¿Sabes nadar?

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Les había contado el plan a Citlalli y a Xilonen. No sabía bien que era lo que debía hacer, pero tenía que confiar en mi intuición. 

Lo siguiente que sucedió es que Citlalli y yo nos llevamos a Xilonen a un lugar algo alejado de  los templos. Algunas mujeres nos siguieron, aunque eran espiritus su ropas blancas que usaban y su joyería hermosa que llevaban puestas las hacia ver tan vivas como yo. Citlali y Xilonen eran diosas así que creo que iban a parte, su belleza era sin duda de una diosa.

—No tengo poderes así que esto puede tardar un momento, extraño que mis poderes hacían todo al instante.

—Como palomitas en microondas.— Pensé para mí. Pero Xilonen y Citlali no entendieron mi comentario, y tampoco es que quisiera.

Xilonen se acerco al gran claro que teníamos de frente, se arrodilló y parecía que hablaba con la tierra. A veces me costaba creer que eso bastaría para que la Tierra sin más nos regalara esa flores cempasúchil tan bellas. 

Me senté junto a un árbol, y miré el claro. Había tanta tranquilidad, había algo bueno de todo esto, y es que la naturaleza había ganado terreno es como si resurgiera. Había muchos pájaros de fondo.

—La naturaleza lo valía, simplemente era mágica. Y era cierto que la humanidad la estaba destruyendo. No era todo blanco ni negro, pero tampoco era fácil. Los humanos se habían buscado el castigo de Lilith, pero Lilith también había sido tan implacable que era una gran amenaza para este mundo.

—¿En qué piensas?

La pregunta de Citlali me tomó por sorpresa y brinqué del susto.

—Así tendrás la conciencia.

Fue lo que dijo Citlalli riéndose.

—En realidad estaba pensando en este mundo, en qué Lilith tiene razón en querer castigar a la humanidad. Pero fue demasiado implacable, se dejó llevar por su ira.

—Creo que es una eterno dilema entre la humanidad y la naturaleza. Uno que la humanidad sobre todo ha generado siempre. Debería respetarla, y tomar de ella lo que necesita, de ella se alimenta, de ella extrae ella gua que necesita para vivir. Pero se olvida de ello.

—Lo sé. Es que hay tanta paz aquí, apenas recuerdo algo de las ciudades, del bullicio.

—¿Has empezado a recordar?

Estaba tan sumida en mis pensamientos que no me había dado cuenta de mis palabras. Miré a Citlali, y quería mentirle pero no era buena para ello. Definitivamente nunca lo sería.

—Algo, no todo, solo fragmentos pero no quería decirle a nadie porque, necesito acomodarlos, darles forma, no quiero que nadie se meta en ellos. Quiero descifrarlos por mí misma.

—Claro, es eso o que eso te da la libertad de estar con Leo.

Su aseveración me tomó por sorpresa. 

—No te juzgo, Leo es un humano ciertamente... ¿Cómo decirlo?

Citlali parecía buscar la palabra.

—¿Diferente? No lo sé, resalta de entre todos.

Yo me reí.

—Lo es. Aunque tampoco es Nahek.

Dije con sinceridad.

—Citalli, hay algo que me contó el tlatoani.

—¿Qué fue lo que te dijo?

—Acerca de cómo Nahek llegó a ser el dios de la muerte, que él se sacrificó de alguna forma, que nadie quería ser el dios de la muerte.

—Es verdad, yo estuve ahí e incluso fui la última persona que habló con él antes de que borraran sus recuerdos.

Así Muere Un ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora