8. El Acuerdo

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Estábamos a menos de un paso. Tan cerca que incluso pensé que ella escucharía el fuerte palpitar de mi corazón. Podía incluso sentir aquel perfume que desprendía ¿Qué tipo de flores dejaban tan exquisito olor?

Según las tradiciones de los humanos de aquella época, estar tan cerca de una Pitia era prohibido. Pero no quería ser yo el que se separara. Me importaban una mierda aquellas reglas.

"Me recuerdas" Logré por fin articular.

"Claro que te recuerdo" Dijo con una sonrisa "No has cambiado nada desde la última vez que te vi".

"No puedo decir lo mismo de ti" Dije mirando de arriba a abajo.

Fue cuando entonces ella caminó sutilmente hacia un lado apartándose.

"Si, ya no soy una pequeña aprendiz. Ahora soy una de las 3 Pitonisas del Oráculo de Delfos. Lo cual, como todo en la vida, tiene sus beneficios y desventajas".

"Como el no tener mucha privacidad, debo suponer"

Creo haber visto atisbo de pena por sus ojos.

"La verdad es que usualmente no me molesta. Se me permite salir sola una hora y media al día al amanecer. Ellos estuvieron un poco reacios al principio pero luego accedieron, ya que a esta hora nadie visita el Bosque de Laureles" Entonces suspiró "Nadie hasta hoy"

"¿Y por qué vienes?" Pregunté caminando a su lado en dirección a las residencias.

"Para meditar. Para estar más cerca de los dioses. Conectar con esta hermosa creación que es la naturaleza. Eso me permite limpiar mi mente. Llenarme de energía para el día completo" Entonces bajó la mirada. "Es una lástima, pero después de lo que acaba de ocurrir no podré hacerlo más".

Entonces, me detuve. 

"No tiene porqué ser así" Al ver que mis palabras la habían confundido proseguí "Lo ocurrido hoy puede ser debido a los Juegos Pitios. Delfos está atestado de gente, pero solo será por 4 días más" Y entonces la miré "Yo podría acompañarte estos días al bosque. Podría protegerte como hoy y así tu podrías seguir disfrutando de tus paseos matutinos"

Se hizo un silencio. Podía ver, por cómo ella movía los ojos pensando. Estaba estudiando sus posibilidades. Hasta que al fin contestó:

"¿Por qué?" Al ver que ahora yo era el confundido, continuó "¿Por qué querrías acompañarme cada mañana?"

Su pregunta me tomó por sorpresa. ¿Por qué me había ofrecido?

"¿Recuerdas hace tiempo aquella profecía que me dijiste?" Ella asintió "Desde aquel entonces tengo algunas preguntas que quiero hacerte. Y me sería más sencillo hacértelas en un lugar que me sienta cómodo y fuera de los oídos de curiosos".

Y era verdad. Además, en caso de que no me gustara lo que ella tenía para decir, matarla en el bosque sería mucho más fácil y discreto.

Pero también había otra razón. Airlia me intrigaba. Y me atraía físicamente como un imán. El solo pensar que podría aprovechar esos días para enamorarla y doblegarla para que se entregara a mí por su voluntad, me generaban un calor y pasión que casi no podía esconder bajo mi vestimenta. La deseaba con todas mis fuerzas.

Después de unos minutos por fin pareció aceptar.

"Está bien. Procuraré responder todas tus preguntas con la sabiduría que los dioses me entreguen. Y a cambio me podrás acompañar y proteger cada mañana durante los juegos".

"Me parece un trato justo" Respondí.

Entonces caí en cuenta que nos encontrábamos justo al borde del bosque. Las residencias se podían ver desde allí, en las cuales la gente comenzaba a despertar y hacer sus quehaceres.

"Nos veremos aquí entonces mañana a las 5.30" Dijo dedicándome una sonrisa. "Ahora debo ir a mi residencia, mis labores como Pitonisa están por comenzar"

Y así vi como ella se alejaba de mi. Me tomé el tiempo para verla caminar desde atrás. Sería mía en pocos días. Me aseguraría de ello.

Esa mañana asistí a algunos Juegos, pero no tomé mucha atención. Mi mente se había quedado pensando en todo lo que había pasado esa mañana.

Durante la tarde hice venir a un mensajero para indicarle a Eugea que me quedaría a hospedar en otro lugar durante los próximos días.

Además le pagué a uno de los criados que trabajaba en la residencia de las Pitias para que me indicara dónde estaban los aposentos de Airlia. Resultaba que la joven tenía su propia habitación en el segundo piso con vista al bosque. Perfecto.

Durante el día la enamoraría. Pero me moría por probar su boca durante la noche en el reino de los sueños. La vez pasada se me hizo difícil, pero ahora contaba con más información de ella que solo su nombre. Tenía uno o dos trucos bajo la manga para que esta vez resultara.

Estaba impaciente porque el momento llegara.

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Pasada la medianoche, cuando la oscuridad era absoluta, salí de la residencia de Titus. Concentrándome para comprobar que no había ni un alma cerca rondando, desplegué mis alas y volé hasta la habitación de Airlia. Entré por la ventana y comprobé que ella se encontraba en el interior.

Cuando la vi recostada en su cama durmiendo, tuve que hacer un esfuerzo gigantesco para no avanzar más. La luz de la luna tocaba su hermosa piel y su rostro mostraba una impasividad eterna y hermosa.

"Serás tú la que un día me buscará para rogar mi amor, como tantas otras lo han hecho" Dije susurrando con una sonrisa maliciosa.

Y para ello necesitaba comenzar a sembrar la semilla en sus sueños.

Cerré los ojos e intenté entrar en su mundo. Pero la entrada me fue negada nuevamente. Lo intenté una y otra vez. Había hecho todo lo necesario pero aquella puerta se me había prohibido. La joven antes de dormir debía de haber rezado. Era la única forma de no dejar entrar a un ángel caído.

"¡Maldición!" Dije frustrado un poco más audible que mi susurro anterior.

En respuesta, Airlia se acomodó dormida, sin querer destapándose en el movimiento, dejando parte de su cuerpo expuesto. Lo sentí como una burla del destino, como haciendo hincapié a aquello que esa noche no podría poseer.

 Lo sentí como una burla del destino, como haciendo hincapié a aquello que esa noche no podría poseer

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Salí por la ventana y me dirigí a mis aposentos. 

Para apagar la lujuria que se había apoderado de mí, entré en el mundo de los sueños de todas aquellas que me lo permitieron. Haciéndolas mías a cada una de ellas. Me llevó la noche entera apaciguar el fuego que me comía por dentro por tenerla a ella

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