Capítulo 6. La puta caja de Pandora

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El fin de semana en casa de mis padres discurre de una forma mucho más tranquila de lo que me esperaba, y todo gracias a que mi madre, en su divina sabiduría y debido al "estrés" que le causé en la cena, decidió irse a un spa a intentar, literalmente palabra por palabra, "deshacerse de la vergüenza que tiene que cargar en sus hombros por mi culpa".

Y no sabe el favor que me hizo al quitarse de en medio.

Mara me llamó varias veces para saber cómo estaba y si había ido a arreglar el coche, ya que había desaparecido del aparcamiento.

Casi con total seguridad tiene que ser obra de mi querida madre. ¿Cómo puede ir un miembro de la familia Bennet en semejante vehículo?. Bastante "mal" lo pasa ya porque llevo un coche de segunda mano. Para ella, todos mis actos son acciones conspiranoicas contra la imagen de la familia.

Pero bueno, como me he propuesto sacar el lado positivo a todas las cosas que me pasan en mi maravillosa y nada tranquila vida, gracias a los hechos acontecidos en la cena, he podido disfrutar de un fin de semana muy agradable con mi padre.

No me gusta hacérselo pasar mal. No se lo merece y mucho menos después de todo lo que ha pasado, así que acepto de buena gana el castigo que me impone durante toda la semana: no poder salir nada más que para ir a clases.

Si tan sólo supiera el favor que me hace al tener que quedarme tranquilita en mi habitación...



En un abrir y cerrar de ojos estoy de nuevo en la residencia, sacando toda la ropa de mi madre del armario y echándola en una bolsa gigante de basura, ya que por fin, he podido volver a reunirme con mi ropa de verdad después de la mudanza.

Estoy llevando, o más bien arrastrando, la ropa al contenedor cuando de pronto tengo una "revelación". Quizás en vez de tirarla, podría donarla a alguien que lo necesite, así que decido preguntar por la residencia a las chicas a ver si alguna conoce algún punto de recogida de ropa usada, y todas coinciden en que está en la otra punta.

Fenomenal. Llevar veinte kilos de ropa a hombros es mi plan ideal de domingo noche.

Cualquier persona normal podría haberlas llevado hasta allí sin problemas, pero dios o lo que haya allí arriba no me ha dado absolutamente ningún don para el deporte, por lo que descarto esa idea inmediatamente. Necesito que alguien me lleve.

Voy hacia la habitación de Mara, que está justo debajo de la mía y llamo varias veces a la puerta. Hay bastante jaleo dentro pero no me abre. Llamo más fuerte, y quien me abre la puerta es Miss peras.

—¿Qué haces tú aquí?— pregunta con asco, echándome un repaso de arriba abajo. Dios, me saca una jodida cabeza porque encima va con tacones.

—¿Está Mara?— pone los ojos en blanco y abre aún más la puerta. Huele muchísimo a hierva, y hay demasiado humo dentro de la habitación, donde además están la otra chica rubia (que no me acuerdo cómo se llama), Mara, Chad, los dos chicos (que tampoco recuerdo sus nombres) y él.

La zorra de doña peras se va a su lado y se recuesta contra él en el sofá, y yo me pongo a echar humo, por si hubiera poco en aquella habitación.

—Vaya, Ellie, ¿te mudas a otro contenedor o qué?— pregunta la maldita pesada riéndose. No sé qué le habré hecho para que me odie tanto.

—¿Ellieté, qué haces por aquí?— pregunta Mara, ignorándola, mientras se ríe demasiado con los ojos apenas abiertos y rojísimos. Va fumadísima, ¿y qué es eso de Ellieté? Ay Dios...Ellie+té. Me mira de arriba abajo y sonríe.— Esta ropa mola mucho más.

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