Capítulo 36

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Danica

Sólo podía escuchar mi llanto por toda la habitación. Lucía se había ido a hacer dormir a Daniel después de darme una pastilla para relajarme, pero ya había pasado una hora y yo no podía dejar de llorar. Me sentía como esa adolescente de nuevo. Volver aquí me había traído de vuelta todo ese dolor con más fuerza. Recordar a Evan tan enojado, con lágrimas en los ojos...sólo podía hacerme pensar que no merecía estar más aquí.

Me paré de la cama y saqué la maleta del pequeño closet. La tiré justo donde había estado y comencé a meter mi ropa en ella, cuando en eso escuché toques en la puerta. Me sequé las lágrimas lo más rápido que pude, no quería preocupar de más a Lucía.

—¿Daniel se durmió? —pregunté al abrir la puerta y al darme cuenta de quien tenía en frente, tuve que agarrarme fuerte de ella.

Me quedé casi congelada al ver a Evan lleno de tierra, con una herida en el labio y lleno de lágrimas. Lo miré a los ojos y lo entendí todo sin siquiera decir una sola palabra. Michael se lo había dicho. Lo sabía. Las lágrimas no tardaron en caer de nuevo de mis ojos y él entró a la habitación en un segundo. Se acercó a mí y me lancé a sus brazos pegando mis labios a los suyos. No tardó en seguirme el beso y cerrar la puerta tras él. Ambos seguimos llorando, llorándonos mientras nos besábamos. Era como tocar el cielo con las manos. Era como tener todo lo que siempre deseé entre mis labios. Le sobé el cabello desesperadamente, tratando de hacer realidad este momento, porque lo era. Estaba besando a mi Evan de nuevo.

Me separé de él y pegó su frente a la mía. Tenía la respiración hecha un caos, al igual que la mía.

—¿Por qué Danica? —tragó saliva y se alejó de mí—. ¿Por qué tenías que irte?

—Lo siento tanto —me tapé la boca con ambas manos.

Se sacó la carta que le había dado a Michael hace unos días y volvió a mirarme.

—¿Es verdad todo lo que dice esta carta? —asentí con la cabeza, aún con las manos en la boca.

Volvió a acercarse a mí y me abrazó. Me dio un abrazo que jamás olvidaré. Volví a la Michev Cueva, volví, regresé a casa, a ese lugar, ese único lugar en el que sólo podía sentirme segura y en paz.

—¿Por qué no me lo dijiste? —la voz le tembló y tragó saliva, me alejé para mirarlo.

—Mi papá estaba decidido, Evan. No jugaba. No tienes ni idea de cómo estaba, nunca lo había visto así —le cogí las manos—. Tienes que creerme.

—Te creo —frunció el ceño—. ¿Por qué dices eso?

—Porque ni Lucía ni Michael me creyeron cuando se los conté. Hasta que les mostré las cartas que mi papá le enviaba a mi tía en Estados Unidos. Donde le contaba todo lo que había planeado para mí —me secó las lágrimas que habían comenzado a caer—. Tenían todo planeado. Todo. Y tú ni Tamara estaban en ninguno de sus planes, pero no tenía opción. Tenía que irme para que no te denunciaran. Ellos hubiesen ganado el juicio. Yo...jamás podría haberte hecho eso. No tenía opción, Evan. Tenía que dejarlos con todo el dolor que eso implicaba.

—Todos estos años...yo...pensé que —me miró—. Pensé que te habías olvidado de mí.

—Jamás —le agarré la cara con ambas manos obligándolo a mirarme—. He pensando en ti y en Tamara cada día, sin falta. Tanto que sentía que no podía respirar.

Me abrazó al instante, pero quería seguir hablando.

—Lo único que necesitaba era contártelo todo. Esta era la única manera de poder respirar con normalidad de nuevo. Saber que entiendes todo lo que pasó —le dio un beso a mi mano cuando me alejé de él—. Perdón por llegar dieciocho años tarde, pero es que pensaba que te habías casado. Que tenías una vida feliz con tus hijas...

Negó con la cabeza y me soltó la mano.

—¿Entonces si volviste? ¿Así como me lo dijiste en el restaurante hace unas horas? —asentí con la cabeza.

—Volví a penas terminé la carrera que mis papás me obligaron a estudiar. Ahorré todo lo que pude solo para venir y poder vivir con ustedes, pero mis planes tenían una falla y es que di por sentado que tú aún estarías para mí —suspiré—. Fui demasiado egoísta y por eso jamás me perdonaré a mi misma. Te hice...les, hice, muchísimo daño.

Me quedó mirando, en silencio, durante varios segundos y cuando parecía que iba a decir algo, su celular comenzó a sonar. Pensé que lo ignoraría, pero me equivoqué. Lo sacó del bolsillo de su pantalón y respondió a la llamada, poniéndose el aparato al costado de la oreja.

—T, mi amor, hola —caminó hacia el otro lado de la habitación.

Mi corazón comenzó a latir con rapidez al saber que mi hija estaba al otro lado de la línea. Contarle todo a Evan era el primer paso, pero aún no le había pedido lo más importante de todo.

—Estoy en un evento de...si, si, hay música, pero salí para poder hablar contigo —rio—. ¿Cómo crees que te voy a mentir? No tardo más, te lo prometo. Ya voy —sonrió—. Buenas noches campanita.

Mi cogí el estómago al escuchar el apodo que sólo él le decía cuando T no quería dormir. Decía que era un hada, una campanita, que salía a pasear por las noches. ¿Tamara sabrá todo eso? ¿Tamara sabrá de mí?

Evan colgó la llamada y guardó el celular de nuevo en su pantalón. Se acercó a mí y no pude evitar preguntarle.

—¿Le has hablado de mí? —junté mis manos para que no se notara lo nerviosa que este tema me ponía, lo mal que podía sentirme de preguntar eso de mi propia hija.

—Si —respondió después de varios segundos, pero sin mirarme a los ojos.

Iba a preguntarle algo más, pero el celular comenzó a sonarle de nuevo. Lo sacó del bolsillo de su pantalón y me dio la espalda para responder.

—Hola. Si, le dije a T que estaba en el evento de... —parecía tenso, se notaba en su espalda—. Tuve una pelea con Michael. Lorena, escúchame. Lorena...

Al parecer la tal Lorena le colgó la llamada, ya que guardó el celular y me miró.

—Tengo que irme.

De nuevo asentí con la cabeza. No podía moverme del lugar en el que estaba y sólo quería correr.

—¿Estás bien? —me preguntó.

—Si —a penas me salió la voz—. Ve, no te preocupes por mí.

Asintió levemente con la cabeza y siguió mirándome, sin señales de querer moverse.

—¿Evan?

—¿Volveremos a vernos?

Tragué saliva.

—Claro, si así lo quieres.

Asintió con la cabeza.

—Bien —sonreí un poco y él también.

Se acercó a mí lentamente, casi como si fuera una total desconocida, y me dio un beso en la mejilla. Quise besarlo de nuevo, pero probablemente eso no sería nada adecuado. El beso que nos habíamos dado minutos atrás se sintió como un impulso por la misma emoción del momento, pero sabía muy bien que Evan ya no sentía lo mismo por mí.

Se alejó de mí y me miró los labios, para luego mirarme de nuevo a los ojos y finalmente darse la vuelta y salir por la puerta.

Comencé a llorar de nuevo cuando la cerró. Me senté sobre el suelo para abrazarme a mi misma. Lucía no tardó en venir y se sentó conmigo, también lloraba. No sabía cómo sentirme, de hecho, ni siquiera sabía por qué lloraba. Tenía una sensación horrible en todo el cuerpo de querer salir corriendo a abrazarlo, sabiendo que eso no era posible.

Me sentía tan sola. Quería salir y decirle que se quedara conmigo, pero eso simplemente ya no era algo que podía pedirle. Ahora él tenía una vida. Tenía una familia. Alguien había ocupado mi lugar y al parecer, había funcionado.

Al fin y al cabo, vine aquí para dos cosas y una ya la había conseguido. Tenía que ser fuerte y esperar a volver a ver a Evan, para poder pedirle lo más importante.

Una vida sin tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora