Capítulo 3

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Evan

Cuando desperté sentí el cuerpo adolorido como casi todas las mañanas y al voltear hacia mi lado izquierdo me di cuenta el porqué. Daniela y Tamara estaban dormidas, ocupando la mayor parte del espacio de mi cama. Lo primero que cogí fue el celular y vi que tenía una llamada perdida de Michael, así que lo llamé. Bajé las escaleras mientras timbraba, hasta que contestó, justo cuando llegaba a la cocina.

—Buenos días hermano —dije sentándome en una de las sillas del bar.

—Un poco temprano para llamar, ¿no? —reí.

—Ni siquiera he visto la hora.

—Me lo imaginé —dio un gran bostezo.

—Tenía una llamada perdida tuya, ¿qué querías?

—Saber si habías logrado encontrar a Tamara, supuse que sí porque si no me habrías llamado de haber sido lo contrario.

—Isabella no dudó en darme la dirección del restaurante en el que estaban.

—¿La castigaste? —fruncí el ceño.

—Claro que no.

—Tal vez deberías.

—Sólo estaba asustada, no quería que le cantáramos el feliz cumpleaños.

—¿Sigue deseando lo mismo? —suspiré.

—Desde los cuatro años.

Ambos nos quedamos en silencio por unos segundos y cuando iba a decir algo más Daniela apareció en la cocina.

—Tengo que colgar, te llamo más tarde.

Colgué sin que Michael pudiera decir algo más cuando Daniela trató de subirse en una encimera, con la intención de sacar algo de los cajones altos. Corrí hacia ella y la cargué haciendo que riera.

—¡Estoy volando!

—¿Qué quieres sacar? —reí también.

—¿Recuerdas que me compraste una botella de esa película de los animales espaciales? —negué con la cabeza—. La quiero.

—¿Dónde está tu otra botella, la de un unicornio medio extraño? —encogió los hombros.

—Quiero la de la ardilla espacial —se cruzó de brazos.

Me volteé a buscar la dichosa botella y entre tantas, la encontré. No sé ni cómo ella sabía dónde estaba guardada. Marina no tardó en aparecer en la cocina y nos saludó.

—Buenos días señor Evan —le sonreí mientras llenaba de agua la botella de Daniela—. ¿Cómo dormiste, corazón? —el tono de voz le cambió a penas D se trepó en ella.

—Muy bien Mary, ¿hoy día vas a hacer panqueques? —y a mi hija también, como siempre que quiere conseguir algo.

—¿Panqueques? ¿De nuevo? —terminé de cerrar la botella y me la colgué en el brazo. Cargué a Daniela para sacarle el peso de encima a Mary.

—¿Qué tal un rico jugo de naranja con tostadas y palta? —le propuse y ella hizo un gesto de asco.

—¡Quiero panqueques! —miré a Mary.

—Panqueques serán.

—Muy bien señor.

Salí de la cocina con una Daniela orgullosa de conseguir lo que quería y siguió aferrándose a mi cuello hasta llegar a la sala para empezar a ver nuestra serie de animales salvajes. D tiene un gusto particular por los animales. Es la primera de las tres que no me pide barbies o muñecas para jugar. Siempre he pensado que será veterinaria y la verdad, no podría estar más feliz por eso. La miré y los ojos le brillaban de tan solo verlos en la televisión. Eso me hizo pensar que jamás la había llevado al zoológico. Está de vacaciones y nos hará bien hacer algo diferente, algo que nos alegre después del caos del día de ayer.

Una vida sin tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora