Pupilas dilatadas

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Me despierto de un mal sueño, que por suerte consigo olvidar en el momento en el que abro los ojos. El latido de mi corazón retumba con fuerza en mis sienes y casi no me deja escuchar mis propios pensamientos. Respiro e intento controlar el ansia contenida. 

Lucía está profundamente dormida a mi lado, con su brazo sobre mi abdomen. Verla dormir es una imagen de lo más placentero e incluso despeinada, con los ojos cerrados y aparentemente relajada, me sigue pareciendo la chica más bonita del mundo. 

Me siento un poco gilipollas. No entiendo cómo he permitido, mas bien cómo he creído lo que ha dicho Gemma. Es imposible que una persona que transmite tanta paz y luz, tenga una vida llena de sombras. 

A la mierda. A la mierda Gemma y todo lo que ha dicho. Instintivamente envuelvo a Lucía con mis brazos y piernas, acercándola todo lo que puedo a mí. No quiero despertarla, pero su contacto es una especie de bálsamo calmante en este momento. Unos segundos después, noto como la mano de Lucía tira de la mía y la coloca en el centro de su pecho. No de forma erótica ni sugerente, si no como un contacto anhelante. Puedo percibir sus latidos bajo la palma de mi mano. 

— ¿Lo notas? — dice de repente con voz somnolienta. Creo que se refiere a su pulso acelerado— Pues si late así, es sólo por ti. 

No necesito más. Esta conexión que tenemos sin necesidad de hablar, ese sentimiento tan profundo e inexplicable. Beso a mi chica con toda la ternura que puedo en este momento. Ella me corresponde, pero las ganas y la pasión contenida nos puede a ambos y lo que comenzó siendo un beso dulce, termina en un pulso de lenguas ávidas de deseo. 

Lucía se deshace de la camiseta que usaba como pijama y se coloca encima mía, incorporándome con ella. Abrazados y sin dejar de besarnos, con una caricia tras otra nos embarcamos en la aventura de querernos una vez más. No hablamos, sólo sentimos y nos dejamos llevar. Acaricio todo su cuerpo, desde su pecho hasta su culo y ella hace lo propio con el mío. Me encanta cuando posa una de sus manos en mi pecho y dibuja con la otra mis abdominales. 

Estiro uno de mis brazos y cojo uno de los condones que hay en la caja que compré. Me lo pongo mientras sigo besando a Lucía y en un rápido movimiento por parte de los dos, me hundo en ella. Está prieta y casi me vuelve loco. Ella clava sus dedos en mis hombros y beso su cuello lentamente para que se relaje y esté más cómoda. Movimientos suaves, delicados y excitantes se suceden uno tras otro. 

Giro sobre mí mismo, y ahora es Lucía quien está debajo de mí. Vuelvo a entrar en ella mientras toco su cuerpo y entrelazo sus dedos con los míos. Con sus piernas enroscadas en mi cadera, aumento el ritmo de mis embestidas. Es algo frenético. Desde que tuve relaciones sexuales por primera vez el sexo me ha gustado, pero esto es diferente. Con Lucía es diferente. Es placer, amor y ternura en cada centímetro del cuerpo. No quiero que acabe nunca. 

Mi chica arquea su espalda, señal de que está a punto de llegar al orgasmo. Sigo en mis movimientos delirantes y cuando no puedo contenerme más la miro a los ojos directamente. 

— Te quiero, Lucía. 

Ella me besa, es su forma de responderme. Justo después los dos nos dejamos arrastrar por un orgasmo más que espectacular. Jadeantes, me derrumbo sobre ella con la esperanza de no aplastarla en exceso. 

— Te quiero, Marc —dice mientras besa mi pelo, cerca de la frente—. 

No entiendo como he podido dudar. Menudo gilipollas soy. La abrazo y me juro a mi mismo, que no dejaré que me vuelvan a envenenar la cabeza. De mala gana salgo de ella y me quito el condón, lo anudo y lo dejo en el suelo. Me quedo mirando a Lucía, sin ser capaz de decir una sola palabra. Ella me devuelve la mirada y extiende sus brazos. 

El cabrón fui yo. (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora