Capitulo VII

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En ese espacio era muy difícil calcular el paso del tiempo. No había manera de saber si había pasado un día o muchos. El cielo continuaba con su mismo color de sangre, apenas iluminado por el sol.

Aradihel se levantó chorreando sudor, agobiado por el calor y la sed. La armadura, tan acostumbrado a llevarla como una segunda piel, ahora le pesaba, pero nada de eso le importaba.

—¡Erick! —Las lágrimas descendieron por su rostro.

Miró al cúmulo de rocas donde cayó el sorcere. El ave ya no estaba y él albergaba la esperanza de que el cuerpo del hechicero se reanimara como le pasó a él, después de todo, si era cierto lo que le había dicho, ya estaban muertos. Pero el sorcere no se levantaba y él no se atrevía a acercarse, no quería ver la masa informe y sangrienta en que lo convirtió el águila. ¿Qué crimen cometió Erick para merecer semejante castigo?

Un graznido ensordecedor lo hizo estremecer. Con pánico miró hacia arriba para descubrir que la gran ave volvía, caía en picada, directo sobre él. Corrió desesperado y se lanzó entre unas rocas antes de que el pico del monstruoso pájaro le arrancara la cabeza.

«Ya veréis lo que tengo preparado, querida hermana

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«Ya veréis lo que tengo preparado, querida hermana. Veréis la decisión que Aradihel tomará y os convenceréis de que, entre el hechicero y él, se escogerá a sí mismo».

«No entendéis nada, ¿verdad Saagah?»

El águila escarbaba con el pico entre las rocas, cuál si fuera él una lombriz de tierra que intentara arrancar para devorarla

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El águila escarbaba con el pico entre las rocas, cuál si fuera él una lombriz de tierra que intentara arrancar para devorarla. El pecho del alferi subía y bajaba desacompasado, lo último que quería era saber qué se sentía ser comido vivo.

El pico se retiró y no volvió a descender. Aradihel alzó con cuidado la cabeza para ver si el águila se había ido, pero entonces se le heló la sangre. En el montículo de piedras, el sorcere despertaba. Escogió el peor momento para hacerlo, porque el ave se dio cuenta y ya corría hacia él dispuesta a devorarlo una vez más.

El alferi se salió de su escondite. Si no hacía algo, el águila de nuevo tomaría a Erick como presa, pero si se descubría, entonces sería él quien correría peligro. ¿Qué debía hacer? Ciertamente, no morirían, pero de ninguna manera era agradable experimentar varias veces la muerte y el dolor.

El águila cada vez se aproximaba más a donde el sorcere se reanimaba. Aradihel, casi sin darse cuenta, se había puesto en marcha. No necesitó pensar para tomar una decisión, en el fondo sabía que no quería que ese monstruo volviera a hacerle daño al sorcere.

Desenvainó la espada y corrió a toda prisa detrás del ave, que ya se cernía de nuevo sobre el hechicero. Se movió tan rápido que el monstruo no lo notó. Le clavó la espada hasta la empuñadura en el lomo antes de que pudiera hundir el pico en Erick. El ave emitió un chillido ensordecedor y batió las alas. Rápidamente, Aradihel sacó la espada y volvió a hundirla, esta vez en el pecho. El águila se tambaleó, pero no murió, con la cabeza daba zarpazos que buscaban herirlo. De pronto, una espada con el filo negro se deslizó desde atrás por el pescuezo del animal, degollándolo. Entonces el animal si se derrumbó pesadamente en el suelo donde su sangre formó un charco negruzco.

Los orbes verdes rasgados de Erick lo miraron mientras el pecho le subía y bajaba recobrando el aliento.

—¿Estás bien? — preguntó Aradihel recorriéndolo rápidamente con la mirada, observando si estaba herido

—Estoy bien. Gracias, Aradihel.

El alferi lo observó preso de una inefable satisfacción al escuchar la gratitud en esa melódica voz. Por un momento sus ojos gris agua quedaron conectados en los otros, verdes, que parecían un bosque en primavera y brillaban como hojas cubiertas de rocío. De nuevo la imagen de una colina volvió a su mente, los árboles, las flores, las frutas... la calidez. Sacudió un par de veces la cabeza tratando de ordenar sus pensamientos.

—Estamos a mano, hechicero.

Erick asintió y descendió del montón de piedras.

En el palacio del Geirsholm, Angus rio complacida

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En el palacio del Geirsholm, Angus rio complacida

«¿Lo veis hermano? ¡Terminaron ayudándose y peleando juntos!»

«¡Lo que entiendo es que sois una tramposa, Angus!»

«¡¿Una tramposa?! ¡Pero si esta prueba la habéis puesto tú! —Ella volvió a reír—. Terminemos con esto. Es mi turno ahora, Saagah.» 

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Despues de nuestra muerte. Relatos de OlhoinnaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora