2. Eugea la más deseada

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Todo comenzó el año 519 A.C, en la Grecia antigua. Específicamente en el periodo que hoy se le conoce como Época Arcaica. Por el entonces se encontraban en el poder Hipias y su hermano Hiparco de Atenas, ambos descendiente en tercer grado de la copulación de un Grigoris con una humana.

Al tener sangre de alguno de mis hermanos caídos, se les era concedido una ventaja tanto intelectual como física frente a los demás humanos. Esto pasaba con cualquier Nefilim, que era la palabra que los humanos comenzaron a acuñar para ese tipo de ser híbrido. Sin embargo, si el Nefilim procreaba con humanos, la sangre celestial en sus hijos se iba diluyendo, al igual que las ventajas especiales concedidas.

Otro punto importante era que la sangre procedía de ángeles pero caídos. Por lo que los Nefilim también se veían tentados por las mismas cosas que nosotros. Estaban hambrientos de poder, lujuria y codicia. Hipias no fue la excepción.

Hipias logró hacerse con un nuevo sistema monetario en Atenas, el cual lo enriqueció a él y a sus aristócratas, mientras dejaba en miseria a las clases más bajas y pobres. En aquel entonces yo era testigo directo de ello. Me había infiltrado y hecho parte de la aristocracia, beneficiándome de las acciones del que posteriormente llamarían el Tirano de Grecia.

En esta época, varios de los caídos habíamos aprendido algunos trucos para ocultar nuestras alas. Esto nos permitía pasar desapercibidos cuando lo necesitábamos si queríamos vivir dentro de la sociedad humana. Además, cambiábamos de identidad cada cierto tiempo para no levantar sospechas. Nos dimos cuenta que un bajo perfil para los humanos tenía mayores ventajas.

Nos habíamos aburrido de liderar directamente alguna ciudad, nación o imperio. Siempre había contratiempos y problemas aburridos que atender. La pobreza, el hambre y regulaciones eran la parte tediosa de regir, y no veíamos la pena resolver. Por lo que encontramos una mejor manera. 

Algunos nos dimos cuenta que si delegábamos en un humano manipulable esta responsabilidad, éste se encargaría de gastar su acotado tiempo en resolver aquellos pormenores. Siempre, obviamente, bajo nuestro susurro y orientación.

Esto nos permitía aceptar posiciones laterales como aristócratas, jueces, nobles, entre otros. Los cuales siempre eran beneficiados por todo privilegio, pero sin hacer la parte aburrida.

Otros, sin embargo, preferían intervenir de otra manera. Algunos de mis hermanos mostraban sus poderes y superioridad abiertamente llamándose así mismos dioses. Donde se establecieron en un monte llamado Monte Olimpo, un lugar difícil de llegar para los humanos, pero sencillo si tenías alas. Siempre pensé que; además de lo conveniente de su terreno, tenía algo de nostálgico, al ser un lugar muy elevado... se sentía un poco de familiaridad en él.

En esa época me hacía llamar Zale, un aristócrata que vivía en Atenas, con un palacio cerca del mismísimo Hipias. Para él, yo era uno de los aristócratas más confiables. Aprovechaba mi intelecto y mis proezas con la espada. Y es que me era imposible evitar sentir un gran placer al participar en las guerras de los humanos. Gozaba de riquezas, poder y un ejército.

En mi mesa siempre había el mejor vino, comidas exóticas y una larga fila de mujeres deseosas por pasar el tiempo conmigo. Lo cual satisfacía gustosamente.

¡Ah aquellos tiempos! mujeres de todo el mundo acudían a mí para enamorarlas. Muchas fueron con la esperanza de casarme con ellas. Luego de poseerlas, la decepción de sus ojos siempre era un deleite al rechazar dicha proposición. Y aún así, con esa fama que me precedía, la hilera de ellas en la puerta de mi casa nunca terminaba.

Debo confesar, que lo que más disfrutaba, era cuando lograba doblegar la voluntad de aquellas doncellas o mujeres devotas a Dios. Tarde o temprano terminaban entregándose a mí voluntariamente.

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