Capitulo VI

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Aradihel decidió caminar al lado del hechicero. Cada vez se convencía más de que todo era producto de una trampa suya y aunque no sabía qué quería, pues en todo el tiempo que llevaban caminando no lo había volteado a ver ni una sola vez, en algún momento tendría que ponerse al descubierto.

—¿Qué pretendes siguiéndome? —dijo el sorcere mirándolo de soslayo sobre su hombro.

—¡Que termines esta ilusión de una buena vez! —dijo el alferi con hartazgo.

Estaba enojado, acalorado, sediento, cansado, pero más que nada le molestaba la actitud arrogante de ese maldito hechicero que se creía mejor que él.

—¡Qué tonto eres! No es ninguna ilusión. Mira.

Erick señaló con su dedo moreno delante de ellos, a una procesión de personas que caminaba con mucha lentitud. Iban hasta el borde de un precipicio y se arrojaban a él. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Aradihel al ver los rostros retorcidos por la desesperación antes de lanzarse.

—¿Qué es eso? —preguntó el alferi con algo de repulsión.

—Es el abismo de la desesperanza.

—¿El abismo de la desesperanza? ¿Por qué se arrojan a él?

Estaban a unos pies de distancia y desde allí podían escuchar los llantos ahogados y los gritos de los que se lanzaban al vacío. Erick miró la larga fila y suspiró.

—Es su castigo. Son los débiles de espíritu, aquellos que no lucharon y se dejaron vencer por las adversidades. Una y otra vez se arrojarán al abismo, reviviendo el mismo dolor y la misma desesperación que les impidió pelear, hasta que la rueda de la reencarnación los reclame.

El alferi tembló.

—¡Eso es muy cruel! —de pronto tuvo un déjà vu, pero, aun así, preguntó—: ¿Cómo sabes todo eso?

El sorcere no le contestó, solo se hundió de hombros, pero Aradihel comprendió por qué Erick sabía aquello y él no. Los sorceres eran personas educadas, tenían un vasto conocimiento proveniente de la gran biblioteca augsveriana, la biblioteca que les robaron a los alferis cuando usurparon su tierra. De seguro "El abismo de la desesperanza" pertenecía a una de esas leyendas sobre el Geirsgarg descrita en alguno de los pergaminos de la magnífica biblioteca.

Con rencor, preguntó queriendo incomodarlo tanto como pudiera:

—¿Cuál será tu castigo sorcere? Espero que sea el peor de todos.

Pero Erick no alcanzó a responder. Una enorme águila se precipitó sobre ellos y derribó al hechicero.

Las gigantescas garras se clavaron en el metal de la armadura negra abriéndole un agujero. El pico descendía y penetraba la coraza frontal mientras Erick intentaba en vano quitarse de encima a la enorme vestía que quería devorarlo.

Por un momento, la sorpresa del ataque dejó a Aradihel sin saber qué hacer, pero si no actuaba deprisa, ese gran pico destrozaría al sorcere.

El alferi desenvainó la espada y corrió. La monstruosa ave estaba sobre el hechicero y trataba de hundirle el gran pico en la cara. Erick a duras penas lograba esquivarlo. Aradihel dio un salto sorprendente y abanicó la hoja de acero, golpeando el pico plateado del águila. Esta, furiosa, dio una patada sobre el magullado cuerpo de Erick, que se hundió un poco en la tierra. El águila batió las alas y con el sorcere sujeto firmemente entre sus garras alzó el vuelo. Aradihel observó al ave y a su presa, desesperado desde abajo, sin poder hacer nada.

Las enormes alas se abrían en la distancia contra el cielo, que parecía manchado de sangre. Las garras soltaron a su presa, el cuerpo del hechicero cayó velozmente para estrellarse y romperse entre las rocas. Luego el águila descendió, se posó sobre él y comenzó a desprender la armadura negra como si de un cascarón se tratara. Cuando ya no había coraza, el águila se dedicó a arrancar pedazos de su cuerpo y a tragarlos echando la cabeza hacia atrás.

Aradihel cayó sentado en el suelo. Las arcadas ascendieron a su garganta y le hicieron vaciar el estómago en la tierra arenosa. Había deseado ver sufrir al hechicero, quiso que su castigo fuera ejemplar, pero ahora que lo contemplaba no podía soportarlo. El pecho le dolía inmensamente. Ni siquiera en el campo de batalla, al ver morir a un compañero recordaba haber sentido semejante pena.

Se levantó tembloroso y miró allí donde el ave profanaba el cuerpo de Erick. Desde lejos parecía un amasijo de sangre, carne y metal.

¿Esto es el Geirsgarg? ¿Sufrir eternamente? ¿Ser devorados una y otra vez?

—¡Oh poderoso Saagah! ¡¿Por qué me has abandonado?! —El alferi cayó de rodillas sin poder mirar más el cuerpo destrozado del sorcere y lloró con amargura. 

 

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Despues de nuestra muerte. Relatos de OlhoinnaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora