Cuento 23

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Es mi segunda semana de trabajo y todavía no puedo aprenderme el nombre de todos. Creo que les caigo bien, quizás por eso me invitaron a almorzar donde Doña Cecilia, el restorán más cercano al terminal de buses.

Los chóferes más viejos que yo solo saludan y toman asiento. Doña Cecilia ya saben qué quieren comer y les sirve, yo solo pido el plato del día.

Luego de comer más de lo que pensaba que podía aguantar, volvemos a la garita a marcar nuestras tarjetas de entrada. Siento que mi estómago va a explotar en cualquier momento y no sé cómo resistiré el turno que me queda por hacer.

Don Patricio, uno de los más viejos chóferes, hace un gesto para que me acerque a él. Es un hombre canoso, barbudo y con una rosácea que cubre todo su rostro.

-¿Quieres coca? -me pregunta de la nada.

-No, gracias. Si bebo algo más reviento.

Él queda en silencio un momento.

-Ah... Coca-Cola.

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