La soledad acaba teniendo terribles efectos en el malgastado ánimo de Sarah, ella se pregunta que puede hacer, pero las respuestas no llegarán si tan solo las lanza al viento o llora, porque las cosas no suceden así, aunque de todas formas sabe que será duro, que deberá derramar lágrimas, sudor y sangre, quizás los más felices momentos de la vida comienzan así, como amargas sensaciones.- No tengo perdón... debí alejarme cuando tuve la oportunidad, acepté sabiendo las consecuencias, asumiendo el riesgo de encariñarme... de nuevo mi maldita soberbia... todos tenían razón, jamás estuve capacitada para cuidar a alguien... si me meto esas mierdas ¿cómo puedo ser responsable de alguien más?... ¡Dios! Emma y Ana no tienen la culpa de mi incompetencia, ellas merecían vivir... eran unas niñas... unas niñas... Ah... Ana tú, mi mejor amiga, estúpida pequeña, te dije que no servía de nada acortar tu vida y mírate... Y tú Emma... maldita mocosa, jamás me escuchaste...- gritaba a los cuatro vientos, sentada junto a las lápidas de sus mejores amigas, gracias a los padres de ambas chicas sus mausoleos se colocaron uno al lado del otro, allí, sin creer en nadie, sintiéndose la peor bastarda que haya pisado la tierra, renegándose cosas en las que ella ni siquiera fue partícipe. El camino a casa fue largo, se permitió correr, la brisa y niebla de la noche chocaba en su cara, dándole la libertad que hace tiempo había perdido. Chocó contra una persona, sin embargo continuó, no se disculpó como solía hacerlo, y al parecer, al chico le molestó que no lo hiciera, puesto que se lo recriminó de inmediato.
- Cuando chochas contra alguien debes disculparte- reprochó claramente molesto
- No tengo porqué...- dijo soberbia, no tenía deseos de discutir, pero estaba sin opciones.
Sin previo aviso el chico lanzó un golpe, éste llegó a la mejilla de Sarah, cayó duramente al suelo, pronto una patada paró en su abdomen ocasionando que devolviera lo poco que había consumido durante el día, intentó levantarse y no pudo, el chico la golpeaba cada vez más severo, un accionar inhumano.
- ¡No, detente!- sollozó cubriendo su rostro, el chico la golpeó hasta que se cansó, a Sarah no le quedó más remedio que llorar. El agresor se fue tras unos momentos, como le fue posible se colocó de pie, y caminó hasta casa, desecha, su vida no podía ser peor.
Llegó fundida en la depresión, decidida a hacer algo que se había prometido dejar, la voz de la conciencia le replicaba que no lo hiciera, reclamando la maldad existente en una sola cápsula, aun con esto sus oídos estaban sordos y sus ojos ciegos, ¿o era que no quería escuchar ni ver?, de todos modos, su mejor amiga ya no estaba, su inocente camarada tampoco, con esto se dio el tiempo de reflexionar ¿podía hacerlo solo una vez?, no, no podría, en todo caso hace mucho lo escondía, solo por el temor de ser descubierta, y si lo hace, ¿Qué con eso?, no debe rendirle cuentas a nadie.
Llevó hasta sus manos el frasco transparente con la discreta droga, una de las incoloras cápsulas paró en la entrada de su boca, Sarah se gritó así misma no comenzar algo que no estancaría jamás, porque después no existirían razones para frenarse, cada vez se harán más y más recurrentes los motivos para seguir ingiriéndolas, tener en cuenta aquello y hacer caso omiso fue fácil, ¿Qué importa?, es solo para tener un descanso breve, no pasará a mayores ¿o sí?, no claro que no. Quizás el efecto de una sola píldora hubiese bastado, no asumimos consciencia en aquello, Sarah en cambio ingirió cuantas píldoras cayeron en su mano, sin adjudicarse las consecuencias, según ella esas alcanzaban para descansar un par de horas.
Su cuerpo cayó pesadamente en el borde de la cama, su mano izquierda colgando firmemente, parecía como si estuviese invitando a alguien, sin imaginar obviamente que a quien invocaba era a la mismísima muerte. Sus ojos emprendieron viaje a la oscuridad, lentamente, sin embargo no fueron capaces de arribar debido a que se levantó, tomó desde el armario un abrigo negro e intentó salir de casa, bajando las escaleras tambaleante logró derribar los cuadros que allí había colocado con tanto esfuerzo. Cayó de rodillas junto a la misma, sus rodillas sangraron inminentemente, miró hacia la cocina, divisó sobre el encimero una botella de alcohol, cuanto detestaba eso, ese mentecato brebaje, a paso medio firme caminó directo a él, quiso detener la botella, pero ya estaba en su boca, no había más. Sus labios saborearon aquel repulsivo sabor, seguía odiándolo, se le retorció el alma el seguir bebiéndolo, no obstante no se detuvo, sin razones, sin motivos, solo bebió hasta la última gota. Nuevamente lloró, de ineptitud, de molestia, no viviría mucho más sin ellas, con ese rencor que le carcomía su ser, creer que todo ocurrió por culpa tuya, que pudiste hacer algo, ser más consciente de tus actos y no escuchaste, buscando consuelo sobre la leche derramada.
- Era mi responsabilidad cuidarlas... soy una maldita imprudente...- murmuró casi sin habla.
Poco a poco comenzó a destrozar todo lo bello que con tanto trabajo le costó conseguir. Destrozando muebles al paso de sus manos, las ventanas rotas debido a sillas, los gritos que nadie oía, el dolor que los ajenos no lograban calmar. Tomó con sus temblorosas manos algunos pedazos del cristal que acababa de despedazar, necesitaba saber qué veía Ana en eso, y fue imposible, era una cobarde, siempre lo fue.
Salió de casa, cayendo en contadas ocasiones en la entrada de la misma, sus rodillas al descubierto debido a las rasgaduras en sus pantalones no dejaban de sangrar. Caminó por la acera habitual, la simple brisa le indicaba que el invierno acababa de llegar, irónico, sus dos amigas murieron el primer día de la estación pertinente, Emma en primavera, Ana en otoño. Ajena a todo lo que ocurría continuó caminado, el puente vehicular no estaba muy lejos de donde ella vagaba, solo un par de metros. Contempló al vagabundo un par de minutos, con envidia, rencor de lo que ella no consiguió ni con dinero... ser feliz, vivir sin remordimientos, libre.
Mary llegó a casa, encontrándose con un caos al entrar, pensó que todo era a causa de un atraco, que habían sido víctimas de un asalto... no era cierto. Vio en el suelo un frasco de píldoras, lo cogió, sobre un estante, la botella de licor, no tuvo coraje de deducir nada, simplemente salió en busca de Sarah, de seguro estaba en problemas. La situación era ilógica, Sarah se comportaba como una adolescente malcriada, y ella, la menor, tenía que estar buscándola por la ciudad. No tuvo que indagar demasiado debido a que la halló en el puente camino a casa. Sarah mecía sus piernas, sentada en el borde del barandal de acero. Poco a poco comenzó a llover, esa leve llovizna invernal.
- Sarah...- llamó Mary con un hilo de voz, ésta la miró confundida, no la conocía para nada, sentía estar frente a una desconocida.
- Hola...- habló débilmente, ¿Qué más podía hacer?- ¿Qué haces?- preguntó la menor notoriamente preocupada, esa situación la empezaba a sobrepasar.
- Yo... no puedo...- Sarah bajó delicadamente hasta el otro lado del puente, donde no había acera más que el vacío.
- Sarah... Ven de este lado, es más seguro- invitó Mary intentando traerla de vuelta.
- ¡Suéltame!- gritó Sarah fuerte, con la voz quebrada, no se sabe si de dolor, rabia, o quizás de ambas- Vete a casa... allí estarás segura, vuelve con tus padres, ellos son lo mejor para ti...- sollozó acariciando la mejilla de la contraria
- Yo estoy segura contigo...-
- No, no lo estás... ¡Mírame! Estoy como una maldita estúpida casi colgando de este puente... no puedo cuidar de mí misma, ¿Cómo seré capaz de cuidar de ti, pequeña?- reclamó, sin fuerzas, sin esperanza.
Abruptamente resbaló, Mary tomó de uno de sus antebrazos impidiéndole caer al vacío, Sarah se afirmó de la baranda, su mano derecha no soportaría mucho, tenía el cuerpo pesado y Mary no poseía la fuerza suficiente como para jalarla a la seguridad del concreto.
- Déjame caer...- rogó la borgoña notoriamente apenada, sus expresivos ojos articulaban su infelicidad, insegura hasta de su propia sombra, ella era capaz de cuidar a alguien más, pero sin confianza en que realmente podía hacerlo no quedaba mucho por hacer, Ana ya no estaba para decirle que era especial, que alguien la necesitaba, en fin... que de una u otra manea estaba haciendo el trabajo bien.
- Prometiste que no me dejarías... ¡Lo juraste!- reclamó Mary al borde de las lágrimas, era cierto Sarah juró que jamás la dejaría si necesitaba de ella.
- Nadie cumple sus promesas... eres fuerte, tú puedes salir adelante... yo no. - la intensa lluvia pretendía no ver lo que estaba ocurriendo, despiadadamente caía sobre las manos de ambas, haciéndolas resbalar.
Dicen que cuando estás a punto de morir vez toda tu vida frente a tus ojos, y es en ese momento en el que te das cuenta de que debiste aferrarte a la vida, pero para entonces, ya es demasiado tarde. Sarah cayó de lleno al agua, quedando rápidamente inconsciente, el agua abordó sus pulmones lentamente, reaccionó cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando, intentó salir, de verdad quiso haber aprendido a nadar, pero su cuerpo ya estaba en el torrente. Solo pudo articular un... Lo siento"
- No me dejes... Nana... yo te necesito- dijo en un suspiro la desdichada chica.