17._Suerte

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Mary abrió los ojos con dificultad esa mañana. El cansancio la hizo caer rendida en aquella cama amplia, en la que no había otro calor que el suyo. Era extraño despertar sola después de hacerlo, por tanto tiempo, junto a alguien. Las grises cortinas, la rasguardaban del sol de la mañana, que iluminaba esa morada en que llevaba una semana durmiendo. Eso era todo lo que hacia en ese remolque: dormir. Quizá por eso se esmero tanto en hacer lucir bien ese rincón. Sabanas verde musgo, mantas grises y cojines verde hierba. Siempre estaban esos colores entorno a su dormitorio. La hacian pensar en rocas y vegetación; en un bosque humedo. Colgó unas luces de navidad blancas, también un par decoraciones en madera. Con eso era suficiente para sentirse a gusto en ese sitio destinado al descanso.   

Durante el día siempre estaba ocupada. Entrenando con Liquir o en su propio acto. A veces con Dende o inventando algo que hacer. Siempre ocupada para acallar sus pensamientos y anhelos. Podía parecer que su abrupta ruptura con Black no la había afectado, pero era mentira. Lo extrañaba. 

Black la miraba, a ratos, a lo lejos. Se había acostumbrado a esa mujer. A su aroma al despertar, a su voz llenando esa estancia, a esas esporádicas y estramboticas ocurrencias. A que no lo miraba con odio. Por supuesto Black disfrutaba de imponer su presencia y de que se apartaran de su camino, con esas miradas de respeto temeroso y, por sobretodo, de callada sumisión. Que admitieran él, era superior, pero eso generaba también un odio putrefacto. En su juventud disfrutaba de eso también. De que lo odiaran, mas no tuvieran el valor de enfrentarlo. De cuestionarlo o detenerlo. En la actualidad, eso no era tan diferente. Se había vuelto un poco más cauto y por ende discreto, aunque no dejaba de regocijarse en esos aspectos tan propios de su especie y de quien era él realmente.

Odio siempre había en los ojos de quienes lo conocían. Odio en sus propias pupilas, pero en los de ella no. Mary no lo miraba con odio y eso, a esas alturas de su vida, después de tantas palizas de la misma, le era confortante. Sin duda había mujeres mucho mejores que Mary, pero ella le era especial en ese momento. En el presente. A su manera, podríamos decir que la quería y por eso le guardaba condescendencias y respetaba un límite algo vaporoso. Pero durante esos días, en más de una ocasión estuvo tentado a ir por ella simplemente. Claro que sabia que eso terminaría por cortar los débiles hilos que los unían, por lo que ideo algo un poco más elaborado.

Cuando Mary dejaba el pequeño remolque vio a Black ir hacia ella, con su mochila en la mano. Lo esperó descansando su espalda en la puerta y cruzando los brazos, mientras le daba a sus ojos el temple de una espada que estaba siendo afilada.

-Tus cosas- le dijo él al lanzarle la mochila a los pies como quien arroja una ofrenda a regañadientes.

Se quedaron viendo un instante, mientras el sol penetraba la niebla de la mañana.

-Gracias- le dijo ella y se inclino un poco para tomar la mochila- ¿Cómo estas?

-Bien- contestó secamente- Se ve cómodo- observo Black, después de mirar el pequeño remolque.

Mary quedo algo desconcertada al verlo ir a ella de esa forma tan dócil. Por eso no sabia que decirle. Creyo que sólo había ido a tirarle sus cosas, pero no. Quería algo más.

-¿Te piensas quedar aquí?- pregunto Black repentinamente.

-No tengo otra opción, por ahora- respondió Mary mirándolo a los ojos.

-Puedes volver cuando quieras- le dijo Black.

-Terminamos ¿Lo olvidaste?

-No terminamos. Hiciste un berrinche y te fuiste- le señalo Black.

-El que hizo un berrinche fuiste tú.

-No hemos terminado- reiteró bruscamente y apretando los puños.

TabúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora