Capítulo 5

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Tamara

Los recuerdos del domingo más aburrido que tuve ayer volvieron a mi mente a penas abrí los ojos. Me senté sobre mi cama y se sintió cálido ver la diminuta luz que entraba por la ventana, al menos eso me reconfortó. Ayer no tuve las ganas suficientes de levantarme de la cama, tenía una resaca horrible y papá no paró de echarme en cara lo mala que había sido mi decisión de tomar tanto. Después de tanto martirio, le dije que el sábado en la noche había sido la última vez que me vería así por el alcohol. Al menos sirvió para que dejara de hablar del tema cada vez que venía a mi cuarto a dejar un vaso de agua o un plato de comida. Eso es lo raro y bonito de papá. Por más enojado que esté, no puede dejar de cuidarnos en ningún momento.

Finalmente salí de mi cuarto. Hoy es lunes y tengo una sensación nueva de que será una buena semana. Empezando porque este miércoles inicia el nuevo ciclo de la universidad y hoy, Isabella y yo iremos a comprar algunos útiles que nos hacen falta. Como era de esperarse, mis hermanas estaban en el sillón junto a papá, viendo una serie. Caminé hacia ellos y los tres sonrieron al verme. Me tiré sobre ellos, aplastándolos y rieron debajo de mí.

—¿Qué están viendo? —pregunté extrañada al no reconocer el programa.

—Abby la osa y sus amigas —respondió Daniela sonriente, a pesar de que le faltaban dientes—. Esperamos a que Mary termine de preparar el desayuno.

—Muero de hambre —me quejé levantándome del sillón y en eso sonó el timbre—. Voy yo —dije al notar que ninguno de los tres tenía planes de ponerse de pie y dejar a la osa y sus amigas.

Caminé hacia la puerta y la abrí. Sin pensar que seguía en pijama y unas pintas terribles. A diferencia mía, la persona que tenía al frente parecía que venía de la peluquería. Era una mujer realmente hermosa. Su piel era deslumbrante y su cabello marrón claro aún más. Pensé que era una de las modelos que venían a buscar a mi papá de vez en cuando, pero dudé al verla tan bien uniformada.

—Buenos días —habló sonriente—. Soy Lorena Martínez, la nueva asistente personal de Evan Radeguieri —estiró el brazo y sonreí tímidamente, para luego devolverle el gesto. Tenía un acento diferente, no era peruana.

¿En qué momento mi papá contrató una asistente personal? ¿¡Mujer?!

—Hola —le solté la mano—. Soy Tamara, hija de Evan.

—Mucho gusto —nunca dejó de sonreír.

Volteé aún petrificada por la situación y mi papá venía hacia nosotras con el ceño fruncido.

—Buenos días, ¿podemos ayudarla? —preguntó confundido.

—Buenos días —repitió Lorena con su gran sonrisa—. Soy Lorena Martínez, su asistente personal.

De todas las reacciones que mi papá podía tener jamás imaginé que se reiría. Tanto Lorena como yo lo miramos extrañadas.

—Debe ser una broma...o una equivocación.

—Llamaron a la agencia requiriendo mis servicios, puede...

Lorena le iba a mostrar algo en su celular, pero mi papá la detuvo sacando el suyo.

—Michael se volvió loco.

Papá desapareció una vez que entró a la cocina y yo me quedé aún casi con la boca abierta mirando a Lorena. Tenía la curiosidad de saber de donde era, pero no pregunté.

—Tienen una casa muy bonita —comentó mirando todo a su alrededor.

—Gracias —respondí luego de unos segundos—. ¿Vivirás con nosotros? —pregunté confundida y ella rio levemente.

—No. Sólo vendré de lunes a viernes de ocho de la mañana a cinco de la tarde. O hasta la hora que mi jefe lo requiera.

Alcé una ceja. Sólo había escuchado a Mary referirse a mi papá como jefe. Sonaba raro.

