Capitulo III

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El llamado se intensificó.

El hombre, que lo miraba oculto tras las rocas, lo llamaba agitando la mano. Aradihel dudaba. Era un enemigo, ¿para qué reclamaba su atención, si no para alguna trampa? Desvió los ojos de él y en su lugar se dedicó a pensar qué hacer en caso de que el dragón apareciera de nuevo.

Tomó la brillante espada y se levantó. No pasó ni una brizna de paja al fuego cuando su némesis se materializó otra vez. El suelo tembló al tiempo que el dragón apoyaba las enormes patas en él. Aradihel apretó los dientes y sujetó con fuerza la espada, decidido a hacerle frente una vez más. Con la velocidad que caracterizaba a los de su raza, se desplazó hacia atrás y luego hacia un lado, corriendo en zigzag. El dragón lo seguía con la mirada e intentaba asestar un zarpazo en él.

El alferi trepó a una de las colinas. Resuelto a colocarse a su altura para poder atinarle algún sablazo en la cabeza, se dio cuenta de que esta se hallaba cubierta de enormes y gruesas escamas, sería prácticamente imposible atravesarla. Por experiencia, el guerrero sabía que el sitio débil era el abdomen, fue hiriéndolo allí que logró vencerlo la última vez. Así que ahora intentaba asestarle con la espada. Sin embargo, se encontraba muy distante, para poder hacerlo debía exponerse a que, como la primera vez, ambos se mataran.

El enfrentamiento entre bestia y alferi se prolongaba. El dragón ya le había rozado con la gigantesca garra en el rostro y el brazo, y él, inútilmente, le deslizaba el filo de la espada por las patas y el lomo.

En un momento le pareció que la bestia se cansaba y quería terminar pronto la lucha, porque empezó a mostrar más poder. Abrió las enormes fauces y dejó escapar una llamarada de fuego, que no lo calcinó porque corrió a esconderse detrás de un peñasco.

Ahora la bestia intentaba quemarlo y él no podía hacer nada más que tratar de esquivar las incandescentes llamaradas. De pronto, una enorme esfera de fuego golpeó al dragón directo en la cabeza. Aradihel volteó para ver de dónde provenía la misma y encontró al hombre de la armadura negra una poco más atrás de él, dibujando símbolos en el aire, con dedos largos cuya piel tenía el color de las avellanas.

A medida que delineaba los símbolos, estos emitían un resplandor dorado y al instante se materializaba el aire condensado en una bola de fuego.

—¡A mi señal! —le gritó mirándolo con unos ojos verde claro.

Aradihel lo entendió. Cuando el extraño de la armadura negra lanzó su ataque, el alferi saltó unas dos varas de alto, extendió la espada y la hundió hasta la empuñadura en el abdomen de la bestia, que arrojó un gran chorro de fuego antes de caer de espalda.

El guerrero se puso eufórico al haber vencido al dragón. Saltó en el aire agitando la espada. Antes creyó que estaba condenado a repetir una y otra vez su muerte a manos de esa bestia, pero ahora le había dado muerte... con ayuda de su enemigo.

Se volteó hacia él y lo vio arrugar la cara en una mueca de dolor. Parte del fuego le había alcanzado las manos, que ahora lucían enrojecidas.

Ese hombre de negro pertenecía al ejército de sus enemigos, claramente era un sorcere, un humano usurpador del trono de Augsvert, pero, aun así, lo ayudó cuando no tenía por qué hacerlo, por lo tanto, Aradihel se acercó a él, agradecido, dispuesto a devolverle el favor.

—Déjame ver.

El hombre lo miró de una forma que no supo cómo interpretar, muy lento le extendió las manos heridas.

En el dorso la piel estaba enrojecida y en algunos sitios se levantaba formando ampollas. En cuanto Aradihel tuvo las palmas entre las suyas, una descarga eléctrica lo recorrió desde la cabeza a la punta de los pies. Decenas de imágenes aparecieron en su mente en ese momento, imágenes sin sentido: unos labios que reían, una hermosa colina cubierta de verde frescor, cerezas, melocotones, árboles en flor. Luego una horrible sensación de dolor le oprimió el pecho, tan fuerte que lo hizo jadear y soltó las manos del hechicero.

Dio un paso atrás y miró los ojos del otro: verdes, ligeramente rasgados, lo veían con... ¿dolor? Las quemaduras debían dolerle mucho. Pero, ¿qué fue lo que vio al tomar las manos del hombre? ¿Fragmentos de la vida del sorcere?

—Quizás puedas refrescarlas en el agua del lago —le dijo el Aradihel, un poco turbado debido a las imágenes que acababa de ver

El alferi decidió dejar atrás el hecho de que el hombre era un sorcere y un soldado enemigo. Él lo había ayudado, por tanto, le extendió la mano.

—Soy Aradihel. Quiero agradecerte, si no hubiese sido por ti estaría muerto. ¿Sabes que es este lugar?

El joven de negro frunció el ceño al ver la mano que se extendía frente a él. Tal vez también pensaba en que pertenecían a ejércitos enemigos, aunque en el lugar donde estaban eso quizás ya no era importante. El sorcere volvió a mirarlo, tragó y le estrechó la mano en un saludo fugaz.

—Soy Erick. ¿No recuerdas... qué te pasó, por qué estás aquí?

La voz de Erick tuvo el mismo efecto que sus manos antes. Era suave, musical y le transmitía una sensación calidez en el pecho, como la que se siente al regresar a un lugar de la infancia donde se han vivido hermosos momentos, aunque no estuviese seguro de que hubiera algún dulce recuerdo que evocar, más que la impresión de que alguna vez existió un pasado mejor. Aradihel quedó ofuscado al escuchar hablar al sorcere.

El alferi apartó la extraña sensación que le producía la voz del joven humano y negó con la cabeza.

—Desperté aquí y por dos veces seguidas ese maldito dragón me despedazó, pero después que lo hacía yo regresaba, como si nada, ni una lesión en mi cuerpo. Recuerdo mi última batalla y estoy seguro de que sufrí una herida mortal, después de eso tuve que haber muerto. Al principio lo creí, que había muerto y este era el Geirsholm, pero luego, al ver lo que me pasó con ese dragón... ya no estoy tan seguro.

—Estamos en el Geirsgarg.

La voz de Erick, aunque suave y melódica, le revelaba algo horrible. Aradihel retrocedió. No podía ser cierto.

Él era uno de los mejores guerreros alferis. A pesar de su corta edad, sus hazañas se contaban en las tabernas de las ciudades de Ausvenia. Era diestro con la espada, devoto de Saagah, el poderoso dios de la guerra; había matado a muchos sorceres, fue su flecha la que mató al comandante humano de Augsvert. No podía ser... Condenado en el Geirsgarg... En el sitio de tormento.

—¡¡¡Noooo!!!

Para aquellos que se preguntan, en este universo los alferis son elfos de piel oscura, al inicio les dejé un dibujo que encontré en pinterest de cómo imagino a Erick

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Para aquellos que se preguntan, en este universo los alferis son elfos de piel oscura, al inicio les dejé un dibujo que encontré en pinterest de cómo imagino a Erick.

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Despues de nuestra muerte. Relatos de OlhoinnaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora