Quedaban exactamente cuatro días para que la primavera se marchara y el verano entrase en todo su esplendor. Mary se hallaba tumbada en un sofá individual, comprendiendo que el mundo no volvería a ser como era. Ella, hasta cierto tiempo atrás, era una adolescente normal, bueno, casi, ahora entendió que sus padres buscaban lo mejor para ella, pero la dulzura y el amor que las chicas le daban eran, definitivamente, mucho mejor que la desatención de sus padres. Admite que se volvió dependiente a sus mimos, y, como en ese instante estaba sola, no podía hacer más que sentirse vacía.
No te puedes quedar sola, ¿cierto?
Mary sabía en el fondo de su corazón que Ana tenía razón, no obstante se negaba a hacerle caso, no de nuevo, desde hace unos cuantos días pretendía no escucharla, hacer como si la vida siguiera y Ana jamás le hablase, aunque la pelirroja era insistente y no se daba por vencida. No respondió.
Vamos, tú y yo sabemos perfectamente que no estás bien, mejor sal a dar una vuelta.
La menor giró la cabeza en dirección de su hombro derecho, tal vez Ana tenía razón, un paseo no le haría nada mal, pero era de noche, y no podía andar por allí sola. Y no tenía a nadie, ¿Quién la protegería? Sólo salió sin que eso fuese un impedimento. Cerró la casa con llave por nostalgia, sabía de buena fe que nadie le robaría, no a ella, no después de lo ocurrido. Caminó sin rumbo, como siempre. Por las mismas vías, por el mismo sendero.
Subió a unos vagones abandonados, había ratas y una innumerable cantidad de bichos, no obstante la oscuridad de la noche no le permitió percatarse y solo la limitó a caminar, pisándolos e ignorándolos.
De tanto en tanto se agachaba a recoger piedras, sin tomar en cuenta los pasos tras de ella, y las lanzaba lejos de su vista, eso quería hacer con todo, tirarlo por la borda, dejar que la vida se encargara de descomponerlos por ella. Delegarle las responsabilidades a una entidad inexistente... pero eso estaba haciendo de todas formas ¿no? bueno, lo único que deseaba era eso.
¿Y por qué no te lanzas?
Entró al puente y los pasos se detuvieron, comprendiendo que ese no era su territorio de dominación, el gélido aire pegó fuerte contra su rostro, deslizando sus cabellos hacía un costado. Observó fijamente la soledad y oscuridad que la rodeaba en aquel antiguo y desamparado puente. Se paró frente al barandal de acero y observó el caudal que pasaba calmo debajo, el frío era imponente, sin embargo no lo suficiente para congelar sus recuerdos.
No lo hagas, Mary.
Se arrimó a éste, sentándose en el borde, apoyó sus brazos en el metal mientras sentía su corazón impulsarse cada vez más fuerte. La adrenalina recorría su cuerpo, no el miedo.
Mary, no.
Cerró los ojos y negó con la cabeza, estaba sola, definitivo. El puente no era transitado a esas horas debido a los rumores que giran en torno a él, además de las recientes y marcadas muertes, notoriamente cargadas de depresión y mucha, pero mucha duda. No había nadie con ella.
―Mary...―llamó aquella voz, ahora por el contrario de hace un momento se cuestionó el hecho de si estaba sola o no.
― ¿Eh?― Suspiro al sentir esa voz con unos metros de lejanía.
Al voltear el rostro se encontró con la fina y delicada figura de su amiga, lejos de ella, pero lo necesario para distinguirla. Estaba vestida ligeramente, su piel lucía como si estuviese recién saliendo de un congelador, helada. No lograba ver su rostro, ya que permanecía cubierto por el cabello, de una tonalidad borgoña, tal como había decidido teñirlo.
- No puede ser...- Susurro al reconocerla- ¿Tú de nuevo?- preguntó mirándola con extrañeza y algo de molestia.
- La vida no es un intermedio perfecto, Mary- La escucho decir, tan maternal desde que la conoció. Ni siquiera sabe por qué ahora se sorprende tanto al verla.
Tiritó de frío ante un torbellino de viento helado y sintió las gotas de agua golpear contra sus piernas debido a una marejada del torrente. Volvió la vista a Sarah, quien continuaba sin mirarla ya que su vista se mantenía fija al fondo del río.
- Nana...- Tartamudeó sin comprensión de sus palabras, necesitaba la seguridad de si era real o no.
- Lo sabes, Mary- respondió a sus pensamientos.
La vida no había cambiado en nada, lejos de mejorar solo había empeorado. Sarah no tenía por qué hacerlo tampoco, aunque su piel estaba un poco más pálida, Mary la recordaba bronceada, quizás fue el efecto del agua sobre su cuerpo, o el frío tal vez. Su rostro seguía igual de delicado y elíptico, manifestando sus escasos veintiún años, sus rasgos seguían siendo los de su madre poco madura, en cambio ahora no poseía su normal sonrisa y sus labios estaban cadavéricos, casi índigos. Pero sus agradables ojos seguían igual de serenos. Su cabello estaba del mismo largo, por primera vez la veía de esa manera, como lo que era... una muerta. Supo que era Sarah cuando advirtió la, en ese entonces, tonta cadera de cobre que le hizo en una clase de arte hace más de cuatro años, en ese momento comprendió que la chica siempre valoró hasta los más mínimos detalles, por muy ingenuos que se viesen, y, haciendo memoria, se dio cuenta que siempre la llevó con ella.
- Sarah- murmuró, ella se acercó ― ¡Déjenme, ya aléjense!― Grito tapando sus oídos y aferrándose a sí misma en el metal con las piernas, una mano se posicionó sobre su hombro, haciéndola saltar de su lugar
- Déjame ayudarte ahora que puedo-.
- Tú estás muerta, no hay remedio- le dijo. Y ella volvió a verla con el cariño y la ternura de siempre, como cuando estaba junto a ella.
- Mary...- Lo llamó dulcemente.
- ¡Ya déjenme!- Gritó desesperada.
Sarah le tomó del codo he intentó inútilmente acercarla a la seguridad del suelo, Mary se resbaló y quedó pendiendo de la mano de Sarah. - No me sueltes...- rogó ante el miedo inminente de caer y morir.- Dije que no te dejaría siempre que me necesitases... lo prometí, y tú necesitas crecer- la tiró firmemente, y Mary la abrazó, llorando, sintiéndose vulnerable frente a ella, Sarah desapareció luego de unos minutos.