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Auckland, Nueva Zelanda, junio de 2019

Jisoo se tropezó al enganchársele el tacón en una baldosa. Giró el tobillo. No se había hecho daño, pero le dolían los pies, lo que no era de extrañar puesto que llevaba horas caminando.

Miró la hora y frunció el ceño al recordar la confusa secuencia de acontecimientos del día. Había pasado el mediodía cuando se despedía del abogado de su madre y del director de la funeraria, las dos únicas personas que la habían acompañado.

Su madre, Kim Seohyun, había sido una mujer famosa en el mundo académico, convertida en una autora de éxito con un libro de autoayuda que había roto todos los récords de ventas. De hecho, los derechos derivados de este, convertían a Jisoo en una mujer rica.

Tuvo que reprimir el impulso de reír. O quizá de llorar. Aunque sacudiendo la cabeza se dijo que sus lágrimas yacían congeladas bajo el frío peso que le oprimía el pecho.

La famosa psicóloga Kim Seohyun podría haber tenido un funeral multitudinario, pero tenía principios muy estrictos respecto a los funerales: ni rezos, ni flores, ni cánticos, ni lágrimas.

Su única hija y único familiar vivo, Jisoo, había respetado los deseos de su madre y no había llorado. Ni siquiera cuando encontró el cuerpo de su madre y la nota que le había dejado. Durante la semana de investigación policial, habían alabado su serenidad, pero en realidad Jisoo había estado ida. Y en aquel instante identificó el peso que le oprimía el pecho como rabia contenida. Por eso había caminado durante horas, por temor a pararse y que la ira la consumiera.

No estaba enfadada con su madre por elegir cuándo y cómo morir. Tenía una enfermedad terminal que iba a ir robándole la independencia y Jisoo podía comprenderla. Pero aquella mañana, su madre había vuelto de la tumba y... Jisoo aflojó la presión con la que apretaba el sobre que llevaba en el bolsillo y se llevó la mano a la cara. Encontrar su piel mojada la sorprendió, y solo entonces, al mirar el pavimento, se dio cuenta de que había estado lloviendo.

¡Ni siquiera sabía dónde estaba! En realidad, tampoco sabía quién era. No era el producto de una anónimo donante de esperma, sino que resultaba tener un padre de verdad, un padre que en aquel momento debía de haber recibido una carta similar a la que el abogado le había entregado a ella aquella tarde.

El pobre hombre había sido un joven de dieciocho años, elegido como el padre genético apropiado al que su madre había seducido cuando, pasados los cuarenta años, había decidido cumplir con su reloj biológico.

¿Por qué le habría mentido? ¿Por qué ya muerta había decidido contárselo en vez de dejarla en paz?

Jisoo se cuadró de hombros diciéndose que no podía dejarse llevar por la debilidad. Miró a su alrededor y descubrió un local desde el que salían voces animadas y música. Sin pensárselo, entró.

Se trataba de un bar en el que hacía calor y humedad, lleno de gente. Jisoo se desabrochó la chaqueta a la vez que se daba cuenta de que estaba sedienta, y se abrió paso hacia la barra; todas la mesas estaban ocupadas por grupos, excepto una que atrajo su mirada como si en ella hubiera un imán invisible.

Y así era. Se trataba de la chica más guapa que había visto en su vida. El espantoso día que había tenido se borró súbitamente a la vez que le miraba, paralizada, sin prestar atención a las miradas que su presencia atraía. La fragilidad que había sentido hacía apenas unos minutos se transformó en energía, al tiempo que notaba un hormigueo en el estómago. La chica dejó la copa sobre la mesa y le devolvió la mirada, quitándose un mechón de cabello negro de la frente. Jisoo se estremeció como si la hubiera tocado, y se llevó la mano al vientre, desde el que sintió que se propagaba un calor húmedo.

HEIRSS - Jensoo G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora