1. Zaqiel el caído

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"¿Entonces pueden ayudarme o no?"

"La historia completa debemos saber primero" Dijo uno de ellos.

El hedor de su aliento me era conocido; sangre y muerte. Debía de estar en el lugar correcto. Su reputación los precedía, y si había alguien en la tierra con un poder a la altura de hacer lo que estaba pidiendo, debían de ser ellos dos.

"¡¿Qué necesitan saber para poder lograr lo que os pido?!"

"Todo" Dijo el otro sentándose a mi derecha. Ambos eran casi idénticos. Solo se diferenciaban ligeramente por su estatura. Sin embargo sus caras y ropas eran las mismas.

"Desde sus inicios" Volvió a contestar el primero, sentándose a mi izquierda.

Una punzada en el pecho apareció súbitamente. Hace muchos siglos no pensaba en aquellos días. Rememorar lo que había sucedido era doloroso. Cada una de las vidas que habíamos compartido. Sus vidas. Aquellas 27 vidas. Aquellos 27 fracasos por tenerla. Por poseerla. Por hacerla mía. Por lograr que me amara.

"Está bien" Suspiré "Les contaré todo desde el principio"

Y así los recuerdos comenzaron. Lo que pensé que sería difícil, resultó como un caudal de río en primavera. Sin cesar y con claridad las memorias de aquellos días se hicieron nítidas frente a mi. Donde me fue sencillo relatar a mis auditores presentes:

 Donde me fue sencillo relatar a mis auditores presentes:

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Mi nombre es Zaqiel, y soy uno de los 200 Grigoris. Los recuerdos que tengo antes de la caída no son claros, solo tengo algunos destellos, momentos o instantes efímeros, los cuales no tienen mayor relevancia en la historia que necesitan saber.

La historia comienza al momento de caer. Desde el momento en tocar por primera vez el suelo en la tierra. Con un cuerpo corpóreo. Donde por primera vez sentí dolor físico. Un intenso ardor recorrió primero mi espalda y mis alas, para luego dar paso a un dolor jamás antes experimentado. Si bien tenemos cuerpos superiores y mucho más fuertes que el de los seres humanos, ninguno de nosotros estaba preparado para sentir algo así.

Muchos de nosotros tuvimos nuestras primeras, y para muchos nuestras únicas, lesiones desde aquel día hasta ahora. Y si bien conservamos algo de la conciencia y conocimiento divino que alguna vez se nos otorgó, ninguno de nosotros sabía con exactitud qué debíamos hacer para salir de nuestra agonía.

¡JA, imagínense! 200 ángeles caídos alrededor de todo el mundo, y ninguno sabiendo qué hacer. Seres superiores en infinitos ámbitos con respecto a los humanos, pero no teníamos idea de qué debíamos hacer para eliminar el dolor de nuestros cuerpos, ahora no tan celestiales.

Fue cuando el hombre hizo uno más de los errores de su historia. Su humanidad no nos salvó, ya que un caído no puede morir. Gozamos de vida eterna. Uno de los muchos castigos divinos. Pero su humanidad sí nos hizo introducirnos entre ellos, mezclarnos y ser parte de su sociedad.

Los pueblos y aldeas aledañas nos ayudaron, nos sanaron y veneraron. Y nosotros lo recibimos con los brazos y alas abiertas. Nos aprovechamos de ellos, de sus recursos y mujeres. ¡Dioses en la Tierra nos llamaban! ¿No es irónico?

Y así fue como cada uno de los 200 hicimos nuestro paso por esta Tierra, llena de ignorancia e ingenuidad. Una tierra nueva, donde algunos de nosotros incluso les proporcionamos conocimiento. ¡Y qué buen pago recibimos!

Por años, nos olvidamos de tener un castigo divino. El no poder volar más de 5 metros ya no era un pesar. ¡No lo necesitábamos! Si todo lo que queríamos tener estaba en aquella tierra.

Nuestro poder cambiaba en las noches. Adquirimos la habilidad de que, al ponerse el sol, nuestros cuerpos se volvían menos físicos y tangibles, para convertirnos en seres más etéreos al anochecer. ¡Podíamos entrar en el mundo de los sueños de los humanos! Aconcejarlos, susurrarles, e incluso poseerlos de diversas maneras.

Y ese fue uno de los hechos que nos mostró lo que era la lujuria. Ya que mantuvimos nuestra apariencia, hombres y mujeres se sentían inexplicablemente atraídos por nosotros. Nos volvimos adictos a su tacto, a sus cuerpos. De día muchos iban por su propia voluntad a nosotros para poder compartir nuestro lecho. Hombres y mujeres, solos o en grupos. Hacíamos fiestas que duraban hasta saciarse.

Al caer la noche íbamos por aquellos que no habían acudido a dichas celebraciones. Poseyendo a los maridos y copulando así a sus esposas. O entrando en el reino de los sueños de las doncellas para poder tener una experiencia erótica con ellas.

Así duramos meses, años, incluso décadas. Pero fue entonces que nos comenzamos a percatar y darnos cuenta que Dios siempre tiene un plan. ¡Fue cuando el infame libre albedrío comenzó a meterse en nuestros asuntos!

Comenzamos a ver que aquellas personas que estaban más cercanas a Dios, nuestros encantos, nuestros susurros y engaños no eran efectivos. En aquellos casos, la persona podía vernos, podía escucharnos, pero a la vez siempre podían tomar la decisión si hacer caso o no a lo que proponíamos.

No es que no tuviésemos suficientes humanos como para seguir manipulando. Las proporciones estaban siempre a nuestro favor. En todas las aldeas, pueblos y grandes civilizaciones, habían grupos importantes de gente que se declaraban ser parte y seguidoras de la religión, pero para nuestro beneficio sólo un porcentaje muy reducido eran personas que verdadera y genuinamente se encontraban cercanas a Dios.

Pero somos almas codiciosas. Y justamente aquello que no podíamos tener, era lo que deseábamos más fervientemente.

Fue en ese instante en que, para saciar nuestra lujuria y deseo de cosas que nos privaban, recurrimos a la violación.

Al principio sirvió y se pudo llenar ese vacío de lo que no teníamos. Sin embargo, nuestra segunda revelación no tardó en llegar.

Comenzamos a observar por primera vez a los humanos como una especie un tanto superior a los demás animales. Comenzamos a analizarlos, para darnos cuenta que nuevamente tenían algo que a nosotros se nos había negado obtener. El amor.

Nos dimos cuenta que gozaban de muchos tipos de amor. Amor de madre, amor entre amigos y familiares. Pero el que más envidiamos fue el amor de pareja. Un sentimiento muchas veces ciego, impaciente y sin razón. Donde los humanos se volvían vulnerables al sufrimiento. Muchos de ellos incluso daban y ofrecían su corta y efímera vida por el ser amado. 

En definitiva un sentimiento que hace al ser humano débil, sin embargo, es a la vez el sentimiento más fuerte que pueden experimentar. Llegando a ser más potentes que la rabia, la ira, la pena y la lujuria.

Y tal como pasó con la primera revelación, esto también era algo que debíamos tener.

Por mi parte, sentía una gran atracción por el género femenino, por lo que comencé a cortejar a algunas mujeres durante los años siguientes. Y el resultado fue épico. Mentiría si les dijera que necesité mucho tiempo y esfuerzo en recibir lo que quería. Ya que con mi aspecto y un par de técnicas baratas que aprendí de los hombres, las mujeres caían rápidamente enamoradas de mi.

Y lo sentí. ¡Ah pero qué dichoso era ese amor que me daban! Fue como pasar a un nivel superior del sexo. Ellas sonreían, disfrutaban y gozaban mucho más cuando estaban enamoradas. Lo cual desencadenaba que mi propia experiencia fuese más satisfactoria. Se sentían más cómodas, más libres y hasta habían veces que tomaban la iniciativa ellas solas, sin necesidad de incitar.

Aquellos fueron años de dicha. El tiempo que les tomaba enamorarse de mi fluctuaba. Dependía de la mujer o doncella. Pero siempre, siempre conseguía lo que quería.

Hasta que la vi a ella...

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