Capítulo 9. Cuestiones sin resolver y otros dramas

36 10 11
                                    


Estoy jodida.

No puedo creer que vuelva a estar otra vez aquí, sentada en el sofá frente a la imponente chimenea de la cabaña de Jayson.

Me recuesto sobre el respaldo y decido enviarle un mensaje a Ronald. Es lo menos que puedo hacer después de haber desaparecido de esa forma.

<<Siento haberme ido así. Mañana te cuento!!>>

<<Estás bien??? Te estaba buscando por todas partes. Si tengo que pegarle a mi hermano, lo haré.>>

<<No te preocupes Ro. Todo Ok.

Ya echo de menos tus cosmo :(>>

<<Te los preparo cuando quieras, preciosa :):)

Mañana nos vemos! Besitos xxxx>>


Pasan diez minutos, veinte, media hora...y ni rastro de mi "captor".

¿Dónde se ha metido este imbécil?

La idea de marcharme pasa por mi cabeza varias veces, pero necesito recuperar las llaves de mi coche y sobre todo, saber por qué las tiene él.

La pequeña Sherlock Holmes que hay en mí necesita resolver este misterio, aunque como dice el dicho, la curiosidad mató al gato, y en este momento no soy consciente de que la decisión de quedarme marcará un antes y un después en mi vida.

Mientras ese run run no abandona mi cabeza, mis pobres párpados no pueden aguantar más el peso del sueño sobre ellos y poco a poco van perdiendo la batalla contra él.


No sé cuánto tiempo ha pasado, pero de lo que sí estoy segura es de que ya no estoy sobre el cómodo sofá que antes me sostenía.

Abro los ojos y sólo puedo ver oscuridad a mi alrededor. 

Una corriente fría atraviesa mis pies desnudos y eriza toda mi piel.

Me abrazo a mí misma y comienzo a temblar, primero por puro frío que lentamente va siendo sustituido por un absoluto terror que me paraliza por completo donde estoy.

Intento dar un paso pero mis pies no me responden, intento mover los brazos pero siguen pegados contra mi cuerpo. Sólo puedo mover los ojos.

¿Qué me está pasando?

No veo nada, sólo el vaho que sale por mi boca temblorosa.

Hablo, pero mis cuerdas vocales no emiten ningún sonido.

Estás soñando, Elizabeth, dentro de ti sabes que estás soñando. Intento repetirme una y otra vez, pero las sensaciones que percibo son tan reales...

En aquél silencio sepulcral, oigo unos pasos lentos acercarse hacia mí.

No sé en qué dirección vienen, pero cada vez los siento más cerca.

¡¡Piernas, moveos!! Les ordeno pero no me obedecen.

Cada vez está más cerca; lo noto detrás de mí, acechándome, hasta que se detiene en seco y veo cómo un mechón de mi pelo suelto se mueve por la respiración de quien quiera que sea que esté junto a mí.

—¿Me has echado de menos, mi precioso cisne?

Esa voz.

No puede ser.

MÍADonde viven las historias. Descúbrelo ahora