aquél grito proveniente de Nico. Salió disparado, miles de ideas se le venían a la cabeza atormentándolo sobre qué podría haber pasado. El corazón le latía intensamente y a medida que avanzaba sus sentidos se agudizaban. Abrió la puerta de un empujón y se encontró con Nico sentado en el centro de la cama con una lúgubre expresión en su rostro.

―¿Q-Qué pasó? ―Soltó sin aire desde el umbral de la puerta.

―Sólo una pesadilla… estoy bien.― Había dolor en su voz, era fácil percibirlo.

―Entonces me voy, si necesitas algo, llámame.―

Se mantuvo en silencio, pensando excesivamente que decir a continuación como si la vida le fuera en ello. Cargaba con una mirada abatida, cargada de pena.

―Podrías… Podrías quedarte aquí.― Fue un murmullo, apenas audible. Pero él llegó a captarlo.

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