Capítulo 5. Vivan las reuniones familiares

47 16 13
                                    


Qué mareo tan fuerte.

Me da tantas vueltas la cabeza que me despierto inmediatamente. Abro los ojos y todo está oscuro a mi alrededor.

Estoy tumbada sobre algo muy duro y frío, ¿el suelo?, ¿cómo he llegado aquí?

Me siento y sólo veo algunos muebles tapados con sábanas blancas. Por su forma puedo distinguir un sofá y varios sillones, una mesa...¿estoy en un salón?

Intento ponerme de pie pero no puedo moverme.

¿Qué me pasa?

Me retuerzo y veo que estoy atada de pies y manos. Me retuerzo aún más, como un cordero intentando librarse de una pitón pero sólo consigo que las cuerdas me aprieten aún más.

—¡¡¡¡¡ELLIE!!!!— su desgarradora voz me grita pero no la veo. Dios mío, tengo que soltarme, tengo que soltarme.

—¡¡Abby!! Ya voy— grito y empiezo a arrastrarme hacia el sonido de su voz.

—¿Ellie, por qué no me ayudas?

Me giro hacia todos lados pero no puedo verla, nunca la veo, nunca consigo verla por más que la busco.

De repente dejo de notar la presión de las cuerdas. Han desaparecido.

—¡Abby! ¡Abby! Ayúdame a encontrarte, ¡Abby! Abby no, por favor! ¡Abby no!

la busco, grito su nombre, pero como todas las noches nunca, nunca aparece.


Algo me zarandea y abro los ojos. Jayson está encima de mí, sentado a horcajadas sin dejar caer el peso de su cuerpo sobre el mío, con sus manos agarrándome fuerte por los hombros, mientras me mira con pura preocupación.

—Ellie, tranquila, estoy aquí, tranquila, ya ha pasado.

Me retuerzo debajo de él e intento zafarme de su presa. En cuanto me ve reaccionar se quita de encima y se sienta a mi lado.

Me tapo la cara con las manos e intento respirar profundamente, acallando mis sollozos.

Noto cómo empieza a acariciarme el pelo, con movimientos lentos pero continuos y mi cuerpo se relaja.

Hacía mucho tiempo que no tenía una pesadilla tan vívida como la de hoy...quizás sea por el alcohol...o porque no me he tomado la pastilla, mierda.

—¿Desde hace cuánto que las tienes, Ellie?

—¿A qué te refieres?— contesto con la frente apoyada sobre mis rodillas.

—A las pesadillas, desde hace cuánto.

—No sé...— contesto evasiva.

Deja de acariciarme y se tumba a mi lado, resoplando, y me mira con cautela.

—Túmbate.— Me ordena, pero yo niego con la cabeza. Se incorpora un poco y me coge de la mano, quitándola de mi cara anegada en lágrimas.— Estoy aquí, contigo, no te va a pasar nada.

Lo miro y decido hacerle caso. Nos tumbamos uno frente al otro, mirándonos.

—¿Cuándo dejaste de tocar?— pregunto sin que se lo esperase.

—¿Cuándo dejaste tú de dormir?— Lo miro y cierro la boca.

—Exacto, ni yo quiero contarte mis secretos, ni tú quieres contarme los tuyos, así es mejor, créeme.

—Empieza tú— le pido y él niega con la cabeza— vamos, responde sólo a eso.

—Contesta entonces tú también.— Pongo los ojos en blanco.

MÍADonde viven las historias. Descúbrelo ahora