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Jennie no había pensado quedarse a la recepción, pero sus planes habían cambiado.

La adrenalina seguía bombeándole la sangre desde que haba visto a la delicada mujer aproximarse por la nave central. Lugo se había sentado delante de ella y le habría bastado alargar la mano para tocarla. Por fin tenía un nombre... y en aquella ocasión no permitiría que se evaporara.

Coincidir con ella le había hecho sentir más viva de lo que se había sentido. Frunció el ceño diciéndose que no debía ser desagradecida. La vida le había dado una segunda oportunidad, así que no podía permitirse el lujo de sentirse aburrida.

Y no lo estaba. La misteriosa mujer había dejado de ser una desconocida para convertirse en un reto. El encuentro había redoblado la frustración que le había producido su inesperada desaparición dos años atrás. Claro que por aquel entonces tenía otras preocupaciones mucho más serias a las que atender que su herido ego.

Aun así, se había sentido engañada y confusa. Ni siquiera se había cuestionado la posibilidad de que ella se negara a pasar el día siguiente con juntas, en la cama, y no se le había pasado por la cabeza que, para cuando volviera de comprar café y cruasanes, se hubiera esfumado.

Consciente del intenso calor que se le acumulaba en la ingle, esperó a que saliera de la iglesia, aunque por un instante temió haberlo imaginado todo. No habría sido la primera vez, pues a lo largo de los dos últimos años había creído ver a su misteriosa amante en más de una ocasión. Pero ningún parecido igualaba su magnífico cabello violeta, ni su menudo y perfecto cuerpo, ni su boca que invitaba al pecado.

Pero en aquella ocasión era diferente, se trataba de la mujer original. Y al contrario de lo que solía sucederle a otras mujeres, aquella, al reconocerle, había parecido querer que la tragara la tierra. De hecho, se había ruborizado violentamente...

Jennie sonrió para sí al recordar sus gemidos y sus manos avariciosas y hábiles.

¿Quién hubiera imaginado que su misteriosa mujer fuera capaz de ruborizarse o que presentara un aspecto tan inocente? Se encogió de hombros. Le daba lo mismo que llevara una doble vida; solo quería volver a tener su cuerpo de porcelana en la cama y sus pequeñas manos sobre su cuerpo.

Aun así, la forma en la que había reaccionado al verla seguía despertando su curiosidad. No parecía lógico que el encuentro con una amante casual despertara en ella tal grado de turbación. A no ser... ¿tendría una pareja celosa? ¿Quién estaba sentado junto a ella? Por más que intentó recordarlo, Jennie solo recordaba su nuca y la forma en que se la acariciaban los mechones de cabello que escapaban del moño.

Si lo que la preocupaba era que fuera indiscreta, no tenía nada de lo que preocuparse. Solo quería volver a tenerla en su cama, no propagar la noticia. Y solo pensarlo, elevaba su grado de excitación.

Desde debajo de la sombra de unos árboles, a una distancia prudencial, continuó observando la puerta de la iglesia por la que salían los invitados formando pequeños y animados grupos.

Cuando ya empezaba a pensar que había salido por otra puerta, la vio aparecer y el deseo la asaltó con una violencia renovada. Mientras la observaba como un depredador a su presa, Jennie sintió crecer su enfado a la par que su deseo al recordar la mañana posterior a su encuentro.

Había estado tan ansiosa por volver a la cama con ella, que al volver de comprar el desayuno se había desnudado de camino al dormitorio... donde había encontrado la cama vacía.

Ninguna mujer le había rechazado antes y sin embargo, en veinticuatro horas, dos de ellas lo habían hecho. En realidad, era ella quien había dejado plantada a la primera, y no le había perturbado ni la mitad que la animadversión que había percibido en el caso de la segunda. Que se hubiera lanzado a encontrarla en una ciudad de millones de habitantes era una prueba del hechizo sexual que había ejercido sobre si del estado emocional en el que se encontraba por aquel entonces.

Sin embargo, la noche que había entrado en aquel bar no estaba particularmente alterada y no buscaba sexo.

