Epílogo

495 105 137
                                    

Los adolescentes se sentaron en semicírculo y rodearon al maestro. Para Kira era emocionante escuchar cada vez que aquel hombre estricto se disponía a relatarles alguna historia o leyenda de viejos héroes y pasadas guerras. Más de una vez se preguntó cómo era que sabía tanto.

Alguien de la aldea, una vez le dijo que el maestro provenía del reino de los sorceres, la nación al sur del continente donde reposaba la biblioteca más grande, de la que se decía contenía todos los secretos de la magia y los dioses. Ella no creía que fuera cierto, de ser así, ¿qué había llevado a un hombre tan sabio a dejar su nación llena de tesoros, magia legendaria y poder, para ir a perderse dando clases de espada a un grupo de adolescentes zarrapastrosos en una aldea perdida, que no estaba bajo la protección de ningún reino?

Sea cómo fuere, para Kira el maestro Erick era sorprendente: hábil espadachín, poderoso hechicero y magnífico contador de historias. Solo tenía un defecto, estaba casado.

—Bien muchachos —empezó a hablar el maestro después de recogerse el largo cabello oscuro en un moño flojo en lo alto de la cabeza—, ¿les gustaría que les contara algunas leyendas de espadas?

Los chicos dieron voces afirmativas y exhalaciones de júbilo. ¿A qué adolescente no le fascinaban las armas y más si las envolvía la leyenda?

El maestro Erick deslizó los ojos verdes por su joven audiencia y afirmó con la cabeza.

—Tal vez han escuchado de "La espada maldita de Saagah", "Vegaheimr" o "Casa de la muerte."—Cuando el maestro Erick nombró esa espada, Kira se emocionó. La espada maldita de Saagah, entre todas las espadas, era la más famosa y la más trágica—. Esta es una espada que fue moldeada en las cuevas de Holmgard por el gran herrero Erendor en la era primigenia—continuó contando el maestro—. Es una espada forjada con acero bramasquino, con las técnicas secretas del gran herrero que fue Erendor, el alferi.  

»Se dice que él, en un ataque de arrogancia, viendo los excelentes resultados de sus forjas, declaró un día que haría una espada mejor que la Segadora, la espada del dios Saagah.

»El dios escuchó su blasfemia y apareció ante Erendor. Le dio plazo de una lunación para terminar la espada, luego de lo cual se enfrentarían y probaría si el arma que había hecho era tan buena como él se había jactado.

»Erendor trabajó toda esa lunación, día y noche estuvo en su taller entre el yunque y el horno. Tanto qué, cuando salió, su esposa no lo reconoció de lo oscura que se tornó su piel y las llagas cicatrizadas en su rostro debido al calor. Pero la magnífica espada en su mano bien había valido el sacrificio y la pena.

»La noche de la luna roja, el dios Saagah acudió al encuentro. Dicen que la pelea fue grandiosa, un dios y el alferi mas talentoso en el arte de la forja. Después de lo que tarda en consumirse una vela de Ormondú, justo cuando el alba despuntaba, la espada de Erendor quebró por la mitad a la Segadora.

»El dios montó en cólera.

»Celoso como es, Saagah lanzó una terrible maldición sobre la espada. Cada vez que fuera desenvainada, esta cobraría una vida, su hoja siempre estaría manchada con sangre no importa si fuera del aliado o del enemigo, del ser odiado o del amado; la espada siempre mataría a alguien.

»Erendor, temeroso del poder de la maldición, escondió la espada dentro de un cofre en su taller.

»Hasta que un día su hijo de solo diez años abrió el cofre. ¿Cómo lo hizo? Nadie lo explica.

»La curiosidad del niño hizo que sacara la espada de la vaina de cuero pulido. Apenas la sacó un poco y el brillo de la hoja lo cegó. Deseó contemplar aquel magnífico objeto de cerca y la desenvainó.

Despues de nuestra muerte. Relatos de OlhoinnaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora