El reino donde los alferis se domiciliaron al ser expulsados de Augsvert lo fundaron a los pies de la cadena montañosa de Ausvenia y, a diferencia de su tierra natal era una zona poco fértil, debido a eso, muchos de los alferis cazaban en los bosques cercanos a Augsvert que eran abundantes en venados y jabalíes.
En aquella época, el domo mágico de Augsvert todavía no existía, no había nada que lo aislara del resto del mundo, por tanto, los augsverianos, pese al peligro implícito que era toparse con un alferi en los linderos de su reino, solían salir de este bastante a menudo.
Fue así como un día, Aradihel salió a cazar al bosque entre la cadena montañosa de Ausvenia y el reino de Augsvert. Tenía en ese entonces unos diez años y aunque todavía no dominaba el arte de la espada, el arco lo usaba bastante bien. Era primavera y la brisa templada soplaba en algunos instantes con fuerza, revolviendo su cabello plateado que aún no acostumbraba a llevar trenzado. Un jabalí gordo le cruzó por el frente, si le acertaba, su carne sería suficiente para alimentar a su familia por varios días.
Se lanzó a la carrera buscando tener a tiro al animal, pero los árboles en aquel extremo eran tupidos y las ramas le impedían tener un buen ángulo. Finalmente, se hizo de una buena oportunidad y disparó una flecha certera que lo premió con la victoria.
El chico, feliz, amarró las cuatro patas del animal y se lo echó al hombro. Pesaba bastante, pero Aradihel jamás admitiría que no podía cargar con él, así que como pudo avanzó con el gordo cerdo en la espalda.
Como en aquella época los ataques de los alferis al reino de Augsvert eran el pan de cada día, las lindes del bosque cercanas al reino, estaban plagadas de trampas. Aradihel no podía ver bien teniendo el gran peso del animal en la espalda. Sin darse cuenta pisó en falso y terminó con el jabalí sobre él en un profundo hoyo que se encontraba camuflado en el suelo cubierto de hojas secas.
Permaneció unos instantes inconsciente hasta que despertó y empezó a gritar presa del pánico que le producía estar encerrado en un espacio tan pequeño. Él sabía que esa trampa la habían puesto los augsverianos y que si se daban cuenta de que él estaba allí lo matarían sin dudar, no les importaría que fuera un niño, pero su claustrofobia era tan grande que poco le importó dar alaridos para que alguien, quien fuera, lo sacara de allí.
Finalmente, una persona acudió.
Una cabeza castaña se asomó por el agujero y miró hacia abajo. Desde donde estaba, a Aradihel no le era posible divisar sus rasgos pues la persona estaba a contraluz. El joven alferi no se amilanó, continuó gritando y al cabo de un momento le arrojaron una cuerda de cáñamo. El chico trepó por ella y en un dos por tres estaba afuera. Se quedó de piedra al ver a su salvador.
Delante de él estaba un chico de su misma edad, pero un poco más bajo, con el largo cabello castaño oscuro recogido en una cola alta. Llevaba ropas finas de cuero ennegrecido, en la parte izquierda del frente del chaleco tenía estampado el emblema real de Augsvert.
Aradihel de inmediato se puso en guardia. No tenía espada, así que tomó el arco que llevaba en la espalda y con movimientos muy rápidos y ágiles montó una flecha y tensó la cuerda. El chico augsveriano lo miró con una sonrisa. Antes de que Aradihel hubiera alistado la flecha, el augsveriano desenvainó la espada y la apuntó a su pecho, de tal manera que si el alferi decidía soltar la flecha ya él le habría atravesado el pecho.
—Baja tu flecha —le dijo sin perder la sonrisa—, no voy a hacerte nada si tú tampoco me atacas.
Ese fue el primero de muchos encuentros.
Siempre que Aradihel iba a cazar, por alguna razón se encontraba con el chico augsveriano que invariablemente estaba solo. El chico mostró interés por aprender arquería y en poco tiempo ambos se divertían cazando jabalíes por el bosque. A su vez el muchacho humano le enseñó a usar la espada. Así pasó el tiempo y ambos forjaron algo parecido a la amistad.
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Despues de nuestra muerte. Relatos de Olhoinnalia
FantasyAradihel, comandante del ejército de los alferis, despierta en una tierra inhóspita. Lo último que recuerda es que murió en batalla, y siendo él un honorable guerrero debería estar en el Geirsholm, lugar de descanso a donde van los héroes al morir...