Miraron hacia atrás y se dejaron caer por el otro lado de la colina. Descendieron dando vueltas sobre el suelo arenoso.
Al llegar al piso ambos estaban mareados y llenos de tierra. El cabello blanco y brillante de Aradihel lucía marrón, su cara estaba manchada de arena. Cuando Erick lo vio se echó a reír. Todo su rostro, de por sí hermoso, se iluminó, los ojos verdes brillaban como hojas frescas cubiertas de rocío. El alferi estaba maravillado de contemplar por primera vez esa deliciosa risa y ese sonido le provocó una epifanía.
Los labios delgados, discretamente rosados, la risa cristalina desgranándose en ellos...
Era su boca, la del hechicero, la que veía en su visión, eran sus ojos los que le recordaban un bosque en primavera. Se vio a sí mismo junto a Erick, mucho más jóvenes, en una hermosa colina rodeados de árboles en flor, estas cayendo arrancadas por el viento, arremolinándose a su alrededor.
Imágenes de ambos siendo apenas unos adolescentes entrenando juntos con espadas. Fueron amigos en vida. Más jóvenes fueron amigos y después fueron más que eso. Otra imagen apareció en su mente, una en donde los dos estaban enredados en un profundo beso en la misma colina, pero mucho más adultos. Sintió de nuevo en su pecho la felicidad desbordante que lo embargó en ese momento. Los ojos se le llenaron de lágrimas al poder al fin entender lo que le pasaba. ¡Ya se conocían y se amaban!
Poco a poco la risa cesó, Erick veía algo preocupado como los ojos de Aradihel se humedecían.
—¿Te has lastimado?
Pero aquel no respondió. Se lanzó sobre él y lo apresó en sus brazos. El lobo que había querido mantener a raya despertó hambriento. Con ímpetu capturó los delgados labios que lo volvían loco y se sumergió en un beso ávido, húmedo y desesperado. Erick respondió con timidez, solo un segundo duró su momento de debilidad, luego lo apartó de un empujón.
—¡¿Te has vuelto loco?! ¡¿Qué te sucede?!
Aradihel lo miró perplejo, luego sonrió y se abalanzó para abrazarlo de nuevo, pero el sorcere lo esquivó.
—¡Lo he recordado! —dijo Aradihel con una sonrisa ilusionada en el rostro—. Tú y yo ya nos conocíamos desde que éramos niños, tú y yo nos amamos.
Erick se levantó para alejarse de él, su rostro lucía preocupado. Aradihel lo contempló sin entender del todo su actitud.
—¿Lo sabías? —le preguntó perplejo—. Tu sí lo recordabas, ¿verdad? ¿Por qué no me dijiste nada, Erick?
La preocupación en el rostro del hechicero mutó a una expresión de profundo odio que asustó al alferi.
—Lo recordaste dices. ¿Estás seguro de que has recordado todo, Aradihel? ¿Acaso recordaste lo que sucedió en tu última batalla?
El alferi frunció el ceño confundido, sorprendido y asustado. ¿Por qué había tanto enojo en los ojos verdes que hacía un momento brillaban risueños?
«¡¿Le habéis permitido recordar, Angus?! —increpó a su hermana el dios Saagah, enojado—. ¡Sois una tramposa hermana!»
«No he hecho nada Saagah, si recordó fue por sus fuertes sentimientos hacia Erick.»
«¿Cuáles fuertes sentimientos? Estuvo a punto de matarlo en el valle. Estoy seguro de que tú lo has rociado con tu aliento imprimiéndole ese... ese ... romanticismo.»
Angus rio, le divertía lo infantil que podía llegar a ser su hermano.
«¡No digáis tonterías! Veamos que ocurre, estoy a punto de ganar mi apuesta.»
—¿Quieres que te ayude a recordar, alferi? —La voz melódica de Erick se volvió fría y ponzoñosa, como una daga filosa y envenenada que se clavaba en su corazón— ¿Quieres que te diga cómo morí?
Aradihel tuvo la certeza que eso era algo que preferiría no recordar. Sin embargo, no tuvo tanta suerte. Una a una, escenas de su vida pasada acudieron a su mente.
ESTÁS LEYENDO
Despues de nuestra muerte. Relatos de Olhoinnalia
FantasiaAradihel, comandante del ejército de los alferis, despierta en una tierra inhóspita. Lo último que recuerda es que murió en batalla, y siendo él un honorable guerrero debería estar en el Geirsholm, lugar de descanso a donde van los héroes al morir...