—¿Y cuál es tu trabajo? ¿Revisarle el correo y organizarle un horario? —asintió con la cabeza.

—Yo me encargo de revisar el correo y contestar. También me aseguro de dejarle un horario totalmente organizado de lunes a domingo, incluyendo el trabajo como su vida personal...entre otras cosas. No te quiero aburrir.

Negué con la cabeza varias veces.

—No me aburría, tu trabajo es interesante.

Sonrió, orgullosa y en eso apareció el hombre de la casa de nuevo.

—Bueno...bienvenida —le dio la mano y Lorena la recibió al instante—. Estás contratada.

—No se arrepentirá, señor Evan.

—Llámame Evan, no es necesario el señor...aún no estoy viejo.

Rieron y Lorena entró a la casa. Cerré la puerta y me quedé parada apoyada a ella procesando todo lo que acababa de pasar. Mi papá presentó a Lorena ante mis hermanas y Daniela ya estaba haciéndole mil preguntas.

—¿Desayunaste? —mi papá le preguntó a Lorena y ella asintió con la cabeza levemente—. Bueno de todas formas, la cocina está abierta las veinticuatro horas del día —le sonrió a Mary que había comenzado a poner los platos sobre la mesa con huevo frito y tostadas. Me senté de inmediato en mi lugar.

—Tengo mi almuerzo, no será problema el tema de las comidas —mi papá negó con la cabeza cogiendo una taza de café.

—Olvídate de eso, desayunarás y almorzarás aquí todos los días.

A Lorena se le iluminaron los ojos. Sonrió agradecida y asintió con la cabeza. Daniela y Miranda se sentaron a mi lado y papá al frente nuestro. Lorena se quedó sentada en el sillón mirando el televisor.

—Papi... ¿ella es tu nueva novia? —mi papá casi escupe su café al escuchar la pregunta de Daniela.

—No mi amor, ella es mi asistente personal...como mi mano derecha —Daniela lo miró extrañada.

—Ella lo ayudará a que vaya a los entrenamientos de vóley de Miranda a tiempo y a su trabajo también —Daniela hizo un gesto de que parecía entender quién era Lorena.

Terminamos de desayunar y mi papá subió con Lorena a su oficina, que ahora sería la oficina de ambos...o de Lorena sola, no lo sé. Yo fui a cambiarme y a avisarle a Isabella que estaba lista para salir.

—¿Azul o rosa? —Isabella me mostró dos cuadernos totalmente distintos y dudé por un segundo, pero tenía la respuesta perfecta.

—Tú el rosa y yo el azul.

Sonrió.

—Por eso eres mi mejor amiga.

—Lo sé —alcé un hombro y ella hizo cara de asco por la forma en la que lo dije.

—Casi me matas del susto el sábado, T. Pensé que te había pasado algo.

—Es verdad —dejé de buscar cajas de lapiceros y la miré—. ¿Era necesario llamar a mi papá? —alzó los hombros y desvió la mirada.

—No se me ocurrió otra mejor idea —volvió a mirarme—. Te busqué por todos lados. Hasta en las habitaciones del segundo piso. No estabas, parecía que la tierra te había tragado.

—Está bien, lo siento —reí—. Estaba muy mareada y apenas podía responderle a Marcelo cuando me hablaba.

Alzó una ceja y yo volví a buscar entre las cajas de lapiceros.

—¿Marcelo? ¿El mesero?

—¿No te lo dije? El fue el que me libró de Max.

—Me dijiste que alguien te había ayudado —hizo un hincapié en el alguien.

—Ese alguien era Marcelo.

Me cogió la mano para que parara de buscar entre los lapiceros y la miré extrañada al ver su cara de emoción.

—¡Te gusta!

—Claro que no —fruncí el ceño—. Sólo estoy agradecida con él —seguí buscando una caja de lapiceros—. De todas formas, ya no lo veré nunca más.

Una vida sin tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora