Capitulo II

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Una incontrolable sed le raspaba la garganta. Abrió los ojos y sintió la frente bañada en sudor, algunas gotas saladas se le coloraron entre los labios. Aradihel se levantó y se dio cuenta de que el cuerpo le dolía. Miró a su alrededor, se encontraba en el mismo paraje desértico, donde el cielo plomizo era alumbrado por el sol sangriento.

Se palpó el pecho, la armadura plateada estaba intacta, ninguna señal de la espantosa herida que le desgarró el cuerpo en la lucha con el dragón. Cerró los ojos, confundido. ¿Qué era todo eso? ¿Una pesadilla? ¿Había sido preso del encantamiento de un sorcere sin oficio?

Se levantó y tomó a Diskr ari que estaba a su lado, impoluta y brillante, ningún rastro de sangre manchaba la hoja plateada. Delante de él vio el lago de aguas turbias y sintió de nuevo la sed abrasadora en la garganta. Miró en derredor y esta vez ninguna colina lo bordeaba, no había dragón.

Se acercó, receloso, con la espada en alto, listo para defenderse si se presentaba el caso. Se agachó y metió las manos en las aguas, en el cuenco de sus palmas eran transparentes. Podía sentir la frialdad que deseaba, le refrescara la garganta.

Bebió con avidez, solo para descubrir con mucha frustración que el líquido tenía un sabor entre salado y amargo. El regusto desagradable le hizo escupir de inmediato. Aradihel cayó sentado en la orilla y, desesperado, se llevó una mano al cabello trenzado para jalarlo casi sin darse cuenta de lo que hacía.

«¿Qué es esto, poderoso Saagah? ¿Es que mi vida dedicada al honor y la batalla no te ha complacido que ahora me torturas de esta forma?»

Se cubrió el rostro con las manos y dejó escapar lágrimas de rabia y desesperación. ¿Dónde estaba?

Un rugido lo sacó de su autoconmiseración. Al apartarse las manos de los ojos, pudo ver de nuevo al enorme dragón de pupilas amarillas y dientes enormes. No le dio tiempo a reaccionar, no logró agarrar la espada. La garra se clavó otra vez en su cuerpo y lo hizo pedazos.

De nuevo el guerrero se despertó ante el asfixiante déjà vu. El paraje desértico, el sol, el lago, la sed... ¿Era un castigo de los dioses? Pero ¿por qué?

Miró a un lado, la espada al alcance de los dedos ¿Qué sentido tendría levantarse si el agua no se podía beber, si otra vez el dragón aparecería para despedazarlo?

— ¡Psss! ¡Psss!

Aradihel volteó al escuchar el sonido. ¿Alguien lo llamaba?

—¡Psss! ¡Psss!

En medio de las rocas, que estaban a un lado del lago, había un hombre. Parecía alguien joven, un guerrero, pues también portaba una armadura, pero a diferencia de la suya, la del hombre era negra con los orillos dorados. Tenía un emblema en la parte izquierda del pecho. Aradihel no necesitaba acercarse para saber que el emblema era el escudo de los sorceres de Augsvert. Ese hombre pertenecía al ejército de sus enemigos. 

***¿Cómo están chicos? ¿ya tienen teorías? si las hay, me encantaría leerlas

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Despues de nuestra muerte. Relatos de OlhoinnaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora