A secas sostiene la sonrisa de Emma, un arrumaco dormido en su recuerdo, el corazón dice que la olvidará, pero, al quedarse sola, sabiendo que la perdió, otra vez empieza a extrañarla como jamás la extrañó. Se repite que puede, no obstante su corazón y cabeza mantienen opiniones contrarias. Le hace falta un cariño, una frase de aliento que la libere de la cansadora mochila que le dejó la culpa.
Después de un largo día de trabajo cree necesitar una dosis de energía, al fin tiene la despensa llena, y se puede dar el lujo de comer lo que se le venga en gana, sin embargo, como siempre, escoge preparar los waffles que comía junto a las chicas, una taza de café y fruta. Se sienta a la mesa, en melancolía, comprendiendo de una vez por todas que la soledad le pegó duro, justo donde más le duele, en definitiva, que está vacía. Y no le gusta. Para nada, estaría mintiendo al decir que agradece aquel silencio. Concluyó su cena, que no fue demasiada sinceramente. Aún sentada a la mesa recordó cómo era antes, cuanto había cambiado en el último tiempo.
En comparación de su antigua yo, su cabello es más largo, y su responsabilidad ha crecido en conjunto con sus pensamientos. En simples palabras, ha crecido bastante. Levantó su cuerpo de la fría silla en la que permanecía y se dirigió al desolado patio, esperando calmar su soledad con la tranquilidad del firmamento.
Un displicente y sutil destello del lucero le dan una irremediable idea de caminar, transitar por parajes desconocidos, ser guiada por una luz imaginaria, que la salvaría del trance, conduciéndola a un lugar reservado, sin personas, sin sentimientos. Quizás es mucha imaginación, así que sólo caminó.
Adentrándose en el verde bosque, con las piernas temblorosas por la anticipación, la noche estaba entrando en su máxima expresión, la rodeó un frescor oculto, inmerso entre las profundidades misteriosas. Su vista no le permitía ver más allá de un metro de distancia, sin embargo un claro bañado por la luz de la luna en medio le permitió caminar sin precaución. Gran fue su sorpresa al ver un columpio hecho de soga pendiendo de un árbol de cerezo. Corrió hasta allí con el rostro empapado. Junto a él su corazón dejó de latir, comenzó a encogerse, llegando a caer en el secreto y recóndito distrito del que tanto trabajo le costó sacarlo. Apoyó sus manos suavemente en la soga, palpando a cada tanto las hilachas generadas por el tiempo, fijó su vista a los pies del árbol, percatándose de una antigua caja de madera con la tapa entre abierta dejando ver mínimamente un trozo de papel.
Retiró la funda con suma delicadeza, sus manos comenzaron a sudar de inmediato. La luz tenue le permitía perfectamente diferenciar lo que en el montón de cartas estaba escrito, la inconfundible letra de Emma, tan redonda y ordenada, la mezcla exacta de letra imprenta y manuscrita, solo algo que ella podía llegar a lograr. Aún recuerda sus días de escuela, aunque cabe en su mente una definida duda que le abole las neuronas, el por qué Emma se veía tan afectada día tras día, sufriendo por todo, especialmente cuando se daba cuenta que sus novios la engañaban. Por qué esa necesidad de estar con alguien siempre.
¿Protección tal vez?
Rebuscó entre todas las cartas las más vieja, indagando por explicaciones, que cree, sólo esos garabatos estampados le darían. Cabe la suerte de que poseían fecha de escritura, casi como un diario, sin embargo, este no estaba estructurado, y mucho menos ordenado, salvo por un par que se encontraban por casualidad con tres días de corrido. Tomó entre sus tibias manos la primera, la cual supuso era la primera, pues solo aparecía 06 de mayo de 200-, no obstante el último número parecía más bien una mezcla de ocho con seis, ni siquiera la misma Emma era capaz de distinguirlo. Su lectura no fue más que un día normal, contaba que sus abuelos amaban esa sonrisa de ángel, según decía, que tanto ánimo les brindaba, que desde ese día en adelante no faltaría a su "refugio en el aire", refiriéndose al columpio. Relataba también que su abuelo la sacó a pasear en tren, de lo contenta que estaba de haber tenido esa experiencia.
La mayoría de las cartas no se referían más allá de un día casual en la vida de una niña. Sin embargo, con el paso de los años, el ánimo y entusiasmo reflejado allí fue decreciendo. Mary leyó en voz alta:- Cuatro de abril de 2013: "¿La vida acaso está en mi contra?, justo ahora, tenía que ser hoy, ¿no podías esperar un poco? Tu enfermedad no estaba tan deteriorada como para esto, pero claro, esto no es problema del cáncer... espero. ¿Por qué prometiste quedarte si no ibas a cumplir con ello? Eres una persona egoísta, pero no puedo recriminarte el hecho de morir ¿o si puedo? Por supuesto que puedo, jamás imaginé que terminarías así, desearía ser yo quien muriese en tu lugar, porque ahora ¿Cómo te remplazo si no hay nadie mejor que tú aquí aparte de ella? Por eso te digo, pude ser yo... porque definitivamente tú encontrarías a alguien mejor de lo que lo soy en este momento. Me arrepiento de no haberte escuchado, ahora que ya no estás, pero sólo te doy la razón hoy que estás muerto. Abuelo... no sé cómo le diré a mi abuela de tu muerte, ¿Cómo le explico que el amor de su vida ya no está? Que quien cuidaba de nosotras descuidó de sí mismo y fingió que todo estaba bien... Que no estarás para recordarle lo que tiene que hacer, porque la diabetes no es algo que yo pueda sobrellevar, y menos con ella, ¿Qué hago? No quiero estar sin ti, no puedo, es injusto que ahora sea ella quien retire tu cuerpo, si fui yo quien te vio allí, con el tren hecho trizas, y tu cuerpo sin vida siendo removido a duras penas de entre los hierros fríos de la máquina, no va ni una hora y estoy aquí, llorando como una idiota sin padre, sin protección, y lo peor de todo... sin cariño... Te extraño, por favor vuelve... lo prometiste."-
Mary no pudo evitar que unas cuantas lágrimas se derramasen sobre la hoja, se sintió pequeña ante eso, el dolor que ella sentía podría ser sólo el uno por ciento de lo que Emma sufrió. Las explicaciones acerca de la busqueda de un hombre que la protegiese estaban frente a sus ojos, Emma estuvo siempre dependiendo de la defensa de otros, por eso veía ese refugio en los brazos de Ana, la pelirroja manejaba ese aura de amparo tan bien, que no podías temerle a nada sólo debido que ella estaba cerca, aun teniendo en cuenta que moría de miedo por dentro. Y Emma jamás se dio cuenta de aquello, o quizás nunca quiso hacerlo. Parecía que era algo así como una obsesión, pero ¿qué más podía hacer?, claramente solo anhelaba algo de socorro.
Pronto le entraron ganas de saber cómo era realmente su relación con el supuesto amor de su vida, bueno, mejor dicho, el tercer amor de su vida, aunque para ella no corrió lo de "la tercera es la vencida". Vio a través de la misma perspectiva de Emma que nada era como tanto presumía, ese tipo no hacía más que recriminarle cosas que Emma no había hecho, y fue el ultimátum impuesto por el chico lo que provocaron en Mary un evidente estado de irritación. Juró, bajo el lóbrego y oscuro manto de la noche, que se vengaría de él, porque esa sería la única forma en la que Emma descansaría totalmente en paz, definitivamente eso era lo que la vida le tenía preparado, quien sabe si esa era su misión.
La ventisca que entró por su ventanal le anunciaban que ya era hora de levantarse, los rayos del sol, sin embargo, no iluminaban de la manera que ella hubiese esperado. Realizó la rutina de siempre, una taza de café y tostadas.
Las comió con prisa, ese día le tocaba el turno de la mañana, el horario punta de los vehículos que salían de la ciudad por la festividad eran los causantes de su preocupación, si llegaba tarde de seguro le descontarían las horas que no hizo, y además, recibiría un buen reto de parte de su jefe, quien no era hombre de tratar, menos después de la muerte de Emma, su consentida.
No obstante, su reloj había cambiado la hora automáticamente, por lo que su prisa le dejó como resultado llegar una hora más temprano de lo común, sí, se maldijo, y al despertador obviamente. Resignada aprovechó que su primer cliente fuese su jefe.
- ¿Y esta novedad? ¿Acaso te sacaron a patadas de tu cama?- preguntó el hombre que bordeaba los sesenta años de edad, con una melena desmarañada que lograba camuflar a la perfección mínimo unos diez años, las facciones de su cara no eran precisamente las de un príncipe azul, pero se defendía bastante bien al trabajar en su estado físico.
- Para nada, sólo fue un error... técnico- respondió perezosamente, evitando rayar el estanque del vehículo debido a que miraba los profundos ojos de su empleador.
- Ya veo... esos relojes antiguos son perfectos, basta con ajustarle la fecha y listo... son capaces de adaptarse a todo, hasta a los cambios de horario...- fanfarroneó. Mary simplemente sonrió ante lo obvio.
- Que tenga buen viaje- mencionó y su jefe se marchó raudo.