365 Cuentos Cortos De Buses

Cuento 26

Entré al largo puente con mi máquina, sin pasajeros, de regreso al terminal. Mi cuerpo podía seguir trabajando, pero mi mente ya me había dejado varias calles atrás. Apagué la radio, solo quedó el ruido del motor rugiendo. Fuera del bus, la noche sin luna se veía infinita, apagué las luces de la cabina y la oscuridad también viajaba conmigo.

La pista estaba desierta. Apreté mis manos al volante. Las luces amarillas de los postes se acercaban y alejaban cada vez más rápido, mientras mi pie seguía hundiéndose en el acelerador. Las barandas del puente parecían correr a mi lado, como queriendo competir conmigo.

"¿Y esto sería todo?" pensé mientras seguía acelerando. "Luego, ¿qué?, ¿llegar a una habitación para estar sólo?, ¿dormir y levantarme para ver cómo murieron mis sueños?". Entonces, vi más allá de la baranda, a esa oscuridad que no solo estaba en lo alto del cielo, ni dentro de mi cabina, si no que también afuera del puente. Silenciosa, sin juicios, sin preguntas. Invitándome.

Quizás en otra vida, yo habría sido una mejor persona. Si no hubiera dejado de estudiar, si no hubiera levantado la mano, si no hubiera alejado a quiénes me amaban. No sería la decepción que conduce por este puente.

La invitación seguía latente, cada vez más excitante, un solo golpe de volante y todo acabaría. No más deudas, no más llanto, no más lástima. Nadie me vería, a nadie le importaría. El vehículo no estaba asegurado, pero eso sería problema de mi jefe.

Sin darme cuenta llegué al final del puente, bajé la velocidad y me integré al tránsito. Sentí alivio y pesar al mismo tiempo. Me sentí estúpido por lo que estuve pensando. Ninguna invitación al vacío era la solución.

Hoy no. No hoy.

[Nota: Este cuento es ficción. Si tienes pensamientos suicidas, por favor, busca ayuda].