Inconscientemente, se tocó el muslo al recordar los sucesos de aquella noche en la que había sentido tanta lástima de sí misma.

¡Cuánta rabia había sentido contra el mundo, la vida y las personas mientras permanecía sentad en el bar con una copa ante sí! Había perdido la cuenta de lo que había bebido cuando esa mujer entró.

Pero aunque se hubiera excedido con el alcohol, no fue tanto como para no apreciar sus delicadas curvas al verla cruzar la sala. Aflojándose la corbata, había pensado, Se cierra una puerta y se abren otras. El amor había dejado de estar en su lista de planes del futuro, pero no tenía porqué renunciar al sexo.

La idea la había animado. Durante los meses de su enfermedad y las distintas sesiones de quimioterapia, su libido había quedado adormecida y no había pensado en el sexo. Pero aquella mujer se la había devuelto plenamente.

Tenía unas magníficas piernas y un cuerpo delgado pero con las curvas precisas. Y había podido apreciar todo ello a pesar de que llevaba más ropa que todas las demás mujeres del local. Una falda de tubo que le llegaba a la rodilla y una elegante blusa de seda color crema. Sin embargo, no había podido apartar los ojos de ella desde que había asomado por la puerta.

La noche que habían pasado juntas había sido extraordinaria, y el que hubiera disfrutado del sexo más que antes en toda su vida le había demostrado que el sexo y el amor no tenían por qué ir unidos. Su recién roto compromiso era una prueba de ello.

Desde la noche con su misteriosa mujer, Jennie no había conseguido replicar una noche que se aproximara mínimamente al placer del que había disfrutado con ella.

Por eso mismo hacía tiempo que no... Frunció el ceño, sorprendiéndose de cuánto tiempo había transcurrido desde la última vez.

Había estado demasiado ocupada. Los seis meses que se había tomado por recomendación médica durante el tratamiento se le habían hecho interminables. El tiempo que debía haberle servido para disfrutar de la vida y alcanzar un mayor equilibrio entre trabajo y tiempo libre, le había resultado una carga. Solo quien no disfrutaba del trabajo o quien tenía una familia necesitaba más tiempo en sus manos.

A un nivel intelectual, Jennie no sufría con la idea de no poder ser madre, pero había recibido la noticia como una heladora opresión en el pecho, y aún peor había sido saber que debía compartir la noticia con su prometida, Nayeon.

Sus labios esbozaron una amarga sonrisa al recordar la escena. La comprensión y el apoyo inicial que le había proporcionado la habían tomado por sorpresa, pero más tarde había descubierto que no tener hijos le importaba mucho menos que el terror que le producía engordar durante el embarazo.

Jennie apretó los puntos y apartó aquellos recuerdos de sí a la vez que devoraba a Jisoo con la mirada, la mujer que se había convertido en la medida de todos sus posteriores encuentros sexuales... a la que ninguno había llegado.

¿Habría ejercido la misma fascinación en sí de haber sabido su nombre? No tenía ni idea. No tenía sentido perder el tiempo en disquisiciones.

Jennie no podía permitirse perder el tiempo. Punto.

¿Sería aquella niña de cabello oscuro su hija? En el principio, Jennie evitaba a las madres solteras porque sospechaba que siempre buscaban un padre. Pero en el caso de Jisoo Kim, estaba dispuesta a hacer una excepción.

Sonrió al observarla y ver cómo el viento le pegaba el vestido a sus torneadas piernas, y sintió una oleada de calor al recordar aquellas piernas enredadas a su cintura, y las uñas de Jisoo clavadas en sus hombros mientras con cara de concentración alcanzaba el clímax.

Suspiró profundamente. Desde luego que estaba dispuesta a aceptar excepciones... A no ser que estuviera casada, claro.

Ese era un principio que jamás infringiría por más difícil que le resultara.

  
  
  
  
ADVERTENCIA. Todas mis historias son basadas en un mundo sin heterosexuales frustrados. Así que si no es de su agrado, les invito a darle salir. BESOS!

RE- SUBIDO!

HEIRSS - Jensoo G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora