Capítulo 3. La mala sangre siempre aflora

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Ronald y yo salimos en silencio a los aparcamientos después de la "movidita" clase de estadística.

—¿Qué ha pasado antes?

—¿A que te refieres?

—Ya sabes...en clase...—pongo los ojos en blanco de nuevo y él se ríe, mostrando sus perfectos y rectos dientes blancos, pero la sonrisa no alcanza sus ojos.

—Ponerlo en su lugar— digo tranquilamente mientras rebusco en mi mochila, intentando encontrar las llaves del maldito coche.

—Creo que eres la primera chica que hace eso. Normalmente, el resto de tías hacen cola para que él se meta en sus bragas, sobretodo Lucy, o "la peras" como la conoce todo el mundo— me río pensando al escuchar su mote. No he ido muy mal encaminada...—Me gustas, Ellie la del té. ¿Te veo mañana?— pregunta, a la vez que se encamina hacia un flamante y nuevo Audi A7 negro.

—¡Claro!— sonrío y me encamino hacia mi humilde mercedes de tercera o cuarta mano.


Conforme voy llegando, empiezo a vislumbrar un inocente papelito blanco que descansa sobre el limpiaparabrisas.

Mierda. Mierda. MIERDA.

Una multa, ¡¡joder!! ¿De verdad tenía que pasarme esto hoy? Mis anteriores pensamientos se confirman.

NO debería haber salido de la cama.

Veo a lo lejos a quien parece ser el vigilante de seguridad y corro hacia él con el papel en la mano.

—¿Puedo ayudarte en algo, hija?

Es bastante mayor y me da muchísima pena nada más verlo, así que respiro hondo y me guardo la sarta de retahílas e insultos que tenía preparados; para mí, todos toditos. Hoy para comer tendré mala leche.

—Disculpe, me acaban de poner una multa de tráfico en el parking, ¿no se supone que esto es de la universidad?

—Así es, hija. En un día normal no habría pasado nada, pero un chico quería aparcar su moto y cuando ha ido no había hueco. Fue bastante insistente, la verdad, así que no me quedó más remedio que dar aviso a la policía, en vista que pasó media hora y no lo habías retirado.

—No había otro hueco libre, señor, y llegaba tarde. Además, a penas hay motos en esta facultad.

—Es cierto jovencita, pero aquél muchacho tenía bastante prisa e insistió en querer aparcar. Si quieres recurrirla busca al guardia de tráfico, creo que no andará muy lejos de aquí, si no, por detrás deben venir las instrucciones del pago de la multa.

Le doy la vuelta al papel para mirar lo que dice, y sobre las letras con las indicaciones, hay unas letras escritas en rojo y grande:

Disfrútala. JAY.

Será hijo de..., ha sido él, el imbécil de la moto, que a partir de ahora dejará ese sobrenombre a un lado, porque ahora sé que se llama Jay.


Sin decirle adiós al amable anciano, vuelvo hacia mi coche tramando algún plan de venganza contra el gilipollas de Jay.

Introduzco la llave en el contacto y la giro, dándole vida al motor. Cuando voy a encender la radio, un sonido grave hace que me detenga.

Es una moto, de gran cilindrada. Espero que no tenga los santísimos huevos de ser él...

Un segundo más tarde, lo tengo plantado a mi lado, pero ni si quiera lo miro, no le voy a dar la satisfacción de que estoy mínimamente afectada por lo que acaba de pasar.

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