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Satoru quiso enfocarse en otra cosa, en los pájaros que cantaban en la distancia, por ejemplo. También en las ardillas que saltaban de rama en rama, aquella zona del bosque era verdaderamente preciosa.

Sinceramente, no podía pensar en nada más lejos de lo que estaba tocando. Tragó saliva, deslizando el paño húmedo y chorreante por el brazo de Toji, provocando que soltara un par de improperios. Se disculpó en voz baja, intentando hacerlo con más suavidad, limpiando la tierra y el barro que se habían adherido a la piel quemada.

Y sabía que le estaba observando con sus ojos verdes, tan verdes como la selva, tan cerca, con un cigarro entre los labios cortados y una ceja alzada con arrogancia. Dejó el paño sobre parte de su hombro y apretó un poco para que el agua saliera, las pequeñas gotas se deslizaron por entre sus pectorares en caminos difusos y húmedos.

Contuvo la respiración, arrodillado frente a él, que estaba sentado sobre una roca a la orilla del río. La corriente llenaba con su sonido el ambiente y, de vez en cuando, podía adivinar destellos plateados de peces que nadaban con rapidez.

Podía sentir la tensión de sus músculos, su pecho alterándose cuando rozaba alguna zona sensible. Podría tenerlo entre las manos y pegarse a él por completo, hundiendo su cabeza en el bonito hueco de su cuello para aspirar su aroma a guerra. Pero, únicamente se concentró en su trabajo, limpiándole la piel rojiza, calmando las quemaduras en la medida de lo posible.

Sacó otro trapo de su mochila y dio pequeños golpecitos para secar la zona con delicadeza. Se sentó en el suelo de piedras blancas para volver a tomar el paño húmedo y deslizarlo por su costado con suavidad.

Toji echó la cabeza hacia atrás, exhalando un gruñido lleno de humo.

—¿Duele mucho? —Preguntó, alzando la mirada para chocar con sus brillantes iris.

—Claro que no. —El hombre apartó la vista, con las mejillas tornadas de rosa dolor.

Suspiró, concentrándose. Tenía que concentrarse, sus abdominales no eran realmente importantes, la forma que tenían de marcarse, de bajar hasta el cierre de los pantalones militares. Aquello no era para nada importante, tampoco la curvatura de su cintura, la v abdominal que se escondía bajo la ropa y...

—Pareces ensimismado, ¿te gusta lo que ves? —Voz burlona, un quejido.

Apretó de más, frunciendo el ceño y obligándole a quejarse de verdad. Fushiguro soltó un insulto al aire y casi se atragantó con el cigarro, con el vello erizado.

—Lo siento. —Musitó, nervioso.

¿Hacía cuánto que no había estado tan cerca de un hombre? Sin contar los muertos o los enfermos, claro. Sus recuerdos volaban a otra persona en particular y cerró los ojos, azorado. No quería que se notara, no quería que le menospreciaran más de lo que ya lo hacían.

Extrañaba sus gafas, ni siquiera recordaba dónde las había dejado, pero quería ocultar su mirada de él. Sentía como si, de un momento a otro, Toji fuera a dejar una mano sobre su cabeza y fuera acariciarle. Mierda, estaba tan lejos de su hogar, de las sábanas de una cama decente. Dormiría abrazado a su mochila de camuflaje mientras esperaba a que el mañana no fuera cruel.

—Oye, Satoru. —Llamó el otro, dando una extensa calada para colmar sus pulmones de nicotina y vicio. —¿De verdad no sabes disparar un arma?

Toji lo miró con curiosidad, viendo un leve rubor extendiéndose por su rostro de piel tan clara. Sus ojos de cielo temblaron con inquietud y cambió de paño, secando su costado con pequeños toques.

—No, no sé hacerlo. —Contestó, apretando los labios con frustración. —Soy médico, salvo vidas.

—¿Y eso de qué sirve si no puedes salvar tu propio culo? —Se encogió de hombros, como si fuera algo obvio. Si su ángel no estaba, ¿quién lo cuidaría? —Deberías pensar un poco más en ti mismo.

Fallen || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora